/ lunes 18 de junio de 2018

Con café y a media luz | ¿Dónde quedó?

“La autoridad en el hogar”, “el hombre de la casa”, “el varón de la última palabra”, “el señor” … ¿Dónde quedó?, ¿En qué lugar del imaginario colectivo de esta sociedad postmodernista fue abandonada la imagen de quien fuera el ser respetable sobre el que se sostenía la tranquilidad y la seguridad de la familia de principios y mediados del siglo pasado?, ¿Cómo fue trastocada la admiración, el respeto y la devoción que las generaciones pasadas tenían para con sus ancestros y cómo fue diluyéndose en la conciencia de la juventud?, ¿Cuál o cuáles fueron las razones para que la palabra “padre” se convirtiera en sinónimo de payaso sumiso en el contexto del joven del nuevo siglo?

Quizá, gentil amigo lector, usted que tiene en sus manos el periódico no haya contemplado alguno de estos cuestionamientos porque no ha sido testigo y, muchos menos, protagonista de ellos, debido a que la mayoría de las personas que leen un ejemplar del periódico pertenecen a un segmento de la población que se formó en un marco de respeto, orden y civilidad que los medios digitales vinieron a deformar de manera exponencial conforme avanzaba la sociedad en su paso interminable con rumbo al futuro.

Tal vez y sólo tal vez, a usted le tocaron aún los “Días del Padre” en los que toda la familia, en esa fecha en particular, tenía la obligación de levantarse primero que “el sostén” para poder cantarle las tradicionales “Mañanitas” y hacerle sentir como el verdadero “rey” de su propiedad, sin importar que ésta fuera muy pequeña o grande. Los hijos y la compañera de vida se unían en este jolgorio en el que usted era el centro de atención y su palabra en ese domingo era más que ley.

Nadie chistaba o protestaba por lo que usted dispusiera, así fuera quedarse en casa, ir al cine a ver la película que usted eligiera o ir a la playa a pescar, aunque eso pudiera representar asolearse, llenarse de arena, preparar lonches y, a pesar de todo, no sacar presa alguna de las esmeraldas aguas de Miramar.

Tal vez se habían organizado para tomarse la tradicional fotografía familiar en la que, al centro y sentado en una silla provenzal, con la ceja derecha arqueada como cola de alacrán, el gesto duro, la pierna cruzada y las manos entrelazadas sobre el abdomen, era acomodado “el señorón”; encuclillas y alrededor eran dispersados los “herederos” de dicha grandeza, conforme a su edad y tamaño y, por último, la esposa estaba en pie, atrás del caballero, con la mano izquierda posada de manera frágil y gentil sobre el hombro del mocetón que era su marido.

Ese cuadro de solemnidad quedaba plasmado en una placa que era puesta en la pared central de la sala para que todo aquel que llegara comprendiera quien era el “mandamás” de ese sacrosanto recinto que se llamaba “hogar”.

Hoy las cosas han cambiado. La irresponsabilidad y el abuso de algunos hombres que no supieron afrontar la responsabilidad de ser guías, mentores, protectores y sostenes de las familias en la etapa de crisis de finales del siglo pasado y, en ciertos casos, volverse hasta verdugos inclementes del llamado núcleo social, al sentirse protegidos por una sociedad falocéntrica, cuya esencia machista justificaba y hasta apaudía ese comportamiento, fueron el detonante para iniciar la debacle que se está viviendo ahora.

El feminismo extremista mal entendido, como cualquier otra cosa que se lleva al exceso, también colaboró en cierto sentido con el deterioro de la figura paterna, pues la defensa de los derechos derechos de la mujer en la sociedad vino a manifestarse con un conducta radicalista e impositiva en el seno del hogar, haciendo testigos de este conflicto a los hijos, quienes observaron que la estampa, antes intocable, del padre, podía ser sobajada con toda tranquilidad, perdiendo así cualquier sentido de respeto para la autoridad que éste debía representar.

