/ lunes 24 de agosto de 2020

Desde El Faro | Doña Ana María Josefa Ramona Juana Nepomucena Marcelina Huarte y Núñez

Durante los festejos del Bicentenario y Centenario del 2010, hubo muchas actividades culturales en donde se dieron a conocer grandes personajes que permanecían olvidados en los relatos fidedignos.

Hombres y mujeres invisibles en la historia oficial, por omisión o por desconocimiento. Pero también están los personajes que vivieron como antagonistas de las crónicas.

La dama que nos ocupa en esta ocasión, doña Ana María Huarte, es poco mencionada o, mejor dicho, opacada por la figura de su señor esposo y me antevería a decir que de la mismísima “Güera Rodríguez”.

Nació en la ciudad de Valladolid (actual Morelia), Michoacán, el 18 de enero de 1786. Fue hija del alcalde Isidro Huarte y Arrivillaga y de una noble criolla Ana Manuela Sánchez de Tagle. Perteneció a una de las familias más poderosas de Michoacán, cuya influencia alcanzó los poderes políticos, económicos y religiosos.

José María Navarro Méndez, en su libro “La mujer del emperador”, la describe como una mujer culta, refinada, inteligente, cristiana y de mucho abolengo en la mejor sociedad michoacana. Estudió en el Colegio de Santa Rosa de Valladolid. La formación del colegio estaba enfocada en el refinamiento intelectual y moral de las mujeres de la burguesía novohispana. Entre las asignaturas se encontraban ética, música, habla y modales

Agustín Cosme Damián de Iturbide solía pasear por las calles frente al colegio, intentando llamar la atención de las señoritas. Fue así como Ana María y Agustín se conocieron. Al poco tiempo los dos jóvenes se comprometieron. Debido a que la familia de Ana María poseía mayor fortuna e influencia, Iturbide se vio ampliamente beneficiado con el himeneo. El 27 de febrero de 1805 la pareja contrajo matrimonio. Ana María de 19 años, y Agustín con 21 años.

La desafortunada historia de Ana María como emperatriz de México no es reconocida. La emperatriz Carlota ha robado los reflectores de la historia imperial de México. Sin embargo, antes de ella en México ya había visto una emperatriz consorte.

La vida de Ana María cambió, su posición acomodada se transformó en una difícil vida de madre. Tan solo un año después de la boda, nació el primogénito de la pareja. Sin embargo, la vida familiar se vio por primera vez derruida, ya que Iturbide fue enviado por órdenes del virrey a Jalapa. Durante dicho tiempo, las correspondencias fueron su único medio de comunicación. Hasta que una dispensa permitió el retorno de Iturbide.

Para pesar de Ana María, los levantamientos armados empezaron a transformar la vida de los novohispanos, generando enfrentamientos fraternales. Debido a la guerra civil dirigida por Hidalgo, la familia Iturbide se trasladó a la Ciudad de México. En ese contexto, la joven noble llevó su segundo embarazo. Por su parte, Agustín de Iturbide combatió a los insurgentes en Maravatío. En su matrimonio, Ana María daría a luz a un total de diez hijos, de los cuales solo uno murió en la infancia.

El movimiento independentista marcó el destino de los Iturbide Huarte. Debido a diversos cargos, la pareja se distanció durante múltiples temporadas. Aunque algunos militares solían acudir a las campañas acompañados por sus esposas, Ana María siempre se mantuvo al margen y en resguardo.

La reputación de la familia Iturbide Huarte decayó debido a las acusaciones de malversación de fondos por parte de Iturbide.

Sumado a lo anterior, los rumores sobre su relación ilícita con la “Güera” Rodríguez terminaron por hundir moral y económicamente a la familia. Durante el resto de su vida, Huarte viviría bajo la sombra de la infidelidad, abandono, humillación y desplantes de su esposo.

Para 1821, tras la firma del Tratado de Córdoba, Iturbide lideraba la revolución del Ejército Trigarante. Para concretar los planes de una monarquía, Agustín envió por primera vez a su esposa a Valladolid en una misión diplomática.

Al ser entronizado, Ana María se transformó en emperatriz del Anáhuac. La coronación se llevó a cabo en la Catedral de la Ciudad de México. La pareja imperial se mudó al palacio de los marqueses de San Mateo Valparaíso. Para su manutención se les asignó un millón y medio de pesos, servidumbre, títulos y el cumpleaños de Agustín de Iturbide fue declarado fiesta nacional.

Pese al triunfo político, la pareja imperial se mantenía distante. Iturbide conservaba su relación con la “Güera” Rodríguez, con quien derrochaba su fortuna. Mientras tanto, la emperatriz vivía en depresión y se refugió junto a sus hijos en un convento.

Iturbide abdicó, pese a la distancia, la familia imperial lo acompañó en el exilio en Italia y Londres. La familia retornó a México. Agustín de Iturbide fue aprehendido y fusilado en Padilla, Tamaulipas por traición a la patria.

En la pobreza y total abandono familiar, la exemperatriz murió el 21 de marzo de 1861. Fue enterrada en el cementerio de la Iglesia de San Juan Evangelista. En una tumba austera, solo se grabaron las siglas AMH.

