/ lunes 7 de enero de 2019

Con café y a media luz | De vuelta a la realidad

El profesor Marco Durán, oriundo de estas tierras, es un apasionado de la educación. En alguna ocasión que tuve la oportunidad de platicar con él, le pregunté sobre la definición para ese vocablo tan precioso: “Educación”. Y atinadamente me contestó: “Es el acto de transmitir conocimientos científicos y tecnológicos de manera metodológica y dosificada de una generación previa a una generación posterior”.

Quizá, algunos investigadores expertos en este tema agregarían algo así como “adaptable a las circunstancias históricas y sociales de una comunidad determinada”, o “con el compromiso de volver competentes a los ciudadanos”, por aquellos detalles de la evolución de los paradigmas y cambios que tienen la sociedad. Tal vez se refieran a cuestiones económicas, modelos de convivencia, desarrollos de individuos en contextos virtuales y más.

Abro la entrega de este día con esos dos párrafos, pues durante el periodo de vacaciones tuve la oportunidad de encontrarme con dos personas que laboran frente a grupo en diferentes escuelas primarias públicas de la localidad y ambas coincidieron preocupadas en los cambios que sufrirán los procesos educativos durante el presente sexenio.

Más allá de la reforma educativa y las aristas políticas que esta trajo consigo que, por cierto, y en opinión muy particular, tenía más beneficios que perjuicios, los docentes que le narro se referían a los contenidos programáticos, la distribución de la carga horaria, la adaptación de los temas a circunstancias ajenas al plantel y otros detalles que, en estos momentos, se escapan de mi memoria.

Debemos partir del hecho de que todos los profesores son seres humanos y en mayor o menor medida son víctimas de su propia humanidad. A veces se les olvidan las cosas, la pereza se adueña de ellos, el fastidio los fustiga, la desesperación les nubla la razón, la frustración les enfada, el cambio les aterra, la evolución los consterna y la inseguridad les ocasiona todo tipo angustias, además de ello son proclives a vivir todas las manifestaciones negativas de la personalidad que usted y yo compartimos, gentil amigo lector.

Por lo anteriormente escrito, no es de extrañarse que muchos no sepan qué hacer ahora que se ha derogado la reforma educativa y vengan nuevos cambios cuando apenas y se estaban adaptando al modelo educativo del sexenio pasado en el que las evaluaciones fueron una constante y un tormento para los profesores, particularmente para aquellos que, de la noche a la mañana, se vieron “favorecidos” por una plaza heredada, comprada, apadrinada y que nunca pasaron por una escuela normalista.

Y es que en gran medida la información académica útil para el desarrollo del niño en la comunidad ha sido, hasta cierto punto, subvalorada. Le suplico que no me mal entienda, no estoy denostando el trabajo del docente ni el valor de su esfuerzo, simplemente le hago una observación a la forma en que se ofrece el servicio educativo.

A nivel elemental los catedráticos deben ajustar el contenido de las materias para “medio enseñar” lo que les marca el calendario sin quitarle tiempo al profesor de educación física y al “teacher” de inglés. Como si ceder la media hora del recreo no fuera suficiente, también deben “otorgar” tiempo para unos “clubes” que lo mismo son de música, danza, matemáticas, declamación, pintura, horticultura, etcétera.

Usted recordará que, por allá en los ochentas, el municipio tenía la obligación de poner a disposición de la sociedad espacios culturales y deportivos para que los padres pudieran llevar a los pequeños a desarrollar otras áreas de la personalidad ajenas al quehacer académico. Esos institutos siguen abiertos, han mejorados sus instalaciones, incrementados su oferta y profesionalizado a los facilitadores que allí laboran. Curiosamente, el padre y madre de familia están esperando que “todo” lo haga la escuela en medio día de labor, obviando el compromiso que también tienen en la formación integral de su hijo o hija.

