/ martes 28 de mayo de 2019

Cuidado con las máquinas

Garry Kasparov, campeón mundial de ajedrez, fue uno de los primeros en enfrentarse a la inteligencia artificial (IA), y sufrir una derrota.

En 1997 lo dominó la supercomputadora Deep Blue, IBM RS-6000 SP, cuyas versiones modernas consideran millones de movimientos por segundo.

Kasparov, uno de los supremos exponentes de una actividad en un tiempo considerada lo máximo en inteligencia humana, visitó México como embajador de Seguridad de una compañía del ciberspacio. Su cometido es concienciar acerca de la tecnología y sus consecuencias en problemas como la corrupción y las fake news, tema que no se puede “delimitar a un solo país o continente, sino que es algo que atañe a toda la humanidad, sin distinción de banderas, condiciones políticas y socioeconómicas”.

Es previsible el golpe interior de Kasparov el descubrir que una máquina pudiera sobrepasarlo en lo que él mejor hacía, y experimentar, al igual que el conjunto de la gente, la necesidad de defenderse del agravio de las máquinas hacia la naturaleza humana. En 1997 escuchamos decir a Kasparov que Deep Blue no lo superaría en una competencia real o que para una computadora es sencillo jugar una deslumbrante partida de ajedrez; pero que solo los humanos disfrutan del triunfo. Esta crisis de identidad sin resolver se extiende genéricamente hasta nuestros días. Sobre todo cuando decimos que somos máquinas racionales y las computadoras nos superan en el pensamiento racional (guardar, almacenar y memorizar), y al postular que somos máquinas sensibles y otros animales poseen impulsos y sentimientos aun en mayor grado que nosotros.

En un futuro próximo las máquinas no solo llevarán a cabo cálculos de mayor magnitud que lo que los humanos pueden realizar -en ciertos casos ya lo hacen-, sino que también efectuarán dictámenes médicos y jurídicos, desempeñarán tareas de sicoterapia y compondrán bella música y poesía; aunque se sepa que las computadoras dependen exclusivamente de reglas y los humanos pueden actuar intuitivamente de acuerdo a la experiencia. De acuerdo a ello, ¿cuan humana puede ser una computadora? Las teorías sicoanalíticas de Freud durante un tiempo iniciaron un saqueo sociobiológico que erosionó los fundamentos del espíritu humano. Las diferencias entre los humanos y los animales una a una han sido descartadas, y el altruismo, la cooperación, el sacrificio, el amor maternal son ahora considerados estrategias genéticas de un plan para la supervivencia que compartimos con otras especies. De esto que brutalmente nos ha sido arrebatado solo nos queda el pensamiento racional, somos animales pensantes, pero hasta eso está siendo ocupado por las computadoras. Y sin el raciocinio como nuestro coto sagrado, los humanos queremos saber si realmente existe un lugar para nosotros y para nadie más, dónde estar.

Quitando a los hackers, que son personas que “trabajan, comen, viven, duermen y respiran computadoras”, cuya vida y razón de ser gira en torno a estos artificios, la mayoría de la gente siente la obligación de resguardarse del ultraje de las máquinas hacia el individuo.

Existe la teoría de una intersección en la frontera que nos hace humanos, donde el impulso animal interactúa con la racionalidad mecánica. Así pues, las computadoras probablemente podrían simular el sentido trágico de la vida; pero vivirlo seguramente no, como dice la socióloga Sherry Turkle. En realidad “un ser que no nace de una madre, que no siente la vulnerabilidad de la infancia, un ser que no conoce la sexualidad o prevé la muerte es un extraño”.

Las computadoras quizás lleguen a ser muy poderosas, tanto o más que HAl en 2001; pero son seres a los que no ha “emboscado” la vida, ni saben de la exigencia de crecer, el miedo, el sudor frío en las manos, el enamorarse, el imperativo de reproducirse y la perspectiva de la muerte, entre muchas otras cosas, y por ese motivo les está vedado el ingreso a la cálida región que llamamos empatía, reservada “exclusivamente” para los humanos.

