/ domingo 15 de agosto de 2021

Culpa y responsabilidad

¿Se debe sentir culpa por algo que no hicimos, ni estuvo en nuestras manos evitar?

En cierta ocasión con motivo de una conferencia que impartían víctimas sobrevivientes de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, una asistente de nacionalidad alemana pidió la palabra y con lágrimas en los ojos y la voz quebrada dijo sentirse profundamente culpable por sufrimiento que padecieron los judíos a manos de los líderes políticos nacionalsocialistas, la respuesta de uno de los conferenciantes judíos no pudo ser más sorprendente.

En principio rechazó la posibilidad de que ella pudiera sentir culpa por algo que sucedió cuando aún no había nacido, haciendo parecer ridículo el desplante de sensiblería que era políticamente correcto, pero éticamente deshonesto.

Después de todo en cuanto hace a entidades de grupos humanos organizados que tienen éxito de trascender en el tiempo estos pueden ser responsables para hacerse cargo del pasado, pero no culpables de los daños causados por sus ancestros.

Lo anterior viene a colación en relación con el debate suscitado con motivo de la celebración del aniversario de la caída de la gran Tenochtitlan a manos de Hernán Cortés en compañía de otras tribus nativas que padecían el yugo de los aztecas.

Si bien es cierto que el proceso de invasión y conquista española fue cruel, violento y por lo tanto reprobable moralmente desde la perspectiva moderna, también lo es que desde la perspectiva de los conquistadores españoles e incluso desde la que habían impuesto los propios ahora derrotados aztecas otrora imperio, era la correcta.

Por ejemplo, tan pronto como en el año de 1511, Erasmo de Rotterdam, el más grande humanista del renacimiento publicaba su obra Elogio de la Locura, cuando 10 años después los españoles capturaban la ciudad de Tenochtitlan junto a sus líderes.

Es decir, los valores humanistas y de dignidad de las personas se encontraban en estado germinal y en su momento se reservaban para personas del mismo rango social, con todo y que se apelaba a una cierta naturaleza humana para legitimarlos.

En esa época los pueblos indígenas, pero también los aborígenes en cualquier latitud del planeta eran vistos desde el prejuicio de la superioridad europea que se alimentaba por el orgullo de sus creaciones artísticas, organización social y desarrollo industrial.

Posteriormente, con la llegada de la Revolución Francesa, la ilustración, el desarrollo industrial y comercial se hizo posible que el humanismo se difundiera al resto del planeta de manera consistente, lo que a lo postre posibilitó movimientos emancipadores en la América Latina siendo la Independencia de México uno de ellos, cuenta la historia, por ejemplo, que Miguel Hidalgo y Costilla era un asiduo lector del dramaturgo francés Moliere y producía las puestas en escena de sus obras.

No podemos sentirnos culpables de lo que vivieron los pueblos nativos a manos de los españoles y menos hablar desde la otredad de lo español como si esto nos resultara ajeno.

En cambio, podemos optar por sentirnos responsables de esa casi cuarta parte de la población indígena que integra nuestro país, en principio propiciando su fuga de la esclavitud moderna en la que se ha convertido la marginación y pobreza, y a la que hemos confinado sus posibilidades de desarrollo humano.

Regeneración.

¿Se debe sentir culpa por algo que no hicimos, ni estuvo en nuestras manos evitar?

En cierta ocasión con motivo de una conferencia que impartían víctimas sobrevivientes de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, una asistente de nacionalidad alemana pidió la palabra y con lágrimas en los ojos y la voz quebrada dijo sentirse profundamente culpable por sufrimiento que padecieron los judíos a manos de los líderes políticos nacionalsocialistas, la respuesta de uno de los conferenciantes judíos no pudo ser más sorprendente.

En principio rechazó la posibilidad de que ella pudiera sentir culpa por algo que sucedió cuando aún no había nacido, haciendo parecer ridículo el desplante de sensiblería que era políticamente correcto, pero éticamente deshonesto.

Después de todo en cuanto hace a entidades de grupos humanos organizados que tienen éxito de trascender en el tiempo estos pueden ser responsables para hacerse cargo del pasado, pero no culpables de los daños causados por sus ancestros.

Lo anterior viene a colación en relación con el debate suscitado con motivo de la celebración del aniversario de la caída de la gran Tenochtitlan a manos de Hernán Cortés en compañía de otras tribus nativas que padecían el yugo de los aztecas.

Si bien es cierto que el proceso de invasión y conquista española fue cruel, violento y por lo tanto reprobable moralmente desde la perspectiva moderna, también lo es que desde la perspectiva de los conquistadores españoles e incluso desde la que habían impuesto los propios ahora derrotados aztecas otrora imperio, era la correcta.

Por ejemplo, tan pronto como en el año de 1511, Erasmo de Rotterdam, el más grande humanista del renacimiento publicaba su obra Elogio de la Locura, cuando 10 años después los españoles capturaban la ciudad de Tenochtitlan junto a sus líderes.

Es decir, los valores humanistas y de dignidad de las personas se encontraban en estado germinal y en su momento se reservaban para personas del mismo rango social, con todo y que se apelaba a una cierta naturaleza humana para legitimarlos.

En esa época los pueblos indígenas, pero también los aborígenes en cualquier latitud del planeta eran vistos desde el prejuicio de la superioridad europea que se alimentaba por el orgullo de sus creaciones artísticas, organización social y desarrollo industrial.

Posteriormente, con la llegada de la Revolución Francesa, la ilustración, el desarrollo industrial y comercial se hizo posible que el humanismo se difundiera al resto del planeta de manera consistente, lo que a lo postre posibilitó movimientos emancipadores en la América Latina siendo la Independencia de México uno de ellos, cuenta la historia, por ejemplo, que Miguel Hidalgo y Costilla era un asiduo lector del dramaturgo francés Moliere y producía las puestas en escena de sus obras.

No podemos sentirnos culpables de lo que vivieron los pueblos nativos a manos de los españoles y menos hablar desde la otredad de lo español como si esto nos resultara ajeno.

En cambio, podemos optar por sentirnos responsables de esa casi cuarta parte de la población indígena que integra nuestro país, en principio propiciando su fuga de la esclavitud moderna en la que se ha convertido la marginación y pobreza, y a la que hemos confinado sus posibilidades de desarrollo humano.

Regeneración.