/ jueves 28 de noviembre de 2019

De las apariencias

Una de las fechas que más odiaba de niña era el regreso a clases después de Navidad. El solo hecho de pensar que debía llevar a la escuela el juguete o lo que fuese que me hubiese traído Santa Claus causaba pavor en mí pues no fui una niña a la que le compraran demasiados juguetes, y ese hecho me provocaba angustia por no estar a la "altura" de mis otras compañeras de clase.

El hecho es que por mucho tiempo llevé la misma muñeca una y otra vez, únicamente le cambiaba el vestido por algún otro que mi hermana me hiciera y así cumplía con el requisito sin sentirme tan mal por no tener más que una muñeca cuando mis compañeras tenían varias, aunque al final ni jugaran con todas.

Cuando crecí comprendí que ese malestar no tenía razón de ser, es más, ahora comprendo que tener solo una muñeca me sirvió mucho para apreciar lo que se tiene en el momento que se tiene.

Aunque en esta época de poco serviría ese pensamiento pues nos hemos convertido en una sociedad de consumo sin ton ni son y somos esclavos no de nuestros deseos, sino de la expectativa que otros tienen de nosotros.

En una carrera sin meta donde anhelamos tener lo que otros poseen, hacemos de los objetos una necesidad para alcanzar cierto estatus estúpido dentro de una sociedad de consumo sin freno donde el éxito se mide por la cantidad de dinero que posees o los autos de lujo que tienes en el garage.

Errantes como autómatas compramos no para satisfacer una necesidad básica propia sino para satisfacer una necesidad de una sociedad elitista y global que anhela siempre más y más.

Anhelamos el lujo y la comodidad del ambiente hedonista donde todo está permitido aunque para alcanzarlo las nuevas generaciones principalmente, tengan que vender su juventud por dinero ante una distorsión de valores donde se ve como un dios al que transa e infringe la ley y sale victorioso, donde llamamos chingon a aquel que compra autoridades o escapa de ellas, al que viola los derechos de los otros en aras de su beneficio, o al que tiene dinero y lujos sin importar cómo los obtuvo y hasta le hacemos novelas y películas sin percatarnos siquiera que hacemos apología de un mundo fatuo y vacío lleno de iniquidad.

Es nuestra culpa por admirar el tener sin importar el cómo y por lo mismo hemos vuelto héroes a corruptos y delincuentes, los cuales perdiendo todo respeto a la ley se exhiben en redes sociales con sus armas acumulando likes de gente que ha sucumbido ante las apariencias.

En la antigüedad los filósofos y humanistas gustaban de tener el cráneo de un hombre siempre sobre su escritorio con el único fin de recordar que su paso por el mundo era corto y efímero, lo que servía para dar el justo valor a las cosas en el tiempo en que se tenían ya que tarde o temprano uno siempre se separa de lo que ama pues ante la muerte el rico deja de serlo y el pobre también. Es la muerte el final de nuestra carrera desmedida de posesión.

El tener jamás sustituirá el ser. Nuestra inseguridad aflora por temor a no ser aceptados o a no cumplir las expectativas que otros tienen de nosotros, sin percatarnos que al igual que mi muñeca, los objetos solo satisfacen una necesidad pasajera mientras que nuestros pensamientos y valores marcan nuestra vida y nuestro proceder, que será lo que al final de cuentas la gente recuerde de nosotros cuando nos marchemos.

Una de las fechas que más odiaba de niña era el regreso a clases después de Navidad. El solo hecho de pensar que debía llevar a la escuela el juguete o lo que fuese que me hubiese traído Santa Claus causaba pavor en mí pues no fui una niña a la que le compraran demasiados juguetes, y ese hecho me provocaba angustia por no estar a la "altura" de mis otras compañeras de clase.

El hecho es que por mucho tiempo llevé la misma muñeca una y otra vez, únicamente le cambiaba el vestido por algún otro que mi hermana me hiciera y así cumplía con el requisito sin sentirme tan mal por no tener más que una muñeca cuando mis compañeras tenían varias, aunque al final ni jugaran con todas.

Cuando crecí comprendí que ese malestar no tenía razón de ser, es más, ahora comprendo que tener solo una muñeca me sirvió mucho para apreciar lo que se tiene en el momento que se tiene.

Aunque en esta época de poco serviría ese pensamiento pues nos hemos convertido en una sociedad de consumo sin ton ni son y somos esclavos no de nuestros deseos, sino de la expectativa que otros tienen de nosotros.

En una carrera sin meta donde anhelamos tener lo que otros poseen, hacemos de los objetos una necesidad para alcanzar cierto estatus estúpido dentro de una sociedad de consumo sin freno donde el éxito se mide por la cantidad de dinero que posees o los autos de lujo que tienes en el garage.

Errantes como autómatas compramos no para satisfacer una necesidad básica propia sino para satisfacer una necesidad de una sociedad elitista y global que anhela siempre más y más.

Anhelamos el lujo y la comodidad del ambiente hedonista donde todo está permitido aunque para alcanzarlo las nuevas generaciones principalmente, tengan que vender su juventud por dinero ante una distorsión de valores donde se ve como un dios al que transa e infringe la ley y sale victorioso, donde llamamos chingon a aquel que compra autoridades o escapa de ellas, al que viola los derechos de los otros en aras de su beneficio, o al que tiene dinero y lujos sin importar cómo los obtuvo y hasta le hacemos novelas y películas sin percatarnos siquiera que hacemos apología de un mundo fatuo y vacío lleno de iniquidad.

Es nuestra culpa por admirar el tener sin importar el cómo y por lo mismo hemos vuelto héroes a corruptos y delincuentes, los cuales perdiendo todo respeto a la ley se exhiben en redes sociales con sus armas acumulando likes de gente que ha sucumbido ante las apariencias.

En la antigüedad los filósofos y humanistas gustaban de tener el cráneo de un hombre siempre sobre su escritorio con el único fin de recordar que su paso por el mundo era corto y efímero, lo que servía para dar el justo valor a las cosas en el tiempo en que se tenían ya que tarde o temprano uno siempre se separa de lo que ama pues ante la muerte el rico deja de serlo y el pobre también. Es la muerte el final de nuestra carrera desmedida de posesión.

El tener jamás sustituirá el ser. Nuestra inseguridad aflora por temor a no ser aceptados o a no cumplir las expectativas que otros tienen de nosotros, sin percatarnos que al igual que mi muñeca, los objetos solo satisfacen una necesidad pasajera mientras que nuestros pensamientos y valores marcan nuestra vida y nuestro proceder, que será lo que al final de cuentas la gente recuerde de nosotros cuando nos marchemos.