/ martes 16 de noviembre de 2021

Economía y bienestar | El libre mercado o competencia imperfecta

Se puede decir que durante mucho tiempo prevaleció la idea de que en la actualidad la economía se mueve de acuerdo a las reglas de la libre competencia, la cual establece que en el mercado hay un gran número de compradores y vendedores que ninguno es tan fuerte e influyente como para determinar o influir en el precio de las mercancías.

Es decir, el precio como un instrumento o mecanismo a través del cual se distribuyen las mercancías; además de lo anterior, se consideró que el mecanismo de mercado es automático, ya que éste se autorregulaba de tal forma que si en un momento determinado un empresario no era competitivo, salía del mismo dejándole su segmento al más eficiente.

Lo mismo ocurre con los consumidores, quienes a través de los precios saben si pueden consumir o no, por lo que ni consumidores ni productores son sumamente importantes en el mercado de manera individual como para incidir en la determinación de los precios de las mercancías.

Además de lo anterior, el hecho que el mercado logre su equilibrio de manera autónoma, sin necesitar la participación del gobierno, por lo que sus acciones fundamentales se deben centrar en garantizar un sistema de impartición de justicia eficaz.

Estos, entre otros argumentos, fueron los que han servido de fundamento para la implementación de modelos de corte liberal, donde se cree que a largo plazo todo es estable, ya que las variaciones erráticas del mercado se corregirán con el tiempo, logrando una estabilidad en la producción y distribución de los bienes y servicios que se producen en el país.

Sin embargo, las anteriores ideas solo sirvieron para que el imaginario colectivo de la sociedad aceptara que el mercado es el mejor mecanismo para generar crecimiento y desarrollo tanto económico como social.

Lamentablemente, dichas ideas son una completa mentira, ya que su base parte como si la libre competencia existiera y no es así, lo predominante hoy es la competencia monopolista, competencia que la tenemos presente desde principios del siglo pasado, cuando se crean los primeros monopolios como una forma de organización empresarial en la que una sola empresa o un reducido grupo de éstas dominan toda una actividad económica que muchas veces va desde la extracción de materias primas y llega hasta la comercialización de la producción.

Es decir, un control total de toda una actividad económica, pero lo más lamentable y peligroso es que es el monopolio quien determina el precio de los productos en el mercado y estos se fijan en función a los costos de producción y, desde luego, a sus respectivos márgenes de ganancia, las cuales llegan a ser desmedidas.

Por otra parte, los consumidores, al no tener más opciones para consumir, no les queda de otra que caer víctimas de las actitudes voraces de los monopolios; para ejemplo, lo que ocurre hoy en día en algunos países donde le ha dejado a un monopolio la encomienda de ser uno de los principales proveedores de energía eléctrica, como en España, por citar solo un caso, con resultados muy lamentables para los consumidores.

Por lo anterior, es necesario que el gobierno participe como un actor que regule a los monopolios, así como un inversionista más que participe de la producción en aquellas áreas consideradas como estratégicas para el desarrollo nacional. Como en su momento lo plantearía el economista inglés J.M. Keynes para mostrar una idea contraria a la escuela clásica de la economía, que afirmaba que el mercado garantizaba que a largo plazo, todo es estable.

Keynes, por el contrario, dio su respuesta al afirmar que “a largo plazo todos estaremos muertos”, por lo que es necesario la intervención del gobierno en la economía en el corto plazo.

  • Regeneración 19

Se puede decir que durante mucho tiempo prevaleció la idea de que en la actualidad la economía se mueve de acuerdo a las reglas de la libre competencia, la cual establece que en el mercado hay un gran número de compradores y vendedores que ninguno es tan fuerte e influyente como para determinar o influir en el precio de las mercancías.

Es decir, el precio como un instrumento o mecanismo a través del cual se distribuyen las mercancías; además de lo anterior, se consideró que el mecanismo de mercado es automático, ya que éste se autorregulaba de tal forma que si en un momento determinado un empresario no era competitivo, salía del mismo dejándole su segmento al más eficiente.

Lo mismo ocurre con los consumidores, quienes a través de los precios saben si pueden consumir o no, por lo que ni consumidores ni productores son sumamente importantes en el mercado de manera individual como para incidir en la determinación de los precios de las mercancías.

Además de lo anterior, el hecho que el mercado logre su equilibrio de manera autónoma, sin necesitar la participación del gobierno, por lo que sus acciones fundamentales se deben centrar en garantizar un sistema de impartición de justicia eficaz.

Estos, entre otros argumentos, fueron los que han servido de fundamento para la implementación de modelos de corte liberal, donde se cree que a largo plazo todo es estable, ya que las variaciones erráticas del mercado se corregirán con el tiempo, logrando una estabilidad en la producción y distribución de los bienes y servicios que se producen en el país.

Sin embargo, las anteriores ideas solo sirvieron para que el imaginario colectivo de la sociedad aceptara que el mercado es el mejor mecanismo para generar crecimiento y desarrollo tanto económico como social.

Lamentablemente, dichas ideas son una completa mentira, ya que su base parte como si la libre competencia existiera y no es así, lo predominante hoy es la competencia monopolista, competencia que la tenemos presente desde principios del siglo pasado, cuando se crean los primeros monopolios como una forma de organización empresarial en la que una sola empresa o un reducido grupo de éstas dominan toda una actividad económica que muchas veces va desde la extracción de materias primas y llega hasta la comercialización de la producción.

Es decir, un control total de toda una actividad económica, pero lo más lamentable y peligroso es que es el monopolio quien determina el precio de los productos en el mercado y estos se fijan en función a los costos de producción y, desde luego, a sus respectivos márgenes de ganancia, las cuales llegan a ser desmedidas.

Por otra parte, los consumidores, al no tener más opciones para consumir, no les queda de otra que caer víctimas de las actitudes voraces de los monopolios; para ejemplo, lo que ocurre hoy en día en algunos países donde le ha dejado a un monopolio la encomienda de ser uno de los principales proveedores de energía eléctrica, como en España, por citar solo un caso, con resultados muy lamentables para los consumidores.

Por lo anterior, es necesario que el gobierno participe como un actor que regule a los monopolios, así como un inversionista más que participe de la producción en aquellas áreas consideradas como estratégicas para el desarrollo nacional. Como en su momento lo plantearía el economista inglés J.M. Keynes para mostrar una idea contraria a la escuela clásica de la economía, que afirmaba que el mercado garantizaba que a largo plazo, todo es estable.

Keynes, por el contrario, dio su respuesta al afirmar que “a largo plazo todos estaremos muertos”, por lo que es necesario la intervención del gobierno en la economía en el corto plazo.

  • Regeneración 19