/ sábado 23 de junio de 2018

Deporte nacional por excelencia

Lector, ni el futbol ni la charrería son los deportes nacionales por excelencia. Es el no pago de impuestos. ¡Ah!, y la ausencia de democracia, casi lo olvido.

En México necesitamos una manera de gobernar de la que podamos sentirnos orgullosos. Se actúa como si nuestra democracia fuera únicamente darse patadas por debajo y arriba de la mesa. Se olvida que esta se nutre del concurso consciente y decidido de la sociedad, porque la democracia funcional reclama la práctica de responsabilidades en forma permanente.

La reorganización de la moralidad y limpiar la casa requiere superar los errores pasados, el irrestricto respeto a la separación efectiva de poderes de la nación y, por encima de todo, escuchar la voz del pueblo.

La verdadera democracia hace indispensable abatir la cultura de la pobreza, pero no con medidas efectistas. Eso no es parte de la solución.

El político actual no puede darse el lujo en desperdiciar un minuto en función de frivolidades y tampoco tiene ya derecho a equivocarse, porque resultan ser las únicas personas sobre la tierra que ya no pueden incurrir en errores por la simple razón de que ello se refleja hasta la tercera o cuarta generación de mexicanas y mexicanos. En nuestro territorio hay millones de pobres que solo están integrados parcialmente a las instituciones nacionales de bienestar social. Son gente y grupos marginales. Su nivel de educación y analfabetismo es muy bajo. No se integran a centrales obreras y tampoco son militantes de partidos políticos.

NOTA DEL DIA. Estás viejón, dicen, cuando las “5:00 a.m. es la hora en que te levantas, no en la que te acuestas. Cuando en el “refri” tienes más comida saludable que cerveza”. Cuando eres invisible para tus nietos y un “cajero electrónico” para tus hijos.

Estás añoso, cuando “precaución” es la palabra favorita en el diccionario. Cuando ves peligro donde antes no mirabas riesgo alguno. Cuando a lo seguro sigue la cautela de tus pasos. Cuando prefieres irte a dormir a las nueve de la noche en lugar de salir con los amigos. Cuando no te desvelas hasta la tres de la mañana leyendo un buen libro cualquier día de la semana.

Sin importar lo ajado del rostro, las reacciones químicas programadas en el hipotálamo y la cantidad de años vividos, existe un deterioro físico y mental peor que un naufragio en mar abierto, un sentimiento que al igual que el moho en un ambiente húmedo se apodera lenta e irremisiblemente de cada célula del cuerpo, transformándose en un mal crónico que origina la aterosclerosis del espíritu, la vejez más temida, la senectud que entraña lo aborrecible de mostrarse ajeno, y solo por comodidad, a la preservación del patrimonio de la belleza de la vida, la fe en un mañana mejor, la esperanza en la justicia y la búsqueda de la verdad, allí donde se encuentra.

Lo alarmante es el miedo que inmoviliza, como un temor que no explota, que no se desahoga, que no encuentra salida. El miedo que no se descarga, que se queda en las vísceras y determina la reacción del organismo ante lo que considera una situación de peligro inminente. El miedo que implica la renuncia a lo bueno, noble y generoso que existe en el mundo (aquello de lo que a mi juicio se nutre la eterna juventud). Quienes tocan a esta puerta, harían bien en recordar la inscripción desesperada en el infierno de Dante: “Los que vais a entrad, dejad fuera toda esperanza”.

Y tan, tan, este cuento se acabo, como reza el refrán

Lector, ni el futbol ni la charrería son los deportes nacionales por excelencia. Es el no pago de impuestos. ¡Ah!, y la ausencia de democracia, casi lo olvido.

En México necesitamos una manera de gobernar de la que podamos sentirnos orgullosos. Se actúa como si nuestra democracia fuera únicamente darse patadas por debajo y arriba de la mesa. Se olvida que esta se nutre del concurso consciente y decidido de la sociedad, porque la democracia funcional reclama la práctica de responsabilidades en forma permanente.

La reorganización de la moralidad y limpiar la casa requiere superar los errores pasados, el irrestricto respeto a la separación efectiva de poderes de la nación y, por encima de todo, escuchar la voz del pueblo.

La verdadera democracia hace indispensable abatir la cultura de la pobreza, pero no con medidas efectistas. Eso no es parte de la solución.

El político actual no puede darse el lujo en desperdiciar un minuto en función de frivolidades y tampoco tiene ya derecho a equivocarse, porque resultan ser las únicas personas sobre la tierra que ya no pueden incurrir en errores por la simple razón de que ello se refleja hasta la tercera o cuarta generación de mexicanas y mexicanos. En nuestro territorio hay millones de pobres que solo están integrados parcialmente a las instituciones nacionales de bienestar social. Son gente y grupos marginales. Su nivel de educación y analfabetismo es muy bajo. No se integran a centrales obreras y tampoco son militantes de partidos políticos.

NOTA DEL DIA. Estás viejón, dicen, cuando las “5:00 a.m. es la hora en que te levantas, no en la que te acuestas. Cuando en el “refri” tienes más comida saludable que cerveza”. Cuando eres invisible para tus nietos y un “cajero electrónico” para tus hijos.

Estás añoso, cuando “precaución” es la palabra favorita en el diccionario. Cuando ves peligro donde antes no mirabas riesgo alguno. Cuando a lo seguro sigue la cautela de tus pasos. Cuando prefieres irte a dormir a las nueve de la noche en lugar de salir con los amigos. Cuando no te desvelas hasta la tres de la mañana leyendo un buen libro cualquier día de la semana.

Sin importar lo ajado del rostro, las reacciones químicas programadas en el hipotálamo y la cantidad de años vividos, existe un deterioro físico y mental peor que un naufragio en mar abierto, un sentimiento que al igual que el moho en un ambiente húmedo se apodera lenta e irremisiblemente de cada célula del cuerpo, transformándose en un mal crónico que origina la aterosclerosis del espíritu, la vejez más temida, la senectud que entraña lo aborrecible de mostrarse ajeno, y solo por comodidad, a la preservación del patrimonio de la belleza de la vida, la fe en un mañana mejor, la esperanza en la justicia y la búsqueda de la verdad, allí donde se encuentra.

Lo alarmante es el miedo que inmoviliza, como un temor que no explota, que no se desahoga, que no encuentra salida. El miedo que no se descarga, que se queda en las vísceras y determina la reacción del organismo ante lo que considera una situación de peligro inminente. El miedo que implica la renuncia a lo bueno, noble y generoso que existe en el mundo (aquello de lo que a mi juicio se nutre la eterna juventud). Quienes tocan a esta puerta, harían bien en recordar la inscripción desesperada en el infierno de Dante: “Los que vais a entrad, dejad fuera toda esperanza”.

Y tan, tan, este cuento se acabo, como reza el refrán