/ lunes 9 de septiembre de 2019

Con café y a media luz | Del Tampico de mis recuerdos

Vagar por los callejones de la memoria y, entrebrumas que oscurecen el camino del recuerdo, volver a ver la luz del Tampico de mi infancia y adolescencia es, quizá, de las cosas que más me pueden alegrar el corazón.

Andar por la calle Cristóbal Colón con rumbo al centro de la ciudad era emocionante, pues sabía que me esperarían los aparadores de tiendas que hoy parecen desvanecerse como el suspiro de un enamorado cuando ve partir a la persona que le roba la tranquilidad.

Recuerdo al desaparecido negocio “Revistas y Modelismo Mar” que lo mismo vendía todo tipo de publicaciones, desde “Memín Pinguín”, “La Familia Burrón” hasta los superhéroes provenientes del extranjero, que modelos a escala de aviones de guerra, vehículos históricos y otros tantos artefactos. Si la memoria no me traiciona, ocupó dos locales en diferentes épocas en la otrora calle “Del Cuartel”.

¿Cómo olvidar a la “joya de la corona” de esa ruta? ¡El Cine Plaza! Primero con una sala y después migró a la modernidad con 4 espacios para proyectarse en dos filmes. Era el cine de los “novios” que, de tomar un agua de frutas en la refresquería cercana, elegían una película para concluir su romántico paseo.

Más arriba, estaba el “Sello Verde”. Hace poco se me ocurrió pedir a un buen amigo trabajador del volante de la ruta “Colonias-Centro”, que me dejara en la esquina dando como referencia el nombre del antiguo establecimiento. El hombre me miró por el espejo retrovisor con gesto de extrañamiento y nada más emitió la pregunta “¿En dónde?”, así que insistí de la manera más sencilla que se le puede ocurrir: “En la esquina, por favor”. Comprendí que incluso para los amigos que recorren a diario el centro de la ciudad, ésta se ha transformado tanto que parece otra.

Ya no le platico que lo mismo me ocurrió cuando solicité bajar frente al “Bar Palacio”; solamente que en esa ocasión se me ocurrió señalar con el índice de mi derecha la construcción que albergara tantas noches bohemias de los ochenta y noventa. Este otro conductor se rió de mí y me dijo: “Ahí estuvo ‘El Popeye’, joven, pero no era bar, era restaurante de pollos”. Guardé silencio en señal de aceptar el comentario del caballero aquel.

Por esos rumbos, no había plaza tecnológica que robara la atención. Todo mundo llegaba allí por dos razones fundamentales: Comprar algún atavío especial en “La Coronita” o adquirir un medicamento en “La Botica” que se encontraba a un costado.

Los niños corrían al centro de una sencilla y modesta plaza de “La Libertad” en la que había algunas estructuras metálicas para escalar que servían de paisaje para el edificio de Correos y Telégrafos que en aquellos ayeres lucían con mayor movimiento que en los días de hoy.

Al doblar la esquina de la calle Aduana, alrededor de las siete de la tarde, se encendía el anuncio de la cerveza. Debo hacer un paréntesis, querido amigo lector, para decir que hay pocas imágenes que prevalecen tan fielmente grabadas en la memoria como esta. Este anuncio se volvió más que un espacio para dar a conocer una marca, se convirtió en un símbolo del centro de la ciudad.

Al llegar a ese punto se podían ver los aparadores de una tienda que ya no existe más en nuestra zona. ¿Recuerda usted el póster del galán tampiqueño anunciando camisas Manchester?

Extraño mucho entrar a la tienda Woolworth con ese suculento aroma a bísquetes con café que se desprendía de la cocina e inundaba todo el primer piso de este gran almacén que fue el centro de reunión de muchos tampiqueños. Bajar por las escaleras que llevaban al sótano era un momento importante para la vida de un niño, pues sabía que podía ver, en primer término, las peceras con animalitos multicolores y tortugas y, en segundo lugar, los juguetes y bicicletas que pediría en Navidad.

En el centro de esa planta se colocaba una mesa envuelta en un paño verde sobre el que se ponían una exhibición de los juguetes que se venderían en esa época para que los pequeñines asistentes pudieran tocarlos y generar el deseo de compra. Hasta la fecha no conozco una mejor manera de motivar al menor para pedir un juguete.

La clase más pudiente prefería ir a una tienda cercana que aún existe en la que podía —y aún puede— encontrar productos de marcas importadas en ropa, perfumería y electrónica.

Por estas fechas se glorificaba como era debido a la gesta heroica de la Independencia de México en el corazón de nuestra ciudad. Banderines, pendones, lazos, globos, ilustraciones y toda clase de adornos que nos hicieran sentir orgullosos de lo que habían conseguido los héroes insurgentes. Hoy vemos una imagen del cura Miguel Hidalgo, entre un objeto relativo al Halloween y del otro lado, otro que hace recordarnos al Día de Muertos, pero los tres encima de un pino de Navidad.

Extraño el Tampico de mi infancia, no sé si porque era una ciudad más tranquilla, con los toques de la inocencia provinciana o porque este servidor de verdad fue feliz en ella. Lo cierto es que espero que muy pronto a alguien se le ocurra algo así como el museo de Tampico en el que podamos revivir la historia que ya se nos fue y recuperar un poco de esta, en bien de nuestros hijos.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Vagar por los callejones de la memoria y, entrebrumas que oscurecen el camino del recuerdo, volver a ver la luz del Tampico de mi infancia y adolescencia es, quizá, de las cosas que más me pueden alegrar el corazón.

