/ lunes 12 de julio de 2021

Desde el faro | Ángela Peralta, la soprano que murió víctima de una epidemia

María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera, ¡por Dios! con tanto nombre como era posible escribir planas y planas con su nombre, pobre Ángela.

Durante un viaje familiar por Mazatlán, siendo una chiquilla, pasamos por un teatro que me impresionó mucho, se llamaba Ángela Peralta, atrajo mi atención porque recordé que así se llamaba una calle de la colonia los mangos acá en Ciudad Madero. Ahí, me hice la pregunta, quien es Ángela Peralta ¿cómo para que lleve su nombre una calle y un teatro?.

No siempre nos interesa conocer un personaje, pero lo que sí, es que la curiosidad es más grande, no imaginé la sorpresa que causaría saber cómo murió. Hasta pareciera un tema actual una pandemia, así es mis amables lectores, ¡tal como lo leen!

Ángela, fue bautizada como “El Ruiseñor Mexicano”, destacó como soprano a finales del siglo XIX y dio su última nota a causa de una fuerte infección de fiebre amarilla en el verano del 30 de agosto de 1883 en el puerto de Mazatlán, Sinaloa.

Según información consultada por la historiadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ingrid Saray Bivián Carmona (2014), semanas después del deceso de la cantante, El Siglo Diez y Nueve publicaría que la negligencia de las autoridades mazatlecas permitió que dos vapores provenientes de Panamá llegaran al puerto sinaloense con una tripulación contagiada de la enfermedad, días previos a la presentación de la máxima estrella del bel canto de la época y reconocida internacionalmente en los escenarios europeos, que entonces se encontraba de gira en diversos estados del norte de México.

El acta de defunción No. 666 del Registro Civil de Mazatlán, fijó la muerte de Peralta en el cuarto No. 10 del Hotel Iturbide a las 10:15 horas, con lo cual sellaba la extinción de una celebridad que había encantado a una sociedad lastimada por las guerras como a cortes reales.

Después de 38 años, el silencio mortal de la fiebre amarilla apagó la voz privilegiada de la hija de una educadora y un soldado. Ángela Peralta nació en la actual calle Aldaco de la capital del barrio de Las Vizcaínas, el 6 de julio de 1845, mismo año en que Texas era anexada a territorio estadounidense. Fue identificada por muchos liberales como seguidora del imperialismo

“La divina Peralta” arribó poco más de una semana antes al día de su muerte, el 22 de agosto, proveniente de su presentación en La Paz, Baja California Sur.

Desde el 15 de agosto anterior y hasta el fallecimiento de la artista, se contaron 106 muertes por fiebre amarilla en Mazatlán. Apenas cinco días antes de aquella mañana de jueves en que murió la soprano en la habitación del hotel, El Sinaloense reportaba a más de 4 mil personas contagiadas de fiebre amarilla que habían estado en cama.

En Italia, tierra del bel canto, la nombraron "Angelica di voce e di nome”, en referencia a que tenía angelical la voz y no solo el nombre. A esa tierra partió la joven Peralta de 16 años junto con su padre Manuel Peralta Páez y Agustín Balderas, maestro de Ángela desde que ella tenía 8.

La soprano y casi toda su compañía fueron víctimas de la fiebre amarilla.

A los 17 años, debutó con éxito en el teatro de La Scala de Milán, donde interpretó la ópera “Lucia de Lammermoor" de Gaetano Donizetti.

Durante su carrera actuó en escenarios de Génova, Nápoles, Bolonia, Florencia, Lisboa, Roma, Turín, París, Lisboa, Barcelona, Madrid, San Petersburgo y El Cairo entre 1863 a 1865. En su regreso a América se presentó en salas de Nueva York, La Habana y ciudades de México.

Como hija pródiga, destacan sus participaciones ante la emperatriz Carlota de Habsburgo el 15 de noviembre de 1865, la inauguración del otrora teatro Alarcón, actual Degollado, en Guadalajara, el 13 de septiembre de 1866. Era una artista asociada al gobierno imperial de Maximiliano puesto que su regreso al país fue gestionado por esa administración. Lo mismo se ganó el desprecio de liberales como Manuel Altamirano, que poemas dedicados por Justo Sierra y Juan de Dios Peza.

