/ domingo 1 de agosto de 2021

Diálogo entre la tecnología y el humanismo

En un recodo del camino de la vida, la tecnología y el humanismo se encontraron. La tecnología lucía esplendorosa, vestida como para una fiesta, con una sonrisa cautivadora y con sus manos llenas de milagrosas ofertas, que harían aún más felices a sus devotos seguidores.

El humanismo, en cambio, llevaba un traje sobrio, como si estuviera de luto, y por si fuera poco con la desesperanza a cuestas, frustrado por no haber conseguido que se reconociera el brillo y esplendor de la herencia milenaria que tantos artistas, filósofos y poetas, desde la Edad Clásica, el Renacimiento y la Ilustración, habían legado a la humanidad

Con actitud comedida y un tanto condescendiente, la tecnología se sentó a lado del humanismo, buscando hacerle comprender, con claros visos de reproche, que en gran medida su desencanto ante la incomprensión de las nuevas generaciones ignorando esa herencia magnífica, se debía a él mismo, que no había sabido encontrar la forma de hacer patente esa perenne belleza a los demás, al resistirse al cambio y no haber sido capaz de modificar, o al menos refrescar sus antiguos paradigmas. Porque al fin y al cabo ¿qué es un poeta o una poesía a lado de la maravilla de la digitalización, la realidad virtual o el Zoom?

El humanismo respondió entonces a la tecnología que su pretendido éxito, del cual tanto se vanagloriaba, no se debía sino a la urgencia con que ella reciclaba su propia obsolescencia, provocando la vanidad del ser humano a percibirse a sí mismo anticuado, para entonces ofrecerle productos que solo satisfacían esa vanidad y pensaba le hacían verse moderno, pero que solo eran reproducciones de otros ya conocidos, pero más relucientes y novedosos. Y que para lograr eso, la tecnología le había construido al ser humano un nuevo paraíso terrenal, lleno de artilugios, algoritmos y fuegos artificiales que le divertían y le mantenían entretenido, convirtiendo ese coto cerrado que le había construido en un lugar donde solo había una puerta… ella tenía la única llave.

Y entonces ambos se enfrascaron en un juego dialéctico e infructífero de obsesiones, cuyo objetivo era arrojarse la culpa el uno al otro de su propia decepción ante la vida, como si de sus pobres alegatos dependiera su solución y no de otros factores, ni siquiera contemplados por ellos, en su sus argumentos, tales como la ausencia de justicia, falta de ética y espiritualidad en las sociedades y la carencia de respeto, responsabilidad y solidaridad entre las personas que les seguían.

Y así, en ese silencioso recodo del camino, se pusieron los dos a ver con más detenimiento cuál podría ser en realidad la respuesta que pudiera satisfacer a ambos por igual. Porque no era verdad que la tecnología tuviera todas las respuestas a las inquietudes humanas, sino solo una parte de ellas, e incluso algunas no ser las correctas. Así, aunque todos los tecnólogos modernos lograran construir el robot más sofisticado y hacerlo aún más inteligente que ellos, quizás nunca lograrían hacerlo capaz de producir un solo sueño humano. Y con su habilidad técnica tal vez descubrirían otros mundos y hasta un día los habitarían, pero si no tuvieran siquiera una pizca de sentido humano y comprensión de la naturaleza esencial del hombre, junto con su solidaridad, su calidez y su decencia, algo siempre les faltaría.

Pero lo mismo debería aplicarse también al humanismo. Podrá alguien ser un experto en los más altos estudios humanísticos; creador de obras literarias maravillosas; magnífico artista, semejante a un genio renacentista; filósofo de altísimo pensamiento, como los antiguos clásicos griegos, pero si no es capaz de reconocer la importancia que tiene la tecnología, como parte de una misma creación humana, algo sin duda también le faltará.

Y entonces, ambos participes en la aventura humana, se levantaron y decidieron caminar juntos, hacia una nueva cultura, que los incluyera a ambos sin primacías ni privilegios de uno sobre el otro, sino como compañeros que construyen, unidos, una misma civilización, pujante y viva.

El pensador Peter Snow escribió en su libro “Las dos culturas”. “El futuro de la civilización no puede ser definido por un conjunto de tecnólogos que ignoran la esencia fundamental del ser humano; pero tampoco por humanistas que por muy intelectuales, eruditos y cultos que sean, no sepan apreciar el valor de la tecnología en el progreso humano”.

