/ viernes 18 de octubre de 2019

Con café y a media luz | Donde todo se puede

Cuando se me acercó con aires de suficiencia, me imaginé cualquier tipo de propuesta para incrementar su calificación y así poder acreditar la materia que yo le impartía en aquella universidad privada de la ciudad de Aguascalientes. El trabajo docente lo combinaba a la perfección con la labor que desempeñaba en los medios de comunicación del gobierno del estado de aquel estado en la época de Luis Armando Reynoso Femat.

Alcé la mirada para poder atenderlo y me recliné sobre el respaldo del sillón de cuero negro para poder apreciar al mozalbete. El pelo desaliñado, la camisa sin fajar y el pantalón de mezclilla de moda – con agujeros - , combinaban perfectamente con la actitud indebida, misma que se evidenciaba cuando recargó ambos puños en el escritorio del salón desde donde este servidor impartía la cátedra.

“¡¿Cuánto?!”, me dijo, con un tono cortante entre reto y reclamo que, hasta estos días, sigo sin descifrar. Y continuó “¡¿Cuánto por pasarme?!” y recalcó enfáticamente, mientras que resoplaba para mover el mechón de pelo que le tapaba uno de los ojos inyectados de coraje. “¡Pida lo que quiera!”

“Usted sabe quién es mi familia”. Cuando dijo eso pensé que seguiría una terrible amenaza en contra de mi persona o de mis allegados. Debo reconocer que para ese instante sudé frío pues, efectivamente, el muchacho era hijo de quien en ese tiempo ocupaba un lugar de prestigio impropio en una especie de tianguis de objetos de dudosa procedencia conocido como la “línea de fuego” en la capital aguascalentense.

Sin embargo, cuando terminó la frase, “el alma me volvió al cuerpo”. “Si no paso me va a ir muy mal”, me sostuvo, y su voz ya no era desafiante, por el contrario, se había quebrado como el cristal y dejaba entrever un terror disfrazado de urgente llamado de auxilio que hacía a mi consideración y dispensa. Cuando giró la cabeza como buscando una respuesta afirmativa que le diera paz a su espíritu, confirmé lo que suponía: El problema no lo tendría yo, sino él.

“Ponte a estudiar para que pases en el examen de segunda oportunidad”, le dije de manera tranquila esperando transmitirle ese sosiego, por el contrario, fue como avivar el fuego que estaba a punto de extinguirse. Su rostro nuevamente se desfiguró y entonces insistió en su oferta inicial. “¡¿Cuánto quiere?!”, me gritó, olvidándose de dónde estábamos, quién era él y, por ende, quién era yo. “¡Pida lo que quiera! ¡Una botella, un carro, una computadora, una Tablet, un servicio!”

“No te puedo cambiar la calificación”, le sostuve de manera firme, pero sereno, para evitar que supusiera la propuesta de un conflicto de mi parte. “Ya entregué la lista y está con las secretarias y serán ellas quienes suban las calificaciones al sistema. Aunque quiera, ya no puedo ayudarte. Ponte a estudiar para el examen de segunda oportunidad”.

“¡Claro que se puede!”, me volvió a vociferar y casi podría asegurar que escupía espuma por la boca, mientras me agitaba el dedo índice en la cara. “¡En este país todo se puede!”, me increpó y, por último, antes de salir por la puerta del salón, me sentenció “¡Solamente tengo que dar con la persona correcta, pero va a ver que no me va a reprobar!”, salió airadamente azotando la puerta del salón. Minutos más tarde, cuando yo también abandoné el plantel, crucé por afuera de la oficina del director, a través de las ventanas de su cubículo observé al joven dialogando con la autoridad.

Al día siguiente pude comprobar que las palabras del muchacho se hicieron realidad y retumbaron en mi cabeza con una mezcla de decepción y coraje: “En este país todo se puede”

En las últimas fechas hemos sido testigos de una agitación sumamente interesante en los diversos ecosistemas en los cuales se desenvuelve este ente vivo y evolutivo que se llama México.

En el plano jurídico observamos la renuncia de una figura importante del sistema jurídico mexicano y la aceptación casi inmediata de su dimisión por parte del aparato legislativo. Días después un medio de circulación nacional da cuenta de los movimientos de la unidad de inteligencia financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público que hacen suponer la existencia de un medio de presión sobre el individuo para que dijera adiós a su cargo.

Acto seguido vemos cómo el número impresionante de amparos interpuestos por diversos organismos e instancias que justificaban la inviabilidad de Santa Lucía, son resueltos en tiempo récord – dado el número y los argumentos mostrados - para que, el día de ayer, incluso, se anunciara la fecha de inauguración de la terminal aérea que es uno de los símbolos de la administración de Andrés Manuel López Obrador.

Después vemos, en otro contexto, la “renuncia” del líder sindical de los trabajadores petroleros mexicanos, al que durante mucho tiempo se le señaló de enriquecimiento ilícito, partiendo del paradigma de que lo que reportaba como salario no justificaba, ni de broma, las propiedades que aparecieron a su nombre o a nombre de su descendencia. No obstante, no percibimos acciones legales claras en torno a la figura de Romero Deschamps. Lo que pueda o no, haber detrás, el tiempo lo dirá.

Alguna noticia en este tenor no nos debería sorprender, pues no sería la primera ocasión en que alguien “toma sus canicas” y se va del juego, dejando a la nación con un “palmo de narices”. “La maestra” o “el hermano” ya nos dieron cuenta y fe de lo que digo.

