/ viernes 24 de mayo de 2019

Dos versos de una romanza

El principal reto del país consiste en aminorar en algo lo que el dinero es hoy, un símbolo claro de poder, cuya manipulación desmedida amenaza la solidez y estabilidad de muchos hogares.

Es lo mismo en los tiernos sentimientos de las parejas jóvenes y de las ya no tan jóvenes y con sentimientos menos tiernos, se entiende. Igualmente todo se complica al momento que ambos cónyuges trabajan. Al instante en que los dos cuentan con un salario, porque es necesario mucha madurez y tolerancia para mantener en equilibrio la balanza.

Las parejas de doble salario representan una fórmula inédita en las historias y tradiciones de nuestros ancestros. No existen modelos bíblicos que sirvan de referencia.

En la mentalidad de la mujer ese dinero que se gana con su trabajo, ese dinero “suyo” es la clave de la igualdad y hasta cierto punto de su independencia. Mientras que para el hombre el salario aportado al hogar es prueba de su “autoridad” indiscutible.

Al consultar sobre los conflictos que florecen en los matrimonios, la respuesta tanto de las mujeres como los hombres apunta hacia el dinero, esencialmente. Esto, pese a que en este tipo de encuestas y otras, -por ejemplo, las políticas-, suele haber poca sinceridad y mucha hipocresía, y rara vez se expone el monto exacto de los gastos –o ahorros- personales y los del consorte. Se prefiere callar, más cuando el esposo es el único sostén de la casa.

En relación al tema se generan dos conceptos necesariamente llamados a chocar. ¿Están a punto de concluir los días de predominio financiero masculino y también los que preceden a la desaparición del hogar como tradicionalmente se mira?

Ahora, el ideal limpio y puro del amor conyugal es sometido a una ardua prueba –insuperable muchas veces—al instante en que surgen las sospechas de que el otro tiene alguna cuenta bancaria secreta, factor que se encarga de crear espontáneamente una barrera de intereses individuales personales, casi imperceptibles al principio, pero que termina con frecuencia deformando los vínculos agradables del amor en un “mediocre documento mercantil”.

Reza el refrán, “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. El secreto es saber combinarlo, aseguran. Solo que dos versos de esta romanza ya no concuerdan, son incompatibles. He ahí el dilema.

NOTA DEL DÍA. Los publicistas de la demagogia declaran que el despilfarro en las labores de gobierno son “minucias simbólicas”, que en la magnitud de los problemas de México prácticamente no cuentan. O sea, el efluvio de recursos que se tira al hoyo negro que tiene a PEMEX en jaque, “debería ser un hecho tolerado”. Lo mismo que otras “minucias simbólicas” a las que, súmele usted, todo lo que se gastó irreflexivamente en la compra de aviones, helicópteros, automóviles, casas de verano, so pretexto de las giras de trabajo. Multiplique esto por 52 por 6 que es comúnmente el periodo de gobierno. Pero fueron varios, no uno solo. Calcule lo invertido en la transportación de las comitivas, la remodelación de oficinas, la decoración, la pintura, las fachadas, etc. etc. etc. ¿Cuánto dinero es en una semana únicamente? ¿Y cuántas semanas son? ¿Y las costosísimas campañas tendentes a convencernos de la multicitada Reforma Energética y las bondades del IVA en alimentos y medicinas? ¿Y la aparición de una alta burocracia asfixiante en la que se advierte el duro contraste con los de abajo en el organigrama?

¿Es una “minucia simbólica”, también lo gastado en la compra de inteligencias y voluntades? ¿Y los despilfarros tontos en las campañas políticas?

Todo tiene un límite y este fue rebasado. ¿Cuánto costó al pueblo esos excesos en el ejercicio y usufructo del poder político y económico, mezclado como uno solo e indivisible? ¿Qué debe pasar para que sus dueños se hagan responsables y acepten su fracaso administrativo? ¿Cómo sería el México actual sin tantas "minucias simbólicas”? Es difícil erradicar tanto vicio heredado del pasado. Pero no hay de otra, porque el límite fue rebasado, insisto.

