/ miércoles 20 de marzo de 2019

Con café y a media luz | Don Arturo y dos frentes más

Es, sin duda, una de las historias que se enmarcan, en gran medida, por la insensibilidad de una sociedad que piensa más en cuestiones materiales y económicas, antes que en los valores y sentimientos que nos sembraron cuando éramos niños en pro de nuestros semejantes, hace dos días, en el calor de nuestro hogar, bajo las cobijas y en cama, nos enteramos de la noche que vivió don Arturo.

Fue en la Plaza de Armas de Tampico, en donde Arturo Maldonado sintió el peso de sus 72 años y se vio obligado a descansar sus pies y, ante la llegada de la noche y teniendo como única protección una chamarra roída y una gorra tejida que muy poco cubría su cabeza, se abrazó a sí mismo y cerró sus ojos esperando dejar de sentir el frío que le quemaba hasta los huesos.

La humedad que descendía en forma de densa neblina ayudaba muy poco y, antes de que se pudiera dar cuenta, sus zapatos, pantalón y camisa ya estaban mojados por un rocío que mermaba más la temperatura de su cuerpo maltratado por el hambre, las carencias y los años, así como la del ambiente que más se parecía al de un crudo diciembre que al de un primaveral marzo.

Al no haber comido bien durante los últimos años, el sistema inmunológico de Arturo no pudo defender el organismo de este hombre y fue presa fácil de la fauna viral oportunista que pulula en el aire, no bastó más que un par de horas para empezar a sentir escalofríos que le recorrían la espalda hasta la nuca y bajaban por sus brazos, mientras tiritaba y sus dientes chocaban entre sí por el temblor.

Así transcurrieron las horas y los síntomas de la enfermedad se acrecentaban, el malestar aumentaba y no había señal alguna de una persona, asociación, organismo o autoridad que le pudiera brindar ayuda. Ni siquiera el albergue municipal que se encontraba a escasos metros y al que había acudido en ocasiones anteriores, estaba brindando servicio en esa noche tan gélida.

Cuando amaneció, se percató que un silbido se escapaba de sus pulmones cada vez que respiraba, evidencia innegable de un padecimiento pulmonar por haber sido tanto tiempo expuesto al frío.

En sus pies una extraña sensación de hormigueo le inquietaba, tal vez era la circulación. El cosquilleo muy pronto se volvió molesto y hasta doloroso cuando quiso ponerse en pie; está de más decir que era insufrible el ardor cuando deseó caminar.

Con los primeros rayos del sol, los tampiqueños empezaron a marchar por la plaza principal y observaron con extrañeza el cuerpo de Arturo, fue hasta que un buen samaritano lo ayudó a ponerse de pie de la banca de concreto que había servido como cama y lo llevó hasta una de las sillas de “El Globito” que el anciano tuvo la primera ayuda de un representante de una sociedad que se llama a sí misma “civilizada”.

Se le llamó a la Cruz Roja y los miembros de esta benemérita institución acudieron tan rápido como pudieron y le tomaron los signos vitales y dieron cuenta de sus problemas de salud, lamentablemente no lo pudieron trasladar a hospital alguno de nuestra conurbación, pues en palabras de los paramédicos, una persona en su condición no es aceptada en los nosocomios.

Curiosidad o no, al preguntarle a un buen amigo médico que labora en una dependencia pública de Salud, me comentó que, administrativamente, el ingreso de una persona en situación de calle es un problema pues no sólo no hay campos que quedan vacíos en el expediente del paciente, sino que, además muchos requieren tratamientos que deben ser autorizados por los familiares y los centros sanitarios no se pueden hacer responsables del enfermo o de las consecuencias del problema.

Además de lo anterior, se debe reconocer que aceptar a una persona con esas condiciones no siempre responderá como se debe al tratamiento y corre el riesgo de fallecer y una cifra de esa índole en el hospital no representa buenos resultados en materia estadística ante los diferentes niveles de gobierno.

La realidad, gentil amigo lector, es que es un caso que duele, pues en los extremos de la edad, cuando la fragilidad es mayor en el ser humano, debería imperar el ánimo de asistir al desvalido, al delicado, a aquel que por circunstancias del destino está viviendo calamidades al final de su existencia.

Ojalá que más temprano que tarde nos volvamos una sociedad más sensible ante este tipo de casos y por sobre la burocracia y trámites de las instituciones, exista el espíritu humano y la asistencia a nuestros semejantes, puesto que, estamos seguros que hay más “Arturos” en el mundo y, por lo pronto, en esta semana habrá dos frentes fríos más en los que la lluvia y las bajas temperaturas serán factores decisivos qué tomar en cuenta para abrir los albergues y no tener desgracias qué lamentar.

