/ domingo 30 de diciembre de 2018

De propósitos y otras utopías

---disfruta el día: porque aquel que vendrá, te traerá mayor gozo…

Horacio.

Si usted ya hizo su lista de buenos deseos para el año que recién comenzó, tal vez sea aún tiempo de que añada algunos otros que le quedaron pendientes y que harán trascendente su vida y no sólo la maquillen. Tal vez sea tiempo aún de añadir propósitos que incrementen sus activos humanos, intangibles y olvidados y no de cuidar tan sólo de los físicos y financieros que tanto le preocupan en torno a los cuales, sin embargo, ha centrado sus propuestas y expectativas de año nuevo.

Puede incluir, por ejemplo, en sus innovadores ejercicios aeróbicos con los que pretende mantenerse en forma otros ejercicios, que además de dar tonicidad a su cuerpo, darán robustez a su espíritu, tales como sonreír, agradecer y soñar. Puede incorporar a su diaria caminata un esfuerzo adicional que sea capaz de aumentar el vigor de su corazón, como es el amar, el respetar y el perdonar. Y puede proponerse equilibrar su esfuerzo por cuidar su físico, con algo que tenga que ver con el cuidado de su alma.

Propóngase, en buena hora, disminuir de peso, pero aumente el de su responsabilidad con su familia y con aquellos que ama. Abandone el cigarrillo, pero disminuya en la misma proporción su contribución a la contaminación social; ahorre, pero no escatime la donación de sí mismo con sus hijos; preste atención a su reloj biológico pero escuche también y no sólo oiga los reclamos que por su falta de empatía le hacen su esposa y sus compañeros de trabajo y trate de que su imagen corporal sea el reflejo vivo de la grandeza de su espíritu.

Propóngase disminuir su tiempo de televisión y el que dedica a su celular, para aumentar el que dedica a la plática con sus seres queridos; revise los indicadores del equilibrio de su cuerpo, pero también los niveles de sus relaciones con los demás y ponga como horizonte de su existencia no sólo su salud sino también la vulnerabilidad ajena. Y cuide su dieta pero no incluya en ella eliminar la donación, el cariño y la ternura, que necesitan aquellos que ama, para crecer.

Porque, si lo mira usted bien, su cuidado exterior no basta si no incluye también su cuidado interior; la preocupación por las cosas materiales es insuficiente si no supone una preocupación semejante por los bienes intangibles que le nutren el alma, y si no quiere ser rico en sólo una parte de sí mismo, sino también en aquellos pequeños tesoros que en verdad le engrandecen, tenga presente que el cuidado por los demás debe ser, si quiere realmente sentirse usted completo, una posibilidad siempre abierta para su corazón.

Propóngase usted sentarse con sus hijos a conversar sobre el sentido de la vida; descubra la fascinación que hay en hacer cosas juntos, esas para las que no siempre encuentra tiempo y en lugar de enajenarse viendo programas insulsos y pobres o en el “live streaming”, rete su mente con cosas que deveras le desafíen. Propóngase compartir con su familia tanto como con sus amigos; dése tiempo para contemplar amaneceres y atardeceres y descubra en ellos esa Inteligencia Superior que lo trasciende y medite sobre ello sin atemorizarse y sienta juntamente con los suyos, el subyugante estruendo de la vida corriendo por sus venas, como una bendición que se disfruta y no como un designio que se soporta y entenderá así cuán gratificante es perseguir la felicidad en lugar de sentarse a esperarla.

La gran paradoja de nuestro tiempo es que hemos confundido lo que nos reclama la vanidad, con aquello que vale la pena obtener. Por buscar lo material y tangible hemos hecho a un lado lo inmaterial e intangible; por tener nos hemos olvidado de ser y por caminar demasiado aprisa, hemos hecho caso omiso de la belleza del camino. En gran medida nuestros propósitos de año nuevo se nos van convirtiendo en utopías porque sólo contemplan una parte de nuestra naturaleza, aquella que ve con egoísmo el cuidado personal e inmediato y se olvidan del cuidado interpersonal y mediato y por ello el tiempo se encarga de borrar nuestros buenos deseos, que sólo miran lo posible y lo aceptan como importante, sin preocuparse por si realmente lo es.

Porque podemos dimensionar nuestra vida como un espacio para construír o como un lapso para ser consumido por la insensatez del despropósito: si aceptamos la primera premisa nuestro devenir temporal será el esfuerzo por el que haremos trascendente nuestro camino y nuestras utopías serán realidades. Pero si optamos por la segunda premisa, nuestros propósitos serán tan sólo sueños reciclados año con año y con los cuales maquillamos nuestra fugaz temporalidad, pudiendo ser, como sabiamente dice el poeta, fecundas espigas con las que otros nutrirán sus ansias, cuando finalmente seamos convertidos, como bellamente dice Gibrán,


en pan para ser ofrecido en las fiestas de Dios.

