/ domingo 2 de febrero de 2020

Desde los sentimientos

Así como todos somos capaces de oír, pero son pocos los que en verdad saben escuchar; así como a algunos para aprender les basta con sólo leer, mientras que otros necesitamos esforzarnos más para asimilar lo que leemos; así como muchos creen que sólo lo que se puede ver y tocar es cierto, mientras que otros piensan que también el corazón tiene certeza, de la misma manera todos podemos experimentar, a través de los sentidos, aquello que los estimula, pero sólo algunos privilegiados pueden vibrar con emoción ante el brillante florecer del sentimiento que habita en su alma y comprender con claridad cómo es que no todo en la vida depende de la sola percepción sensorial.

Es posible que esta postura contradiga las modernas, novedosas y por otra parte veraces teorías científicas, que parecen reducir el sentimiento a funciones neuroquímicas localizadas en el cerebro. Pero ojalá que al menos nos permitiéramos considerar también, que la sublime belleza que se encuentra más allá de lo que perciben nuestros sentidos, es igualmente capaz de dirigir la aventura humana. Lo que equivale, dice la doctora Helen Fisher, a entender que la ciencia jamás podrá sustituir el encanto que en el sentimiento se encierra, y así aunque sepamos distinguir con claridad los ingredientes sensibles y científicamente comprobados que lo componen, eso no nos impedirá percibir que hay algo más en su magia maravillosa.

Porque es innegable que aquello que aprendemos procede de los sentidos en gran medida. Aristóteles afirmó que nada podía estar en el entendimiento si antes no había estado en algún sentido, lo cual es definitivamente cierto. Pero también es verdad que muchas cosas simplemente las intuímos; y no necesitamos que se nos demuestren, porque desde nuestro yo interno entendemos que existen. Y que todo ello sucede a nuestro alrededor con más frecuencia de lo que nuestra visión pragmática de la vida nos permite aceptar. Porque finalmente hasta lo cierto puede ser comprobado.

Por eso usted siente algo más que la fuerza física de unos brazos que lo estrechan, cuando alguien le expresa así su cariño; experimenta más que la simple sensación de unas gotas de agua salina rodando por sus mejillas, cuando sabe que es la tristeza la que le hace llorar, y percibe más que un borbotón de voces que entran por sus oídos, cuando alguien le repite con sincero afecto cuánto le ama. Y obviamente intuye algo diferente en el acelerado latir de su corazón, en el agitado revolotear de mariposas en su estómago y en el sudor en sus manos, cuando extraña, espera y ansía la llegada de aquel por quien suspira su alma. Esos brívidos maravillosos, que recorren gloriosos su espina dorsal y sacuden su espíritu, son algo más que puras sensaciones. Y usted lo sabe bien.

Antoine de Saint-Exupery, en su hermoso libro “El principito”, explica de una manera bellísima ese fenómeno de la traslación sensorial hacia la trascendencia del sentimiento. Le llama domesticación. “Domestícame”, le dice el zorro al príncipe. La palabra en sí misma pareciera significar algo peyorativo y de hecho hay muchos eruditos y sabios que rechazan el empleo de ese concepto para referirse a las relaciones humanas porque, según ellos, supone una dependencia que no debemos permitir ya que de alguna forma condiciona nuestra libertad.

Pero el zorro le aclara al príncipe que “domesticar” simplemente significa “crear vínculos”. “Así -dice el zorro- el hecho de ser domesticado por ti, significa que hemos creado una relación que nos unirá por siempre.” Y enseguida le da un ejemplo conmovedor: “A mí no me gusta el pan, le dice, pero al ver las espigas de trigo agitándose con el dorado sol de la tarde, pensaré en tus cabellos y te recordaré.”

El sentimiento es así. Ciertamente de alguna manera nos compromete con quien lo compartimos, porque esa relación, al no ser puramente sensorial, permanece más allá de las terminales nerviosas que la formulan. Pero si hemos de ser sinceros, ¿quién no anhela la dulce dependencia que nuestros hijos crean cuando nos domestican con su mirada inocente y su sonrisa? ¿Quién rechazaría el vínculo que lo atará por siempre a esa alma (aunque suene cursi) que un día compartió con él sus sueños y su felicidad?

Hay un aforismo chino- creo que de Confucio- que dice que quien salva la vida de otra persona, es responsable de ella para siempre. Pasa algo semejante con el sentimiento. Cuando es sincero y aceptamos participar de él auténticamente, puede significar para alguien la redención que de su soledad hace quien se atrevió a compartirlo. Y eso le ligará, lo quiera o no, a esa persona por siempre, más allá del tiempo y la distancia.

Un escritor australiano escribió que “el libro de la vida consta de tres capítulos: el de las palabras, el de las obras y el de los sentimientos. Pero el más importante de todos es el capítulo de los sentimientos. Porque alguien podrá decirnos palabras bellas y hasta poéticas pero eso no significa que sienta algo por nosotros; podrá igualmente alguien darnos los regalos más hermosos y extravagantes, pero tampoco será señal de que albergue un sentimiento hacia nosotros. Pero podremos sentir el real sentimiento de una persona hacia nosotros en la mirada limpia, su sonrisa franca y en la ternura con que abraza nuestro corazón”

Y eso se percibe, y usted lo sabe, alma adentro en aquel que en verdad le ama.