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Es, sin duda, una de las historias que se enmarcan, en gran medida, por la insensibilidad de una sociedad que piensa más en cuestiones materiales y económicas, antes que en los valores y sentimientos que nos sembraron cuando éramos niños en pro de nuestros semejantes, hace dos días, en el calor de nuestro hogar, bajo las cobijas y en cama, nos enteramos de la noche que vivió don Arturo.

Fue en la Plaza de Armas de Tampico, en donde Arturo Maldonado sintió el peso de sus 72 años y se vio obligado a descansar sus pies y, ante la llegada de la noche y teniendo como única protección una chamarra roída y una gorra tejida que muy poco cubría su cabeza, se abrazó a sí mismo y cerró sus ojos esperando dejar de sentir el frío que le quemaba hasta los huesos.

La humedad que descendía en forma de densa neblina ayudaba muy poco y, antes de que se pudiera dar cuenta, sus zapatos, pantalón y camisa ya estaban mojados por un rocío que mermaba más la temperatura de su cuerpo maltratado por el hambre, las carencias y los años, así como la del ambiente que más se parecía al de un crudo diciembre que al de un primaveral marzo.

Al no haber comido bien durante los últimos años, el sistema inmunológico de Arturo no pudo defender el organismo de este hombre y fue presa fácil de la fauna viral oportunista que pulula en el aire, no bastó más que un par de horas para empezar a sentir escalofríos que le recorrían la espalda hasta la nuca y bajaban por sus brazos, mientras tiritaba y sus dientes chocaban entre sí por el temblor.

Así transcurrieron las horas y los síntomas de la enfermedad se acrecentaban, el malestar aumentaba y no había señal alguna de una persona, asociación, organismo o autoridad que le pudiera brindar ayuda. Ni siquiera el albergue municipal que se encontraba a escasos metros y al que había acudido en ocasiones anteriores, estaba brindando servicio en esa noche tan gélida.

Cuando amaneció, se percató que un silbido se escapaba de sus pulmones cada vez que respiraba, evidencia innegable de un padecimiento pulmonar por haber sido tanto tiempo expuesto al frío.

En sus pies una extraña sensación de hormigueo le inquietaba, tal vez era la circulación. El cosquilleo muy pronto se volvió molesto y hasta doloroso cuando quiso ponerse en pie; está de más decir que era insufrible el ardor cuando deseó caminar.

Con los primeros rayos del sol, los tampiqueños empezaron a marchar por la plaza principal y observaron con extrañeza el cuerpo de Arturo, fue hasta que un buen samaritano lo ayudó a ponerse de pie de la banca de concreto que había servido como cama y lo llevó hasta una de las sillas de “El Globito” que el anciano tuvo la primera ayuda de un representante de una sociedad que se llama a sí misma “civilizada”.

Se le llamó a la Cruz Roja y los miembros de esta benemérita institución acudieron tan rápido como pudieron y le tomaron los signos vitales y dieron cuenta de sus problemas de salud, lamentablemente no lo pudieron trasladar a hospital alguno de nuestra conurbación, pues en palabras de los paramédicos, una persona en su condición no es aceptada en los nosocomios.

Curiosidad o no, al preguntarle a un buen amigo médico que labora en una dependencia pública de Salud, me comentó que, administrativamente, el ingreso de una persona en situación de calle es un problema pues no sólo no hay campos que quedan vacíos en el expediente del paciente, sino que, además muchos requieren tratamientos que deben ser autorizados por los familiares y los centros sanitarios no se pueden hacer responsables del enfermo o de las consecuencias del problema.

Además de lo anterior, se debe reconocer que aceptar a una persona con esas condiciones no siempre responderá como se debe al tratamiento y corre el riesgo de fallecer y una cifra de esa índole en el hospital no representa buenos resultados en materia estadística ante los diferentes niveles de gobierno.

La realidad, gentil amigo lector, es que es un caso que duele, pues en los extremos de la edad, cuando la fragilidad es mayor en el ser humano, debería imperar el ánimo de asistir al desvalido, al delicado, a aquel que por circunstancias del destino está viviendo calamidades al final de su existencia.

Ojalá que más temprano que tarde nos volvamos una sociedad más sensible ante este tipo de casos y por sobre la burocracia y trámites de las instituciones, exista el espíritu humano y la asistencia a nuestros semejantes, puesto que, estamos seguros que hay más “Arturos” en el mundo y, por lo pronto, en esta semana habrá dos frentes fríos más en los que la lluvia y las bajas temperaturas serán factores decisivos qué tomar en cuenta para abrir los albergues y no tener desgracias qué lamentar.

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!