El ingrediente extra fueron las nuevas tecnologías, que “aderezaron” la conceptualización social mexicana, con grandes dosis de información de todas partes del mundo permitiéndole al joven recrear la realidad a su antojo en un mundo virtual en el que él “hacía y deshacía” a placer, proveyéndole unos conceptos virtuales e inoperantes en la realidad de lo que es “autoridad” y “responsabilidad”.

Y como todo lo que sube debe bajar, pues todo lo que entra debe salir.

El mensaje que ambos, hombre y mujer, habían llevado al interior de su casa. El primero con abusos e irresponsabilidad y, la segunda, con una rebeldía antes proscrita y mal entendida, aunado a la llegada de las redes sociales, la globalización de la información y la creación de los teléfonos inteligentes y tabletas que propiciaron el ocio y la antipatía de la juventud, dieron como resultado una generación de ciudadanos flojos, irresponsables, que ven al padre como un simple conocido al que pueden ofender sin recibir reprimenda y que creen que tienen derecho a todo lo que deseen por el simple hecho de quererlo.

El retrato familiar en el que la solemnidad, el respeto y la devoción se denotaban desde el primer vistazo, hoy ha dado paso a otro tipo de escenario en el que la chiquillada le está haciendo “bolita” al pobre hombre que está en suelo y del que solo se puede apreciar una mano extendida en señal de pedir ayuda, mientras que la esposa se le aprecia en un rincón, esbozando una sonrisa de “oreja a oreja” con la boca abierta, como si estuviera expeliendo una sonora carcajada, en tanto que su mano derecha se la lleva al vientre y la izquierda apunta a la tragedia.

Sin duda alguna, las cosas han cambiado y el sentido de respeto y dignidad, en algunos nichos de la nueva generación, se ha perdido; la figura del padre es la célula que se puede tomar como referencia para atestiguar el caos social en el que estamos sumergidos y del que, según parece, no queremos salir. Sin duda alguna, debemos poner manos a la obra y rescatar a la familia llena de valores y unidad que antes conocimos.

Con todo ello, querido amigo lector, deseo que haya pasado un maravilloso Día del Padre.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

“La autoridad en el hogar”, “el hombre de la casa”, “el varón de la última palabra”, “el señor” … ¿Dónde quedó?, ¿En qué lugar del imaginario colectivo de esta sociedad postmodernista fue abandonada la imagen de quien fuera el ser respetable sobre el que se sostenía la tranquilidad y la seguridad de la familia de principios y mediados del siglo pasado?, ¿Cómo fue trastocada la admiración, el respeto y la devoción que las generaciones pasadas tenían para con sus ancestros y cómo fue diluyéndose en la conciencia de la juventud?, ¿Cuál o cuáles fueron las razones para que la palabra “padre” se convirtiera en sinónimo de payaso sumiso en el contexto del joven del nuevo siglo?

Quizá, gentil amigo lector, usted que tiene en sus manos el periódico no haya contemplado alguno de estos cuestionamientos porque no ha sido testigo y, muchos menos, protagonista de ellos, debido a que la mayoría de las personas que leen un ejemplar del periódico pertenecen a un segmento de la población que se formó en un marco de respeto, orden y civilidad que los medios digitales vinieron a deformar de manera exponencial conforme avanzaba la sociedad en su paso interminable con rumbo al futuro.

Tal vez y sólo tal vez, a usted le tocaron aún los “Días del Padre” en los que toda la familia, en esa fecha en particular, tenía la obligación de levantarse primero que “el sostén” para poder cantarle las tradicionales “Mañanitas” y hacerle sentir como el verdadero “rey” de su propiedad, sin importar que ésta fuera muy pequeña o grande. Los hijos y la compañera de vida se unían en este jolgorio en el que usted era el centro de atención y su palabra en ese domingo era más que ley.

Nadie chistaba o protestaba por lo que usted dispusiera, así fuera quedarse en casa, ir al cine a ver la película que usted eligiera o ir a la playa a pescar, aunque eso pudiera representar asolearse, llenarse de arena, preparar lonches y, a pesar de todo, no sacar presa alguna de las esmeraldas aguas de Miramar.