A nivel secundaria, esos “clubes” vinieron a sustituir a los talleres. Si bien es cierto que, por lo menos, en nuestra zona conurbada, casi el cien por ciento de los jovencitos que egresan del nivel medio básico continúan con su formación preparatoria en bachilleratos técnicos o en escuelas adscritas a la máxima casa de estudios, también es verdad que estos talleres, permitían a los que no podían continuar con su proceso educativo, iniciarse en un oficio para poder subsistir.

Usted recordará que había carpintería, electricidad, electrónica, soldadura, secretariado, corte y confección de vestido, cocina y seguramente otros que desconozco. Hoy, a voz expresa de uno de los maestros con los que charlé, los “clubes”, no son otra cosa que momentos de esparcimiento en los que se pierde tiempo y los jovencitos lo toman a chacota y juego. Son meramente recreativos.

A nivel superior, ¿Qué le digo?, recientemente un amigo fue llamado para dar clases en una prestigiada universidad privada y, en la entrevista de trabajo, la jefa del recurso humano le cuestionó: ¿Cómo le haría usted para llamarle la atención a un alumno que le faltó al respeto, sin que el joven se sienta agredido y no deserte? Mi amigo se sorprendió pues, aunque le queda claro que en planteles como ese la educación es un negocio, también debe verse como un servicio de sumo valor y prestigio que se debe respetar por todas las partes que inciden en fenómeno educativo: Estudiante, profesor y directivos que representan a la institución.

Este día, maestros y alumnos vuelven a la realidad. El niño o joven deberá integrarse a sus actividades con la responsabilidad debida. Los profesores asumirán nuevamente el frente de sus grupos. Los directivos continuarán con la gestión de recursos y los padres de familia renovarán el compromiso de colaborar en la formación de nuevos y mejores ciudadanos. Por lo menos espero que todo eso sea así.

Y todos, como sociedad, nos deberemos comprometer en revalorar el concepto educación y la labor formativa de las escuelas tanto públicas como privadas pues de ellas emanarán las siguientes generaciones de mexicanos.

¡Hasta la próxima!


licajimenezmcc@hotmail.com

El profesor Marco Durán, oriundo de estas tierras, es un apasionado de la educación. En alguna ocasión que tuve la oportunidad de platicar con él, le pregunté sobre la definición para ese vocablo tan precioso: “Educación”. Y atinadamente me contestó: “Es el acto de transmitir conocimientos científicos y tecnológicos de manera metodológica y dosificada de una generación previa a una generación posterior”.

Quizá, algunos investigadores expertos en este tema agregarían algo así como “adaptable a las circunstancias históricas y sociales de una comunidad determinada”, o “con el compromiso de volver competentes a los ciudadanos”, por aquellos detalles de la evolución de los paradigmas y cambios que tienen la sociedad. Tal vez se refieran a cuestiones económicas, modelos de convivencia, desarrollos de individuos en contextos virtuales y más.

Abro la entrega de este día con esos dos párrafos, pues durante el periodo de vacaciones tuve la oportunidad de encontrarme con dos personas que laboran frente a grupo en diferentes escuelas primarias públicas de la localidad y ambas coincidieron preocupadas en los cambios que sufrirán los procesos educativos durante el presente sexenio.

Más allá de la reforma educativa y las aristas políticas que esta trajo consigo que, por cierto, y en opinión muy particular, tenía más beneficios que perjuicios, los docentes que le narro se referían a los contenidos programáticos, la distribución de la carga horaria, la adaptación de los temas a circunstancias ajenas al plantel y otros detalles que, en estos momentos, se escapan de mi memoria.

Debemos partir del hecho de que todos los profesores son seres humanos y en mayor o menor medida son víctimas de su propia humanidad. A veces se les olvidan las cosas, la pereza se adueña de ellos, el fastidio los fustiga, la desesperación les nubla la razón, la frustración les enfada, el cambio les aterra, la evolución los consterna y la inseguridad les ocasiona todo tipo angustias, además de ello son proclives a vivir todas las manifestaciones negativas de la personalidad que usted y yo compartimos, gentil amigo lector.