---disfruta el día: porque aquel que vendrá, te traerá mayor gozo…

Horacio.

Si usted ya hizo su lista de buenos deseos para el año que recién comenzó, tal vez sea aún tiempo de que añada algunos otros que le quedaron pendientes y que harán trascendente su vida y no sólo la maquillen. Tal vez sea tiempo aún de añadir propósitos que incrementen sus activos humanos, intangibles y olvidados y no de cuidar tan sólo de los físicos y financieros que tanto le preocupan en torno a los cuales, sin embargo, ha centrado sus propuestas y expectativas de año nuevo.

Puede incluir, por ejemplo, en sus innovadores ejercicios aeróbicos con los que pretende mantenerse en forma otros ejercicios, que además de dar tonicidad a su cuerpo, darán robustez a su espíritu, tales como sonreír, agradecer y soñar. Puede incorporar a su diaria caminata un esfuerzo adicional que sea capaz de aumentar el vigor de su corazón, como es el amar, el respetar y el perdonar. Y puede proponerse equilibrar su esfuerzo por cuidar su físico, con algo que tenga que ver con el cuidado de su alma.

Propóngase, en buena hora, disminuir de peso, pero aumente el de su responsabilidad con su familia y con aquellos que ama. Abandone el cigarrillo, pero disminuya en la misma proporción su contribución a la contaminación social; ahorre, pero no escatime la donación de sí mismo con sus hijos; preste atención a su reloj biológico pero escuche también y no sólo oiga los reclamos que por su falta de empatía le hacen su esposa y sus compañeros de trabajo y trate de que su imagen corporal sea el reflejo vivo de la grandeza de su espíritu.

Propóngase disminuir su tiempo de televisión y el que dedica a su celular, para aumentar el que dedica a la plática con sus seres queridos; revise los indicadores del equilibrio de su cuerpo, pero también los niveles de sus relaciones con los demás y ponga como horizonte de su existencia no sólo su salud sino también la vulnerabilidad ajena. Y cuide su dieta pero no incluya en ella eliminar la donación, el cariño y la ternura, que necesitan aquellos que ama, para crecer.

Porque, si lo mira usted bien, su cuidado exterior no basta si no incluye también su cuidado interior; la preocupación por las cosas materiales es insuficiente si no supone una preocupación semejante por los bienes intangibles que le nutren el alma, y si no quiere ser rico en sólo una parte de sí mismo, sino también en aquellos pequeños tesoros que en verdad le engrandecen, tenga presente que el cuidado por los demás debe ser, si quiere realmente sentirse usted completo, una posibilidad siempre abierta para su corazón.

Propóngase usted sentarse con sus hijos a conversar sobre el sentido de la vida; descubra la fascinación que hay en hacer cosas juntos, esas para las que no siempre encuentra tiempo y en lugar de enajenarse viendo programas insulsos y pobres o en el “live streaming”, rete su mente con cosas que deveras le desafíen. Propóngase compartir con su familia tanto como con sus amigos; dése tiempo para contemplar amaneceres y atardeceres y descubra en ellos esa Inteligencia Superior que lo trasciende y medite sobre ello sin atemorizarse y sienta juntamente con los suyos, el subyugante estruendo de la vida corriendo por sus venas, como una bendición que se disfruta y no como un designio que se soporta y entenderá así cuán gratificante es perseguir la felicidad en lugar de sentarse a esperarla.

La gran paradoja de nuestro tiempo es que hemos confundido lo que nos reclama la vanidad, con aquello que vale la pena obtener. Por buscar lo material y tangible hemos hecho a un lado lo inmaterial e intangible; por tener nos hemos olvidado de ser y por caminar demasiado aprisa, hemos hecho caso omiso de la belleza del camino. En gran medida nuestros propósitos de año nuevo se nos van convirtiendo en utopías porque sólo contemplan una parte de nuestra naturaleza, aquella que ve con egoísmo el cuidado personal e inmediato y se olvidan del cuidado interpersonal y mediato y por ello el tiempo se encarga de borrar nuestros buenos deseos, que sólo miran lo posible y lo aceptan como importante, sin preocuparse por si realmente lo es.

Porque podemos dimensionar nuestra vida como un espacio para construír o como un lapso para ser consumido por la insensatez del despropósito: si aceptamos la primera premisa nuestro devenir temporal será el esfuerzo por el que haremos trascendente nuestro camino y nuestras utopías serán realidades. Pero si optamos por la segunda premisa, nuestros propósitos serán tan sólo sueños reciclados año con año y con los cuales maquillamos nuestra fugaz temporalidad, pudiendo ser, como sabiamente dice el poeta, fecundas espigas con las que otros nutrirán sus ansias, cuando finalmente seamos convertidos, como bellamente dice Gibrán,


en pan para ser ofrecido en las fiestas de Dios.