La intérprete tenía conocimientos de piano y arpa. Compuso múltiples valses, galopas, danzas y fantasías. Algunas de esas piezas se publicaron en 1875, con el título Álbum Musical de Ángela Peralta. Los restos de la famosa soprano mexicana descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres

De las 38 personas que componían la compañía de ópera “Ángela Peralta” a su arribo a Mazatlán, 34 enfermaron y 14 perecieron, según El Diario del Hogar. Con esa compañía, “El Ruiseñor Mexicano”, pretendía difundir por el país un arte relegado en esos años y en una etapa poco brillante en su carrera, cuando el teatro ya no era un acontecimiento de bombo y platillo. De ahí su gira por Monterrey, Zacatecas, Durango, Hermosillo, Guaymas, Chihuahua, Sonora, Querétaro y San Luis Potosí, La Paz y Mazatlán.

Algo de suma importancia fue que la sociedad de Ángela Peralta permitía que la educación musical en las mujeres formara parte de un atributo extra a los encantos femeninos y no era visto como una opción para vivir de ello o forjar una trayectoria. Además, la formación era costosa: el sueldo de un profesor particular con cobro moderado oscilaba entre 10 y 15 pesos mexicanos mensuales, mientras el pago de una trabajadora de aseo de escuela estaba entre 2 y 3 pesos y el de un escribiente era de 15 pesos...

Cuatro años después de su muerte, los restos de la artista fueron depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres, flanqueados por los de dos poetas igualmente célebres: Luis G. Urbina y Amado Nervo. Entre otros homenajes, escuelas, calles y teatros son nombrados en su honor. Por ejemplo, la calle peatonal que separa la Alameda Central y el Palacio de Bellas Artes, donde una placa queda como recuerdo de la cantautora.

En junio del 2019, el alcalde Mazatlán, Luis Guillermo Benítez, informó que el acta de defunción de la soprano fue robada del Archivo Municipal junto con la primera acta de nacimiento emitida por el Ayuntamiento de ese lugar. Hasta el momento se desconoce cuándo fue sustraída y sigue perdida. Igual paso aquí, con el acta de defunción de Doña Cecilia Villarreal, que mi padre había rescatado. Así se las gastan por todos lados, gente sin valor ni respeto por los documentos históricos.

Cronista de Ciudad Madero

María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera, ¡por Dios! con tanto nombre como era posible escribir planas y planas con su nombre, pobre Ángela.

Durante un viaje familiar por Mazatlán, siendo una chiquilla, pasamos por un teatro que me impresionó mucho, se llamaba Ángela Peralta, atrajo mi atención porque recordé que así se llamaba una calle de la colonia los mangos acá en Ciudad Madero. Ahí, me hice la pregunta, quien es Ángela Peralta ¿cómo para que lleve su nombre una calle y un teatro?.

No siempre nos interesa conocer un personaje, pero lo que sí, es que la curiosidad es más grande, no imaginé la sorpresa que causaría saber cómo murió. Hasta pareciera un tema actual una pandemia, así es mis amables lectores, ¡tal como lo leen!

Ángela, fue bautizada como “El Ruiseñor Mexicano”, destacó como soprano a finales del siglo XIX y dio su última nota a causa de una fuerte infección de fiebre amarilla en el verano del 30 de agosto de 1883 en el puerto de Mazatlán, Sinaloa.

Según información consultada por la historiadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ingrid Saray Bivián Carmona (2014), semanas después del deceso de la cantante, El Siglo Diez y Nueve publicaría que la negligencia de las autoridades mazatlecas permitió que dos vapores provenientes de Panamá llegaran al puerto sinaloense con una tripulación contagiada de la enfermedad, días previos a la presentación de la máxima estrella del bel canto de la época y reconocida internacionalmente en los escenarios europeos, que entonces se encontraba de gira en diversos estados del norte de México.

El acta de defunción No. 666 del Registro Civil de Mazatlán, fijó la muerte de Peralta en el cuarto No. 10 del Hotel Iturbide a las 10:15 horas, con lo cual sellaba la extinción de una celebridad que había encantado a una sociedad lastimada por las guerras como a cortes reales.