Por último y a lo que deseo llegar, gentil amigo lector, que todo parece indicar que antes como ahora, mi exalumno tenía razón: “En este país todo se puede, solo basta dar con la persona indicada”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Cuando se me acercó con aires de suficiencia, me imaginé cualquier tipo de propuesta para incrementar su calificación y así poder acreditar la materia que yo le impartía en aquella universidad privada de la ciudad de Aguascalientes. El trabajo docente lo combinaba a la perfección con la labor que desempeñaba en los medios de comunicación del gobierno del estado de aquel estado en la época de Luis Armando Reynoso Femat.

Alcé la mirada para poder atenderlo y me recliné sobre el respaldo del sillón de cuero negro para poder apreciar al mozalbete. El pelo desaliñado, la camisa sin fajar y el pantalón de mezclilla de moda – con agujeros - , combinaban perfectamente con la actitud indebida, misma que se evidenciaba cuando recargó ambos puños en el escritorio del salón desde donde este servidor impartía la cátedra.

“¡¿Cuánto?!”, me dijo, con un tono cortante entre reto y reclamo que, hasta estos días, sigo sin descifrar. Y continuó “¡¿Cuánto por pasarme?!” y recalcó enfáticamente, mientras que resoplaba para mover el mechón de pelo que le tapaba uno de los ojos inyectados de coraje. “¡Pida lo que quiera!”

“Usted sabe quién es mi familia”. Cuando dijo eso pensé que seguiría una terrible amenaza en contra de mi persona o de mis allegados. Debo reconocer que para ese instante sudé frío pues, efectivamente, el muchacho era hijo de quien en ese tiempo ocupaba un lugar de prestigio impropio en una especie de tianguis de objetos de dudosa procedencia conocido como la “línea de fuego” en la capital aguascalentense.

Sin embargo, cuando terminó la frase, “el alma me volvió al cuerpo”. “Si no paso me va a ir muy mal”, me sostuvo, y su voz ya no era desafiante, por el contrario, se había quebrado como el cristal y dejaba entrever un terror disfrazado de urgente llamado de auxilio que hacía a mi consideración y dispensa. Cuando giró la cabeza como buscando una respuesta afirmativa que le diera paz a su espíritu, confirmé lo que suponía: El problema no lo tendría yo, sino él.

“Ponte a estudiar para que pases en el examen de segunda oportunidad”, le dije de manera tranquila esperando transmitirle ese sosiego, por el contrario, fue como avivar el fuego que estaba a punto de extinguirse. Su rostro nuevamente se desfiguró y entonces insistió en su oferta inicial. “¡¿Cuánto quiere?!”, me gritó, olvidándose de dónde estábamos, quién era él y, por ende, quién era yo. “¡Pida lo que quiera! ¡Una botella, un carro, una computadora, una Tablet, un servicio!”

“No te puedo cambiar la calificación”, le sostuve de manera firme, pero sereno, para evitar que supusiera la propuesta de un conflicto de mi parte. “Ya entregué la lista y está con las secretarias y serán ellas quienes suban las calificaciones al sistema. Aunque quiera, ya no puedo ayudarte. Ponte a estudiar para el examen de segunda oportunidad”.

“¡Claro que se puede!”, me volvió a vociferar y casi podría asegurar que escupía espuma por la boca, mientras me agitaba el dedo índice en la cara. “¡En este país todo se puede!”, me increpó y, por último, antes de salir por la puerta del salón, me sentenció “¡Solamente tengo que dar con la persona correcta, pero va a ver que no me va a reprobar!”, salió airadamente azotando la puerta del salón. Minutos más tarde, cuando yo también abandoné el plantel, crucé por afuera de la oficina del director, a través de las ventanas de su cubículo observé al joven dialogando con la autoridad.

Al día siguiente pude comprobar que las palabras del muchacho se hicieron realidad y retumbaron en mi cabeza con una mezcla de decepción y coraje: “En este país todo se puede”

En las últimas fechas hemos sido testigos de una agitación sumamente interesante en los diversos ecosistemas en los cuales se desenvuelve este ente vivo y evolutivo que se llama México.

En el plano jurídico observamos la renuncia de una figura importante del sistema jurídico mexicano y la aceptación casi inmediata de su dimisión por parte del aparato legislativo. Días después un medio de circulación nacional da cuenta de los movimientos de la unidad de inteligencia financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público que hacen suponer la existencia de un medio de presión sobre el individuo para que dijera adiós a su cargo.

Acto seguido vemos cómo el número impresionante de amparos interpuestos por diversos organismos e instancias que justificaban la inviabilidad de Santa Lucía, son resueltos en tiempo récord – dado el número y los argumentos mostrados - para que, el día de ayer, incluso, se anunciara la fecha de inauguración de la terminal aérea que es uno de los símbolos de la administración de Andrés Manuel López Obrador.

Después vemos, en otro contexto, la “renuncia” del líder sindical de los trabajadores petroleros mexicanos, al que durante mucho tiempo se le señaló de enriquecimiento ilícito, partiendo del paradigma de que lo que reportaba como salario no justificaba, ni de broma, las propiedades que aparecieron a su nombre o a nombre de su descendencia. No obstante, no percibimos acciones legales claras en torno a la figura de Romero Deschamps. Lo que pueda o no, haber detrás, el tiempo lo dirá.

Alguna noticia en este tenor no nos debería sorprender, pues no sería la primera ocasión en que alguien “toma sus canicas” y se va del juego, dejando a la nación con un “palmo de narices”. “La maestra” o “el hermano” ya nos dieron cuenta y fe de lo que digo.

Por último y a lo que deseo llegar, gentil amigo lector, que todo parece indicar que antes como ahora, mi exalumno tenía razón: “En este país todo se puede, solo basta dar con la persona indicada”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!