La primera emperatriz en México sufrió y vivió los excesos de su esposo, tal como muchas mujeres mexicanas en la actualidad.

Durante los festejos del Bicentenario y Centenario del 2010, hubo muchas actividades culturales en donde se dieron a conocer grandes personajes que permanecían olvidados en los relatos fidedignos.

Hombres y mujeres invisibles en la historia oficial, por omisión o por desconocimiento. Pero también están los personajes que vivieron como antagonistas de las crónicas.

La dama que nos ocupa en esta ocasión, doña Ana María Huarte, es poco mencionada o, mejor dicho, opacada por la figura de su señor esposo y me antevería a decir que de la mismísima “Güera Rodríguez”.

Nació en la ciudad de Valladolid (actual Morelia), Michoacán, el 18 de enero de 1786. Fue hija del alcalde Isidro Huarte y Arrivillaga y de una noble criolla Ana Manuela Sánchez de Tagle. Perteneció a una de las familias más poderosas de Michoacán, cuya influencia alcanzó los poderes políticos, económicos y religiosos.

José María Navarro Méndez, en su libro “La mujer del emperador”, la describe como una mujer culta, refinada, inteligente, cristiana y de mucho abolengo en la mejor sociedad michoacana. Estudió en el Colegio de Santa Rosa de Valladolid. La formación del colegio estaba enfocada en el refinamiento intelectual y moral de las mujeres de la burguesía novohispana. Entre las asignaturas se encontraban ética, música, habla y modales

Agustín Cosme Damián de Iturbide solía pasear por las calles frente al colegio, intentando llamar la atención de las señoritas. Fue así como Ana María y Agustín se conocieron. Al poco tiempo los dos jóvenes se comprometieron. Debido a que la familia de Ana María poseía mayor fortuna e influencia, Iturbide se vio ampliamente beneficiado con el himeneo. El 27 de febrero de 1805 la pareja contrajo matrimonio. Ana María de 19 años, y Agustín con 21 años.

La desafortunada historia de Ana María como emperatriz de México no es reconocida. La emperatriz Carlota ha robado los reflectores de la historia imperial de México. Sin embargo, antes de ella en México ya había visto una emperatriz consorte.

La vida de Ana María cambió, su posición acomodada se transformó en una difícil vida de madre. Tan solo un año después de la boda, nació el primogénito de la pareja. Sin embargo, la vida familiar se vio por primera vez derruida, ya que Iturbide fue enviado por órdenes del virrey a Jalapa. Durante dicho tiempo, las correspondencias fueron su único medio de comunicación. Hasta que una dispensa permitió el retorno de Iturbide.

Para pesar de Ana María, los levantamientos armados empezaron a transformar la vida de los novohispanos, generando enfrentamientos fraternales. Debido a la guerra civil dirigida por Hidalgo, la familia Iturbide se trasladó a la Ciudad de México. En ese contexto, la joven noble llevó su segundo embarazo. Por su parte, Agustín de Iturbide combatió a los insurgentes en Maravatío. En su matrimonio, Ana María daría a luz a un total de diez hijos, de los cuales solo uno murió en la infancia.

El movimiento independentista marcó el destino de los Iturbide Huarte. Debido a diversos cargos, la pareja se distanció durante múltiples temporadas. Aunque algunos militares solían acudir a las campañas acompañados por sus esposas, Ana María siempre se mantuvo al margen y en resguardo.

La reputación de la familia Iturbide Huarte decayó debido a las acusaciones de malversación de fondos por parte de Iturbide.

Sumado a lo anterior, los rumores sobre su relación ilícita con la “Güera” Rodríguez terminaron por hundir moral y económicamente a la familia. Durante el resto de su vida, Huarte viviría bajo la sombra de la infidelidad, abandono, humillación y desplantes de su esposo.

Para 1821, tras la firma del Tratado de Córdoba, Iturbide lideraba la revolución del Ejército Trigarante. Para concretar los planes de una monarquía, Agustín envió por primera vez a su esposa a Valladolid en una misión diplomática.

Al ser entronizado, Ana María se transformó en emperatriz del Anáhuac. La coronación se llevó a cabo en la Catedral de la Ciudad de México. La pareja imperial se mudó al palacio de los marqueses de San Mateo Valparaíso. Para su manutención se les asignó un millón y medio de pesos, servidumbre, títulos y el cumpleaños de Agustín de Iturbide fue declarado fiesta nacional.

Pese al triunfo político, la pareja imperial se mantenía distante. Iturbide conservaba su relación con la “Güera” Rodríguez, con quien derrochaba su fortuna. Mientras tanto, la emperatriz vivía en depresión y se refugió junto a sus hijos en un convento.

Iturbide abdicó, pese a la distancia, la familia imperial lo acompañó en el exilio en Italia y Londres. La familia retornó a México. Agustín de Iturbide fue aprehendido y fusilado en Padilla, Tamaulipas por traición a la patria.

En la pobreza y total abandono familiar, la exemperatriz murió el 21 de marzo de 1861. Fue enterrada en el cementerio de la Iglesia de San Juan Evangelista. En una tumba austera, solo se grabaron las siglas AMH.

La primera emperatriz en México sufrió y vivió los excesos de su esposo, tal como muchas mujeres mexicanas en la actualidad.