Por lo anteriormente escrito, no es de extrañarse que muchos no sepan qué hacer ahora que se ha derogado la reforma educativa y vengan nuevos cambios cuando apenas y se estaban adaptando al modelo educativo del sexenio pasado en el que las evaluaciones fueron una constante y un tormento para los profesores, particularmente para aquellos que, de la noche a la mañana, se vieron “favorecidos” por una plaza heredada, comprada, apadrinada y que nunca pasaron por una escuela normalista.

Y es que en gran medida la información académica útil para el desarrollo del niño en la comunidad ha sido, hasta cierto punto, subvalorada. Le suplico que no me mal entienda, no estoy denostando el trabajo del docente ni el valor de su esfuerzo, simplemente le hago una observación a la forma en que se ofrece el servicio educativo.

A nivel elemental los catedráticos deben ajustar el contenido de las materias para “medio enseñar” lo que les marca el calendario sin quitarle tiempo al profesor de educación física y al “teacher” de inglés. Como si ceder la media hora del recreo no fuera suficiente, también deben “otorgar” tiempo para unos “clubes” que lo mismo son de música, danza, matemáticas, declamación, pintura, horticultura, etcétera.

Usted recordará que, por allá en los ochentas, el municipio tenía la obligación de poner a disposición de la sociedad espacios culturales y deportivos para que los padres pudieran llevar a los pequeños a desarrollar otras áreas de la personalidad ajenas al quehacer académico. Esos institutos siguen abiertos, han mejorados sus instalaciones, incrementados su oferta y profesionalizado a los facilitadores que allí laboran. Curiosamente, el padre y madre de familia están esperando que “todo” lo haga la escuela en medio día de labor, obviando el compromiso que también tienen en la formación integral de su hijo o hija.

A nivel secundaria, esos “clubes” vinieron a sustituir a los talleres. Si bien es cierto que, por lo menos, en nuestra zona conurbada, casi el cien por ciento de los jovencitos que egresan del nivel medio básico continúan con su formación preparatoria en bachilleratos técnicos o en escuelas adscritas a la máxima casa de estudios, también es verdad que estos talleres, permitían a los que no podían continuar con su proceso educativo, iniciarse en un oficio para poder subsistir.

Usted recordará que había carpintería, electricidad, electrónica, soldadura, secretariado, corte y confección de vestido, cocina y seguramente otros que desconozco. Hoy, a voz expresa de uno de los maestros con los que charlé, los “clubes”, no son otra cosa que momentos de esparcimiento en los que se pierde tiempo y los jovencitos lo toman a chacota y juego. Son meramente recreativos.

A nivel superior, ¿Qué le digo?, recientemente un amigo fue llamado para dar clases en una prestigiada universidad privada y, en la entrevista de trabajo, la jefa del recurso humano le cuestionó: ¿Cómo le haría usted para llamarle la atención a un alumno que le faltó al respeto, sin que el joven se sienta agredido y no deserte? Mi amigo se sorprendió pues, aunque le queda claro que en planteles como ese la educación es un negocio, también debe verse como un servicio de sumo valor y prestigio que se debe respetar por todas las partes que inciden en fenómeno educativo: Estudiante, profesor y directivos que representan a la institución.

Este día, maestros y alumnos vuelven a la realidad. El niño o joven deberá integrarse a sus actividades con la responsabilidad debida. Los profesores asumirán nuevamente el frente de sus grupos. Los directivos continuarán con la gestión de recursos y los padres de familia renovarán el compromiso de colaborar en la formación de nuevos y mejores ciudadanos. Por lo menos espero que todo eso sea así.

Y todos, como sociedad, nos deberemos comprometer en revalorar el concepto educación y la labor formativa de las escuelas tanto públicas como privadas pues de ellas emanarán las siguientes generaciones de mexicanos.

¡Hasta la próxima!


licajimenezmcc@hotmail.com