El principal reto del país consiste en aminorar en algo lo que el dinero es hoy, un símbolo claro de poder, cuya manipulación desmedida amenaza la solidez y estabilidad de muchos hogares.

Es lo mismo en los tiernos sentimientos de las parejas jóvenes y de las ya no tan jóvenes y con sentimientos menos tiernos, se entiende. Igualmente todo se complica al momento que ambos cónyuges trabajan. Al instante en que los dos cuentan con un salario, porque es necesario mucha madurez y tolerancia para mantener en equilibrio la balanza.

Las parejas de doble salario representan una fórmula inédita en las historias y tradiciones de nuestros ancestros. No existen modelos bíblicos que sirvan de referencia.

En la mentalidad de la mujer ese dinero que se gana con su trabajo, ese dinero “suyo” es la clave de la igualdad y hasta cierto punto de su independencia. Mientras que para el hombre el salario aportado al hogar es prueba de su “autoridad” indiscutible.

Al consultar sobre los conflictos que florecen en los matrimonios, la respuesta tanto de las mujeres como los hombres apunta hacia el dinero, esencialmente. Esto, pese a que en este tipo de encuestas y otras, -por ejemplo, las políticas-, suele haber poca sinceridad y mucha hipocresía, y rara vez se expone el monto exacto de los gastos –o ahorros- personales y los del consorte. Se prefiere callar, más cuando el esposo es el único sostén de la casa.

En relación al tema se generan dos conceptos necesariamente llamados a chocar. ¿Están a punto de concluir los días de predominio financiero masculino y también los que preceden a la desaparición del hogar como tradicionalmente se mira?

Ahora, el ideal limpio y puro del amor conyugal es sometido a una ardua prueba –insuperable muchas veces—al instante en que surgen las sospechas de que el otro tiene alguna cuenta bancaria secreta, factor que se encarga de crear espontáneamente una barrera de intereses individuales personales, casi imperceptibles al principio, pero que termina con frecuencia deformando los vínculos agradables del amor en un “mediocre documento mercantil”.

Reza el refrán, “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. El secreto es saber combinarlo, aseguran. Solo que dos versos de esta romanza ya no concuerdan, son incompatibles. He ahí el dilema.

NOTA DEL DÍA. Los publicistas de la demagogia declaran que el despilfarro en las labores de gobierno son “minucias simbólicas”, que en la magnitud de los problemas de México prácticamente no cuentan. O sea, el efluvio de recursos que se tira al hoyo negro que tiene a PEMEX en jaque, “debería ser un hecho tolerado”. Lo mismo que otras “minucias simbólicas” a las que, súmele usted, todo lo que se gastó irreflexivamente en la compra de aviones, helicópteros, automóviles, casas de verano, so pretexto de las giras de trabajo. Multiplique esto por 52 por 6 que es comúnmente el periodo de gobierno. Pero fueron varios, no uno solo. Calcule lo invertido en la transportación de las comitivas, la remodelación de oficinas, la decoración, la pintura, las fachadas, etc. etc. etc. ¿Cuánto dinero es en una semana únicamente? ¿Y cuántas semanas son? ¿Y las costosísimas campañas tendentes a convencernos de la multicitada Reforma Energética y las bondades del IVA en alimentos y medicinas? ¿Y la aparición de una alta burocracia asfixiante en la que se advierte el duro contraste con los de abajo en el organigrama?

¿Es una “minucia simbólica”, también lo gastado en la compra de inteligencias y voluntades? ¿Y los despilfarros tontos en las campañas políticas?

Todo tiene un límite y este fue rebasado. ¿Cuánto costó al pueblo esos excesos en el ejercicio y usufructo del poder político y económico, mezclado como uno solo e indivisible? ¿Qué debe pasar para que sus dueños se hagan responsables y acepten su fracaso administrativo? ¿Cómo sería el México actual sin tantas "minucias simbólicas”? Es difícil erradicar tanto vicio heredado del pasado. Pero no hay de otra, porque el límite fue rebasado, insisto.