“Ponme como un sello sobre tu corazón, que fuerte es el amor, como la muerte…”

Cantar de los Cantares, 7,6

Así como todos somos capaces de oír, pero son pocos los que en verdad saben escuchar; así como a algunos para aprender les basta con sólo leer, mientras que otros necesitamos esforzarnos más para asimilar lo que leemos; así como muchos creen que sólo lo que se puede ver y tocar es cierto, mientras que otros piensan que también el corazón tiene certeza, de la misma manera todos podemos experimentar, a través de los sentidos, aquello que los estimula, pero sólo algunos privilegiados pueden vibrar con emoción ante el brillante florecer del sentimiento que habita en su alma y comprender con claridad cómo es que no todo en la vida depende de la sola percepción sensorial.

Es posible que esta postura contradiga las modernas, novedosas y por otra parte veraces teorías científicas, que parecen reducir el sentimiento a funciones neuroquímicas localizadas en el cerebro. Pero ojalá que al menos nos permitiéramos considerar también, que la sublime belleza que se encuentra más allá de lo que perciben nuestros sentidos, es igualmente capaz de dirigir la aventura humana. Lo que equivale, dice la doctora Helen Fisher, a entender que la ciencia jamás podrá sustituir el encanto que en el sentimiento se encierra, y así aunque sepamos distinguir con claridad los ingredientes sensibles y científicamente comprobados que lo componen, eso no nos impedirá percibir que hay algo más en su magia maravillosa.

Porque es innegable que aquello que aprendemos procede de los sentidos en gran medida. Aristóteles afirmó que nada podía estar en el entendimiento si antes no había estado en algún sentido, lo cual es definitivamente cierto. Pero también es verdad que muchas cosas simplemente las intuímos; y no necesitamos que se nos demuestren, porque desde nuestro yo interno entendemos que existen. Y que todo ello sucede a nuestro alrededor con más frecuencia de lo que nuestra visión pragmática de la vida nos permite aceptar. Porque finalmente hasta lo cierto puede ser comprobado.

Por eso usted siente algo más que la fuerza física de unos brazos que lo estrechan, cuando alguien le expresa así su cariño; experimenta más que la simple sensación de unas gotas de agua salina rodando por sus mejillas, cuando sabe que es la tristeza la que le hace llorar, y percibe más que un borbotón de voces que entran por sus oídos, cuando alguien le repite con sincero afecto cuánto le ama. Y obviamente intuye algo diferente en el acelerado latir de su corazón, en el agitado revolotear de mariposas en su estómago y en el sudor en sus manos, cuando extraña, espera y ansía la llegada de aquel por quien suspira su alma. Esos brívidos maravillosos, que recorren gloriosos su espina dorsal y sacuden su espíritu, son algo más que puras sensaciones. Y usted lo sabe bien.

Antoine de Saint-Exupery, en su hermoso libro “El principito”, explica de una manera bellísima ese fenómeno de la traslación sensorial hacia la trascendencia del sentimiento. Le llama domesticación. “Domestícame”, le dice el zorro al príncipe. La palabra en sí misma pareciera significar algo peyorativo y de hecho hay muchos eruditos y sabios que rechazan el empleo de ese concepto para referirse a las relaciones humanas porque, según ellos, supone una dependencia que no debemos permitir ya que de alguna forma condiciona nuestra libertad.

Pero el zorro le aclara al príncipe que “domesticar” simplemente significa “crear vínculos”. “Así -dice el zorro- el hecho de ser domesticado por ti, significa que hemos creado una relación que nos unirá por siempre.” Y enseguida le da un ejemplo conmovedor: “A mí no me gusta el pan, le dice, pero al ver las espigas de trigo agitándose con el dorado sol de la tarde, pensaré en tus cabellos y te recordaré.”

El sentimiento es así. Ciertamente de alguna manera nos compromete con quien lo compartimos, porque esa relación, al no ser puramente sensorial, permanece más allá de las terminales nerviosas que la formulan. Pero si hemos de ser sinceros, ¿quién no anhela la dulce dependencia que nuestros hijos crean cuando nos domestican con su mirada inocente y su sonrisa? ¿Quién rechazaría el vínculo que lo atará por siempre a esa alma (aunque suene cursi) que un día compartió con él sus sueños y su felicidad?

Hay un aforismo chino- creo que de Confucio- que dice que quien salva la vida de otra persona, es responsable de ella para siempre. Pasa algo semejante con el sentimiento. Cuando es sincero y aceptamos participar de él auténticamente, puede significar para alguien la redención que de su soledad hace quien se atrevió a compartirlo. Y eso le ligará, lo quiera o no, a esa persona por siempre, más allá del tiempo y la distancia.

Un escritor australiano escribió que “el libro de la vida consta de tres capítulos: el de las palabras, el de las obras y el de los sentimientos. Pero el más importante de todos es el capítulo de los sentimientos. Porque alguien podrá decirnos palabras bellas y hasta poéticas pero eso no significa que sienta algo por nosotros; podrá igualmente alguien darnos los regalos más hermosos y extravagantes, pero tampoco será señal de que albergue un sentimiento hacia nosotros. Pero podremos sentir el real sentimiento de una persona hacia nosotros en la mirada limpia, su sonrisa franca y en la ternura con que abraza nuestro corazón”

Y eso se percibe, y usted lo sabe, alma adentro en aquel que en verdad le ama.

“Ponme como un sello sobre tu corazón, que fuerte es el amor, como la muerte…”

Cantar de los Cantares, 7,6