En eso confiamos.

Garry Kasparov, campeón mundial de ajedrez, fue uno de los primeros en enfrentarse a la inteligencia artificial (IA), y sufrir una derrota.

En 1997 lo dominó la supercomputadora Deep Blue, IBM RS-6000 SP, cuyas versiones modernas consideran millones de movimientos por segundo.

Kasparov, uno de los supremos exponentes de una actividad en un tiempo considerada lo máximo en inteligencia humana, visitó México como embajador de Seguridad de una compañía del ciberspacio. Su cometido es concienciar acerca de la tecnología y sus consecuencias en problemas como la corrupción y las fake news, tema que no se puede “delimitar a un solo país o continente, sino que es algo que atañe a toda la humanidad, sin distinción de banderas, condiciones políticas y socioeconómicas”.

Es previsible el golpe interior de Kasparov el descubrir que una máquina pudiera sobrepasarlo en lo que él mejor hacía, y experimentar, al igual que el conjunto de la gente, la necesidad de defenderse del agravio de las máquinas hacia la naturaleza humana. En 1997 escuchamos decir a Kasparov que Deep Blue no lo superaría en una competencia real o que para una computadora es sencillo jugar una deslumbrante partida de ajedrez; pero que solo los humanos disfrutan del triunfo. Esta crisis de identidad sin resolver se extiende genéricamente hasta nuestros días. Sobre todo cuando decimos que somos máquinas racionales y las computadoras nos superan en el pensamiento racional (guardar, almacenar y memorizar), y al postular que somos máquinas sensibles y otros animales poseen impulsos y sentimientos aun en mayor grado que nosotros.

En un futuro próximo las máquinas no solo llevarán a cabo cálculos de mayor magnitud que lo que los humanos pueden realizar -en ciertos casos ya lo hacen-, sino que también efectuarán dictámenes médicos y jurídicos, desempeñarán tareas de sicoterapia y compondrán bella música y poesía; aunque se sepa que las computadoras dependen exclusivamente de reglas y los humanos pueden actuar intuitivamente de acuerdo a la experiencia. De acuerdo a ello, ¿cuan humana puede ser una computadora? Las teorías sicoanalíticas de Freud durante un tiempo iniciaron un saqueo sociobiológico que erosionó los fundamentos del espíritu humano. Las diferencias entre los humanos y los animales una a una han sido descartadas, y el altruismo, la cooperación, el sacrificio, el amor maternal son ahora considerados estrategias genéticas de un plan para la supervivencia que compartimos con otras especies. De esto que brutalmente nos ha sido arrebatado solo nos queda el pensamiento racional, somos animales pensantes, pero hasta eso está siendo ocupado por las computadoras. Y sin el raciocinio como nuestro coto sagrado, los humanos queremos saber si realmente existe un lugar para nosotros y para nadie más, dónde estar.

Quitando a los hackers, que son personas que “trabajan, comen, viven, duermen y respiran computadoras”, cuya vida y razón de ser gira en torno a estos artificios, la mayoría de la gente siente la obligación de resguardarse del ultraje de las máquinas hacia el individuo.

Existe la teoría de una intersección en la frontera que nos hace humanos, donde el impulso animal interactúa con la racionalidad mecánica. Así pues, las computadoras probablemente podrían simular el sentido trágico de la vida; pero vivirlo seguramente no, como dice la socióloga Sherry Turkle. En realidad “un ser que no nace de una madre, que no siente la vulnerabilidad de la infancia, un ser que no conoce la sexualidad o prevé la muerte es un extraño”.

Las computadoras quizás lleguen a ser muy poderosas, tanto o más que HAl en 2001; pero son seres a los que no ha “emboscado” la vida, ni saben de la exigencia de crecer, el miedo, el sudor frío en las manos, el enamorarse, el imperativo de reproducirse y la perspectiva de la muerte, entre muchas otras cosas, y por ese motivo les está vedado el ingreso a la cálida región que llamamos empatía, reservada “exclusivamente” para los humanos.

En eso confiamos.