/ lunes 12 de agosto de 2019

Con café y a media luz | “Cuando ya no es suficiente”

En repetidas ocasiones, estoy seguro, que a usted como a mí nos ha llegado a las redes sociales personales, publicaciones relacionadas al uso del cinturón, la chancla y otros objetos con el que se nos propinaron severas tundas cuando hacíamos cosas incorrectas o le faltábamos el respeto a las personas adultas. Cada una de las imágenes presentadas se remataba con una frase como “¡Este era el psicólogo que usó mi mamá!” y otras parecidas.

La generación de nosotros, “los cuarentones” y “treintones” quizá seamos los últimos que fuimos educados “a la antigüita” y sabemos que agarrar lo que no nos pertenece amerita un “manazo”. Contestar de forma ruda y mal educada, implica “un revés” en la boca. Hacer una travesura es corregido con una tanda de cinco “cuerazos” y así pudiera continuar con catálogo de acciones y su respectiva consecuencia.

Es más, el papá y la mamá podían acudir a la escuela y solicitarle amablemente a la maestra que, en caso de que “fulanito” o "zutanita” no entendiera, no hiciera caso, anduviera jugando y no trabajara, podía tomar la justicia en sus manos y aplicarle un correctivo físico con la aprobación anticipada de los mentores. Basta y sobra decir que había docentes que seguían la indicación al pie de la letra y tomaban al chiquillo como “pila de agua bendita”.

Hoy las cosas han cambiado y se ha llamado a los nuevos padres a predicar una “educación inteligente” basada en el respeto, la no violencia y la orientación. Los maestros tienen estrictamente prohibido tocar a los niños y en lugar de castigarlos frente a todos los compañeritos son enviados con el psicólogo del plantel para que, juntos, encuentren la raíz de su problema, compartirla con el mentor y los padres y, entre todos, darle una solución.

Aquí es donde aparece la crítica severa amparada en una comparativa parcial con el pasado: “¡Antes con dos o tres nalgadas ya se hubiera corregido y nada de psicólogos!” Curiosamente, la frase que fustiga no está encaminada a la persecución del fin, sino a la metodología para encontrar la mejor opción en el bienestar de la criatura.

Esta extensa introducción es obligada, en el marco del inicio de un nuevo ciclo escolar, puesto que las autoridades educativas incrementarán exponencialmente su atención en la orientación psicológica que deben tener los niños en todas las etapas de su educación para coadyuvar con el trabajo que ya hace el profesor dentro del aula.

Y es que las situaciones que actualmente tienen padres y maestros entre sus manos con las nuevas generaciones ya están muy lejanas de ser solucionadas con el uso de cinturón o de la chancla como meros correctores del rumbo que toman los jovencitos en su transitar por la vida y la forma en que se relacionan con los demás en sociedad.

Como lo dije antes, la comparativa es parcial.

Si partimos desde la premisa que los medios de comunicación con los que nosotros vivimos estaban alineados a las buenas costumbres, los valores, la educación y hasta llegaban a pecar de “inocentones” y, por otra parte, las noticias estaban regidas por conveniencia de unos cuantos, minimizando los pocos o muchos hechos de violencia hasta que pasaran desapercibidos y la agenda noticiosa era meramente política en favor del partido en el poder, entenderemos que nuestra generación estaba un tanto “ciega”, perdón por el uso del término; y aceptaba con totalidad y sin reproches a una figura de autoridad: padres, madres, maestros, abuelos, policías, gobernadores, presidentes, etcétera.

Caso contrario, en nuestros días, los niños consumen una cantidad inconmensurable de información al día proveniente del internet a través de sus diversas manifestaciones: páginas oficiales, plataformas de videos, de audios, de intercambio de datos, redes sociales y millones de escaparates que aparecen por día, cada vez más atractivos que sus respectivos antecesores. En los medios tradicionales, la información violenta ya no es escondida, sino sobreexpuesta con el fin de ganar audiencia o vender más ejemplares y los programas de media tarde teatralizan los problemas sociales dándoles soluciones inverosímiles mientras que las novelas prodigan los antivalores convirtiendo a los villanos, en los protagonistas de historias macabras.

Y lo que es peor, los pequeñines entran a la “moda” de los retos a través de los cuales, se les exhorta a imitar las situaciones que ven y “subirlas” a internet, volviéndose, además de consumidores, productores de eventos que no siempre son apropiados.

Todo ello ha superado a padres y maestros y la respuesta no está en un cinturón o una chancla. Va más allá, la solución debe ser más profunda y deberá partir de la identificación de aquello que está apegado a la moral y las buenas costumbres, diferenciándolo de lo que no es así, puesto que los problemas de conducta de hoy van más allá de una sencilla travesura que se corrige con una nalgada, por el contrario, está en el razonamiento y percepción del entorno que ahora se antoja más confuso por todo lo que emana de él.

Ojalá y en lugar de criticar la forma en que las autoridades tratan de solucionar esa problemática que está acrecentándose, nos sumemos a la causa y antes de decir que “antes con un cinturonazo tenía”, se piense “qué se debe hacer en conjunto para bien del niño”.

