/ sábado 11 de mayo de 2019

De lo absurdo y kafkiano

Franz Kafka, por su condición de judío-checo, dentro del imperio de Austria-Hungría, tenía un “hándicap”, lo mismo entre los alemanes que entre los checos, aseguran sus biógrafos; pero tratar de “explicar” a este autor con motivos raciales y políticos representa una visión limitada.

En realidad, la influencia de su padre, Herman Kafka, un rico comerciante de Praga, de carácter atrabiliario y déspota, ensombreció toda su vida. No obstante, fue el intratable Herman, quien moldeó la personalidad de Franz, y dio al mundo ocasión de conocer lo “kafkiano”.

La ansiedad imprime un sello a las obras de Kafka. En el agrimensor, protagonista de El Castillo, encontramos la angustia que atrapa al lector, pretendiendo adivinar un final que es ilógico, porque el desenlace no llega nunca, lo mismo que el finiquito de la angustia.

No faltan los críticos, filósofos, literatos y hasta lectores en general que aseguran comprender la intención oculta en los relatos de Kafka. Vano objetivo, ya que como un ser solitario el escritor esconde un acertijo descifrado por pocos o… nadie.

Kafka, nacido en Praga en el año de 1883, tuvo en El Castillo la más excelsa de sus obras; sin embargo, El Proceso es la que causó mayor sensación en el mundo entero. Esta novela refleja las dudas y la obsesión angustiosa de toda su vida. “El personaje de la obra comparece ante un tribunal, que se niega a decirle de qué se le acusa. Es el propio acusado quien tiene que declarar cuáles son sus culpas. Y no puede hacerlo porque él las desconoce”.

Franz había sido novio de una Berlinesa Felice; pero fue con la joven escritora Milena Jesenka, de la alta burguesía checa, con quien conoció por primera vez…el amor romántico. Mas no hubo casamiento, porque Milena… estaba ya casada.

En 1922 Kafka escribió El Castillo, su obra cumbre. Solo dos años de vida tenía por delante. En unas vacaciones en el Báltico conoció a Dora Dymant, su último amor. Viajaron a Berlín para alejarse de la influencia de su tiránico padre. Pero Franz iba muy enfermo. La tuberculosis le provocaba una faringitis aguda que le entorpecía el habla. Pese a todo, hicieron proyectos para un nuevo comienzo. Franz hizo que Dora quemara en su presencia casi todos sus manuscritos inéditos. Fueron unos cuantos meses de amor e ilusiones, hasta que Franz murió en Kierling, cerca de Viena, el 3 de junio de 1924, a la edad de 41 años, en medio de terribles dolores, pues el medico que lo cuidaba se negó a suministrarle morfina.

Al poco tiempo, en un cementerio de Praga, junto a Kafka, fue enterrado Hermann Kafka, su temible padre.

NOTA DEL DÍA - Andre Breton es el padre del movimiento literario surrealista, que versa sobre lo ilógico. Esta teoría nació a principios del siglo XX en Francia. Breton vino hace muchos años a México con objeto de hacer presentaciones y dictar conferencias a intelectuales y personas interesadas en su doctrina filosófica, cuando repentinamente anunció que regresaba a su país. Al maestro le preguntaron el por qué se despedía tan de improviso. “Es que aquí ya no tengo nada que enseñar”, dijo el artífice del surrealismo.

Franz Kafka, por su condición de judío-checo, dentro del imperio de Austria-Hungría, tenía un “hándicap”, lo mismo entre los alemanes que entre los checos, aseguran sus biógrafos; pero tratar de “explicar” a este autor con motivos raciales y políticos representa una visión limitada.

En realidad, la influencia de su padre, Herman Kafka, un rico comerciante de Praga, de carácter atrabiliario y déspota, ensombreció toda su vida. No obstante, fue el intratable Herman, quien moldeó la personalidad de Franz, y dio al mundo ocasión de conocer lo “kafkiano”.

La ansiedad imprime un sello a las obras de Kafka. En el agrimensor, protagonista de El Castillo, encontramos la angustia que atrapa al lector, pretendiendo adivinar un final que es ilógico, porque el desenlace no llega nunca, lo mismo que el finiquito de la angustia.

No faltan los críticos, filósofos, literatos y hasta lectores en general que aseguran comprender la intención oculta en los relatos de Kafka. Vano objetivo, ya que como un ser solitario el escritor esconde un acertijo descifrado por pocos o… nadie.

Kafka, nacido en Praga en el año de 1883, tuvo en El Castillo la más excelsa de sus obras; sin embargo, El Proceso es la que causó mayor sensación en el mundo entero. Esta novela refleja las dudas y la obsesión angustiosa de toda su vida. “El personaje de la obra comparece ante un tribunal, que se niega a decirle de qué se le acusa. Es el propio acusado quien tiene que declarar cuáles son sus culpas. Y no puede hacerlo porque él las desconoce”.

Franz había sido novio de una Berlinesa Felice; pero fue con la joven escritora Milena Jesenka, de la alta burguesía checa, con quien conoció por primera vez…el amor romántico. Mas no hubo casamiento, porque Milena… estaba ya casada.

En 1922 Kafka escribió El Castillo, su obra cumbre. Solo dos años de vida tenía por delante. En unas vacaciones en el Báltico conoció a Dora Dymant, su último amor. Viajaron a Berlín para alejarse de la influencia de su tiránico padre. Pero Franz iba muy enfermo. La tuberculosis le provocaba una faringitis aguda que le entorpecía el habla. Pese a todo, hicieron proyectos para un nuevo comienzo. Franz hizo que Dora quemara en su presencia casi todos sus manuscritos inéditos. Fueron unos cuantos meses de amor e ilusiones, hasta que Franz murió en Kierling, cerca de Viena, el 3 de junio de 1924, a la edad de 41 años, en medio de terribles dolores, pues el medico que lo cuidaba se negó a suministrarle morfina.

Al poco tiempo, en un cementerio de Praga, junto a Kafka, fue enterrado Hermann Kafka, su temible padre.

NOTA DEL DÍA - Andre Breton es el padre del movimiento literario surrealista, que versa sobre lo ilógico. Esta teoría nació a principios del siglo XX en Francia. Breton vino hace muchos años a México con objeto de hacer presentaciones y dictar conferencias a intelectuales y personas interesadas en su doctrina filosófica, cuando repentinamente anunció que regresaba a su país. Al maestro le preguntaron el por qué se despedía tan de improviso. “Es que aquí ya no tengo nada que enseñar”, dijo el artífice del surrealismo.