Después de 38 años, el silencio mortal de la fiebre amarilla apagó la voz privilegiada de la hija de una educadora y un soldado. Ángela Peralta nació en la actual calle Aldaco de la capital del barrio de Las Vizcaínas, el 6 de julio de 1845, mismo año en que Texas era anexada a territorio estadounidense. Fue identificada por muchos liberales como seguidora del imperialismo

“La divina Peralta” arribó poco más de una semana antes al día de su muerte, el 22 de agosto, proveniente de su presentación en La Paz, Baja California Sur.

Desde el 15 de agosto anterior y hasta el fallecimiento de la artista, se contaron 106 muertes por fiebre amarilla en Mazatlán. Apenas cinco días antes de aquella mañana de jueves en que murió la soprano en la habitación del hotel, El Sinaloense reportaba a más de 4 mil personas contagiadas de fiebre amarilla que habían estado en cama.

En Italia, tierra del bel canto, la nombraron "Angelica di voce e di nome”, en referencia a que tenía angelical la voz y no solo el nombre. A esa tierra partió la joven Peralta de 16 años junto con su padre Manuel Peralta Páez y Agustín Balderas, maestro de Ángela desde que ella tenía 8.

La soprano y casi toda su compañía fueron víctimas de la fiebre amarilla.

A los 17 años, debutó con éxito en el teatro de La Scala de Milán, donde interpretó la ópera “Lucia de Lammermoor" de Gaetano Donizetti.

Durante su carrera actuó en escenarios de Génova, Nápoles, Bolonia, Florencia, Lisboa, Roma, Turín, París, Lisboa, Barcelona, Madrid, San Petersburgo y El Cairo entre 1863 a 1865. En su regreso a América se presentó en salas de Nueva York, La Habana y ciudades de México.

Como hija pródiga, destacan sus participaciones ante la emperatriz Carlota de Habsburgo el 15 de noviembre de 1865, la inauguración del otrora teatro Alarcón, actual Degollado, en Guadalajara, el 13 de septiembre de 1866. Era una artista asociada al gobierno imperial de Maximiliano puesto que su regreso al país fue gestionado por esa administración. Lo mismo se ganó el desprecio de liberales como Manuel Altamirano, que poemas dedicados por Justo Sierra y Juan de Dios Peza.

La intérprete tenía conocimientos de piano y arpa. Compuso múltiples valses, galopas, danzas y fantasías. Algunas de esas piezas se publicaron en 1875, con el título Álbum Musical de Ángela Peralta. Los restos de la famosa soprano mexicana descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres

De las 38 personas que componían la compañía de ópera “Ángela Peralta” a su arribo a Mazatlán, 34 enfermaron y 14 perecieron, según El Diario del Hogar. Con esa compañía, “El Ruiseñor Mexicano”, pretendía difundir por el país un arte relegado en esos años y en una etapa poco brillante en su carrera, cuando el teatro ya no era un acontecimiento de bombo y platillo. De ahí su gira por Monterrey, Zacatecas, Durango, Hermosillo, Guaymas, Chihuahua, Sonora, Querétaro y San Luis Potosí, La Paz y Mazatlán.

Algo de suma importancia fue que la sociedad de Ángela Peralta permitía que la educación musical en las mujeres formara parte de un atributo extra a los encantos femeninos y no era visto como una opción para vivir de ello o forjar una trayectoria. Además, la formación era costosa: el sueldo de un profesor particular con cobro moderado oscilaba entre 10 y 15 pesos mexicanos mensuales, mientras el pago de una trabajadora de aseo de escuela estaba entre 2 y 3 pesos y el de un escribiente era de 15 pesos...

Cuatro años después de su muerte, los restos de la artista fueron depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres, flanqueados por los de dos poetas igualmente célebres: Luis G. Urbina y Amado Nervo. Entre otros homenajes, escuelas, calles y teatros son nombrados en su honor. Por ejemplo, la calle peatonal que separa la Alameda Central y el Palacio de Bellas Artes, donde una placa queda como recuerdo de la cantautora.

En junio del 2019, el alcalde Mazatlán, Luis Guillermo Benítez, informó que el acta de defunción de la soprano fue robada del Archivo Municipal junto con la primera acta de nacimiento emitida por el Ayuntamiento de ese lugar. Hasta el momento se desconoce cuándo fue sustraída y sigue perdida. Igual paso aquí, con el acta de defunción de Doña Cecilia Villarreal, que mi padre había rescatado. Así se las gastan por todos lados, gente sin valor ni respeto por los documentos históricos.

Cronista de Ciudad Madero