“…la tecnología y la ciencia no son tan distintas de la disciplina humanísticas: ambas contribuyen por igual, a la complejidad de nuestro conocimiento…”

En un recodo del camino de la vida, la tecnología y el humanismo se encontraron. La tecnología lucía esplendorosa, vestida como para una fiesta, con una sonrisa cautivadora y con sus manos llenas de milagrosas ofertas, que harían aún más felices a sus devotos seguidores.

El humanismo, en cambio, llevaba un traje sobrio, como si estuviera de luto, y por si fuera poco con la desesperanza a cuestas, frustrado por no haber conseguido que se reconociera el brillo y esplendor de la herencia milenaria que tantos artistas, filósofos y poetas, desde la Edad Clásica, el Renacimiento y la Ilustración, habían legado a la humanidad

Con actitud comedida y un tanto condescendiente, la tecnología se sentó a lado del humanismo, buscando hacerle comprender, con claros visos de reproche, que en gran medida su desencanto ante la incomprensión de las nuevas generaciones ignorando esa herencia magnífica, se debía a él mismo, que no había sabido encontrar la forma de hacer patente esa perenne belleza a los demás, al resistirse al cambio y no haber sido capaz de modificar, o al menos refrescar sus antiguos paradigmas. Porque al fin y al cabo ¿qué es un poeta o una poesía a lado de la maravilla de la digitalización, la realidad virtual o el Zoom?

El humanismo respondió entonces a la tecnología que su pretendido éxito, del cual tanto se vanagloriaba, no se debía sino a la urgencia con que ella reciclaba su propia obsolescencia, provocando la vanidad del ser humano a percibirse a sí mismo anticuado, para entonces ofrecerle productos que solo satisfacían esa vanidad y pensaba le hacían verse moderno, pero que solo eran reproducciones de otros ya conocidos, pero más relucientes y novedosos. Y que para lograr eso, la tecnología le había construido al ser humano un nuevo paraíso terrenal, lleno de artilugios, algoritmos y fuegos artificiales que le divertían y le mantenían entretenido, convirtiendo ese coto cerrado que le había construido en un lugar donde solo había una puerta… ella tenía la única llave.

Y entonces ambos se enfrascaron en un juego dialéctico e infructífero de obsesiones, cuyo objetivo era arrojarse la culpa el uno al otro de su propia decepción ante la vida, como si de sus pobres alegatos dependiera su solución y no de otros factores, ni siquiera contemplados por ellos, en su sus argumentos, tales como la ausencia de justicia, falta de ética y espiritualidad en las sociedades y la carencia de respeto, responsabilidad y solidaridad entre las personas que les seguían.

Y así, en ese silencioso recodo del camino, se pusieron los dos a ver con más detenimiento cuál podría ser en realidad la respuesta que pudiera satisfacer a ambos por igual. Porque no era verdad que la tecnología tuviera todas las respuestas a las inquietudes humanas, sino solo una parte de ellas, e incluso algunas no ser las correctas. Así, aunque todos los tecnólogos modernos lograran construir el robot más sofisticado y hacerlo aún más inteligente que ellos, quizás nunca lograrían hacerlo capaz de producir un solo sueño humano. Y con su habilidad técnica tal vez descubrirían otros mundos y hasta un día los habitarían, pero si no tuvieran siquiera una pizca de sentido humano y comprensión de la naturaleza esencial del hombre, junto con su solidaridad, su calidez y su decencia, algo siempre les faltaría.

Pero lo mismo debería aplicarse también al humanismo. Podrá alguien ser un experto en los más altos estudios humanísticos; creador de obras literarias maravillosas; magnífico artista, semejante a un genio renacentista; filósofo de altísimo pensamiento, como los antiguos clásicos griegos, pero si no es capaz de reconocer la importancia que tiene la tecnología, como parte de una misma creación humana, algo sin duda también le faltará.

Y entonces, ambos participes en la aventura humana, se levantaron y decidieron caminar juntos, hacia una nueva cultura, que los incluyera a ambos sin primacías ni privilegios de uno sobre el otro, sino como compañeros que construyen, unidos, una misma civilización, pujante y viva.

El pensador Peter Snow escribió en su libro “Las dos culturas”. “El futuro de la civilización no puede ser definido por un conjunto de tecnólogos que ignoran la esencia fundamental del ser humano; pero tampoco por humanistas que por muy intelectuales, eruditos y cultos que sean, no sepan apreciar el valor de la tecnología en el progreso humano”.

“…la tecnología y la ciencia no son tan distintas de la disciplina humanísticas: ambas contribuyen por igual, a la complejidad de nuestro conocimiento…”