Andar por la calle Cristóbal Colón con rumbo al centro de la ciudad era emocionante, pues sabía que me esperarían los aparadores de tiendas que hoy parecen desvanecerse como el suspiro de un enamorado cuando ve partir a la persona que le roba la tranquilidad.

Recuerdo al desaparecido negocio “Revistas y Modelismo Mar” que lo mismo vendía todo tipo de publicaciones, desde “Memín Pinguín”, “La Familia Burrón” hasta los superhéroes provenientes del extranjero, que modelos a escala de aviones de guerra, vehículos históricos y otros tantos artefactos. Si la memoria no me traiciona, ocupó dos locales en diferentes épocas en la otrora calle “Del Cuartel”.

¿Cómo olvidar a la “joya de la corona” de esa ruta? ¡El Cine Plaza! Primero con una sala y después migró a la modernidad con 4 espacios para proyectarse en dos filmes. Era el cine de los “novios” que, de tomar un agua de frutas en la refresquería cercana, elegían una película para concluir su romántico paseo.

Más arriba, estaba el “Sello Verde”. Hace poco se me ocurrió pedir a un buen amigo trabajador del volante de la ruta “Colonias-Centro”, que me dejara en la esquina dando como referencia el nombre del antiguo establecimiento. El hombre me miró por el espejo retrovisor con gesto de extrañamiento y nada más emitió la pregunta “¿En dónde?”, así que insistí de la manera más sencilla que se le puede ocurrir: “En la esquina, por favor”. Comprendí que incluso para los amigos que recorren a diario el centro de la ciudad, ésta se ha transformado tanto que parece otra.

Ya no le platico que lo mismo me ocurrió cuando solicité bajar frente al “Bar Palacio”; solamente que en esa ocasión se me ocurrió señalar con el índice de mi derecha la construcción que albergara tantas noches bohemias de los ochenta y noventa. Este otro conductor se rió de mí y me dijo: “Ahí estuvo ‘El Popeye’, joven, pero no era bar, era restaurante de pollos”. Guardé silencio en señal de aceptar el comentario del caballero aquel.

Por esos rumbos, no había plaza tecnológica que robara la atención. Todo mundo llegaba allí por dos razones fundamentales: Comprar algún atavío especial en “La Coronita” o adquirir un medicamento en “La Botica” que se encontraba a un costado.

Los niños corrían al centro de una sencilla y modesta plaza de “La Libertad” en la que había algunas estructuras metálicas para escalar que servían de paisaje para el edificio de Correos y Telégrafos que en aquellos ayeres lucían con mayor movimiento que en los días de hoy.

Al doblar la esquina de la calle Aduana, alrededor de las siete de la tarde, se encendía el anuncio de la cerveza. Debo hacer un paréntesis, querido amigo lector, para decir que hay pocas imágenes que prevalecen tan fielmente grabadas en la memoria como esta. Este anuncio se volvió más que un espacio para dar a conocer una marca, se convirtió en un símbolo del centro de la ciudad.

Al llegar a ese punto se podían ver los aparadores de una tienda que ya no existe más en nuestra zona. ¿Recuerda usted el póster del galán tampiqueño anunciando camisas Manchester?

Extraño mucho entrar a la tienda Woolworth con ese suculento aroma a bísquetes con café que se desprendía de la cocina e inundaba todo el primer piso de este gran almacén que fue el centro de reunión de muchos tampiqueños. Bajar por las escaleras que llevaban al sótano era un momento importante para la vida de un niño, pues sabía que podía ver, en primer término, las peceras con animalitos multicolores y tortugas y, en segundo lugar, los juguetes y bicicletas que pediría en Navidad.

En el centro de esa planta se colocaba una mesa envuelta en un paño verde sobre el que se ponían una exhibición de los juguetes que se venderían en esa época para que los pequeñines asistentes pudieran tocarlos y generar el deseo de compra. Hasta la fecha no conozco una mejor manera de motivar al menor para pedir un juguete.

La clase más pudiente prefería ir a una tienda cercana que aún existe en la que podía —y aún puede— encontrar productos de marcas importadas en ropa, perfumería y electrónica.

Por estas fechas se glorificaba como era debido a la gesta heroica de la Independencia de México en el corazón de nuestra ciudad. Banderines, pendones, lazos, globos, ilustraciones y toda clase de adornos que nos hicieran sentir orgullosos de lo que habían conseguido los héroes insurgentes. Hoy vemos una imagen del cura Miguel Hidalgo, entre un objeto relativo al Halloween y del otro lado, otro que hace recordarnos al Día de Muertos, pero los tres encima de un pino de Navidad.

Extraño el Tampico de mi infancia, no sé si porque era una ciudad más tranquilla, con los toques de la inocencia provinciana o porque este servidor de verdad fue feliz en ella. Lo cierto es que espero que muy pronto a alguien se le ocurra algo así como el museo de Tampico en el que podamos revivir la historia que ya se nos fue y recuperar un poco de esta, en bien de nuestros hijos.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!