Tal vez se habían organizado para tomarse la tradicional fotografía familiar en la que, al centro y sentado en una silla provenzal, con la ceja derecha arqueada como cola de alacrán, el gesto duro, la pierna cruzada y las manos entrelazadas sobre el abdomen, era acomodado “el señorón”; encuclillas y alrededor eran dispersados los “herederos” de dicha grandeza, conforme a su edad y tamaño y, por último, la esposa estaba en pie, atrás del caballero, con la mano izquierda posada de manera frágil y gentil sobre el hombro del mocetón que era su marido.

Ese cuadro de solemnidad quedaba plasmado en una placa que era puesta en la pared central de la sala para que todo aquel que llegara comprendiera quien era el “mandamás” de ese sacrosanto recinto que se llamaba “hogar”.

Hoy las cosas han cambiado. La irresponsabilidad y el abuso de algunos hombres que no supieron afrontar la responsabilidad de ser guías, mentores, protectores y sostenes de las familias en la etapa de crisis de finales del siglo pasado y, en ciertos casos, volverse hasta verdugos inclementes del llamado núcleo social, al sentirse protegidos por una sociedad falocéntrica, cuya esencia machista justificaba y hasta apaudía ese comportamiento, fueron el detonante para iniciar la debacle que se está viviendo ahora.

El feminismo extremista mal entendido, como cualquier otra cosa que se lleva al exceso, también colaboró en cierto sentido con el deterioro de la figura paterna, pues la defensa de los derechos derechos de la mujer en la sociedad vino a manifestarse con un conducta radicalista e impositiva en el seno del hogar, haciendo testigos de este conflicto a los hijos, quienes observaron que la estampa, antes intocable, del padre, podía ser sobajada con toda tranquilidad, perdiendo así cualquier sentido de respeto para la autoridad que éste debía representar.

El ingrediente extra fueron las nuevas tecnologías, que “aderezaron” la conceptualización social mexicana, con grandes dosis de información de todas partes del mundo permitiéndole al joven recrear la realidad a su antojo en un mundo virtual en el que él “hacía y deshacía” a placer, proveyéndole unos conceptos virtuales e inoperantes en la realidad de lo que es “autoridad” y “responsabilidad”.

Y como todo lo que sube debe bajar, pues todo lo que entra debe salir.

El mensaje que ambos, hombre y mujer, habían llevado al interior de su casa. El primero con abusos e irresponsabilidad y, la segunda, con una rebeldía antes proscrita y mal entendida, aunado a la llegada de las redes sociales, la globalización de la información y la creación de los teléfonos inteligentes y tabletas que propiciaron el ocio y la antipatía de la juventud, dieron como resultado una generación de ciudadanos flojos, irresponsables, que ven al padre como un simple conocido al que pueden ofender sin recibir reprimenda y que creen que tienen derecho a todo lo que deseen por el simple hecho de quererlo.

El retrato familiar en el que la solemnidad, el respeto y la devoción se denotaban desde el primer vistazo, hoy ha dado paso a otro tipo de escenario en el que la chiquillada le está haciendo “bolita” al pobre hombre que está en suelo y del que solo se puede apreciar una mano extendida en señal de pedir ayuda, mientras que la esposa se le aprecia en un rincón, esbozando una sonrisa de “oreja a oreja” con la boca abierta, como si estuviera expeliendo una sonora carcajada, en tanto que su mano derecha se la lleva al vientre y la izquierda apunta a la tragedia.

Sin duda alguna, las cosas han cambiado y el sentido de respeto y dignidad, en algunos nichos de la nueva generación, se ha perdido; la figura del padre es la célula que se puede tomar como referencia para atestiguar el caos social en el que estamos sumergidos y del que, según parece, no queremos salir. Sin duda alguna, debemos poner manos a la obra y rescatar a la familia llena de valores y unidad que antes conocimos.

Con todo ello, querido amigo lector, deseo que haya pasado un maravilloso Día del Padre.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!