¡Hasta la próxima!

En repetidas ocasiones, estoy seguro, que a usted como a mí nos ha llegado a las redes sociales personales, publicaciones relacionadas al uso del cinturón, la chancla y otros objetos con el que se nos propinaron severas tundas cuando hacíamos cosas incorrectas o le faltábamos el respeto a las personas adultas. Cada una de las imágenes presentadas se remataba con una frase como “¡Este era el psicólogo que usó mi mamá!” y otras parecidas.

La generación de nosotros, “los cuarentones” y “treintones” quizá seamos los últimos que fuimos educados “a la antigüita” y sabemos que agarrar lo que no nos pertenece amerita un “manazo”. Contestar de forma ruda y mal educada, implica “un revés” en la boca. Hacer una travesura es corregido con una tanda de cinco “cuerazos” y así pudiera continuar con catálogo de acciones y su respectiva consecuencia.

Es más, el papá y la mamá podían acudir a la escuela y solicitarle amablemente a la maestra que, en caso de que “fulanito” o "zutanita” no entendiera, no hiciera caso, anduviera jugando y no trabajara, podía tomar la justicia en sus manos y aplicarle un correctivo físico con la aprobación anticipada de los mentores. Basta y sobra decir que había docentes que seguían la indicación al pie de la letra y tomaban al chiquillo como “pila de agua bendita”.

Hoy las cosas han cambiado y se ha llamado a los nuevos padres a predicar una “educación inteligente” basada en el respeto, la no violencia y la orientación. Los maestros tienen estrictamente prohibido tocar a los niños y en lugar de castigarlos frente a todos los compañeritos son enviados con el psicólogo del plantel para que, juntos, encuentren la raíz de su problema, compartirla con el mentor y los padres y, entre todos, darle una solución.

Aquí es donde aparece la crítica severa amparada en una comparativa parcial con el pasado: “¡Antes con dos o tres nalgadas ya se hubiera corregido y nada de psicólogos!” Curiosamente, la frase que fustiga no está encaminada a la persecución del fin, sino a la metodología para encontrar la mejor opción en el bienestar de la criatura.

Esta extensa introducción es obligada, en el marco del inicio de un nuevo ciclo escolar, puesto que las autoridades educativas incrementarán exponencialmente su atención en la orientación psicológica que deben tener los niños en todas las etapas de su educación para coadyuvar con el trabajo que ya hace el profesor dentro del aula.

Y es que las situaciones que actualmente tienen padres y maestros entre sus manos con las nuevas generaciones ya están muy lejanas de ser solucionadas con el uso de cinturón o de la chancla como meros correctores del rumbo que toman los jovencitos en su transitar por la vida y la forma en que se relacionan con los demás en sociedad.

Como lo dije antes, la comparativa es parcial.

Si partimos desde la premisa que los medios de comunicación con los que nosotros vivimos estaban alineados a las buenas costumbres, los valores, la educación y hasta llegaban a pecar de “inocentones” y, por otra parte, las noticias estaban regidas por conveniencia de unos cuantos, minimizando los pocos o muchos hechos de violencia hasta que pasaran desapercibidos y la agenda noticiosa era meramente política en favor del partido en el poder, entenderemos que nuestra generación estaba un tanto “ciega”, perdón por el uso del término; y aceptaba con totalidad y sin reproches a una figura de autoridad: padres, madres, maestros, abuelos, policías, gobernadores, presidentes, etcétera.

Caso contrario, en nuestros días, los niños consumen una cantidad inconmensurable de información al día proveniente del internet a través de sus diversas manifestaciones: páginas oficiales, plataformas de videos, de audios, de intercambio de datos, redes sociales y millones de escaparates que aparecen por día, cada vez más atractivos que sus respectivos antecesores. En los medios tradicionales, la información violenta ya no es escondida, sino sobreexpuesta con el fin de ganar audiencia o vender más ejemplares y los programas de media tarde teatralizan los problemas sociales dándoles soluciones inverosímiles mientras que las novelas prodigan los antivalores convirtiendo a los villanos, en los protagonistas de historias macabras.

Y lo que es peor, los pequeñines entran a la “moda” de los retos a través de los cuales, se les exhorta a imitar las situaciones que ven y “subirlas” a internet, volviéndose, además de consumidores, productores de eventos que no siempre son apropiados.

Todo ello ha superado a padres y maestros y la respuesta no está en un cinturón o una chancla. Va más allá, la solución debe ser más profunda y deberá partir de la identificación de aquello que está apegado a la moral y las buenas costumbres, diferenciándolo de lo que no es así, puesto que los problemas de conducta de hoy van más allá de una sencilla travesura que se corrige con una nalgada, por el contrario, está en el razonamiento y percepción del entorno que ahora se antoja más confuso por todo lo que emana de él.

Ojalá y en lugar de criticar la forma en que las autoridades tratan de solucionar esa problemática que está acrecentándose, nos sumemos a la causa y antes de decir que “antes con un cinturonazo tenía”, se piense “qué se debe hacer en conjunto para bien del niño”.

¡Hasta la próxima!