/ martes 17 de agosto de 2021

Economía y bienestar | Evitemos el trabajo infantil

Una de las más lamentables consecuencias que origina el deterioro de la calidad de vida producto de la precarización de las condiciones de trabajo, es sin duda, la pérdida del poder adquisitivo.

Este se vino generando en nuestro país por muchos años de antelación, lo que provocó que al interior de los núcleos familiares algunos de sus integrantes tuvieran que diseñar estrategias para generar mayores flujos de recursos monetarios hacia sus hogares a fin de aminorar la caída permanente del ingreso familiar, por ejemplo, el proceso paulatino y gradual de incorporación de las mujeres al mercado de trabajo propició una recomposición del núcleo familiar tradicional; por otra parte, el resto de los integrantes, principalmente los más jóvenes, se han visto en la necesidad de interrumpir sus estudios para buscar alternativas de ingreso y con ello generar mejoras en las condiciones de vida de las familias que se han visto afectadas por el deterioro en los recursos monetarios. Sin embargo, lo peor del caso de este proceso, es cuando se presenta el trabajo infantil, aquel en el que menores de edad tienen que dejar de hacer actividades propias de su edad para salir a buscar ingresos para poder subsistir.

De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que no todas las labores realizadas por los niños deben clasificarse como trabajo infantil, es decir, trabajos que no atenten contra su salud, su desarrollo personal y que no interfiera en su escolarización se considera positiva, por ejemplo apoyar a sus padres en las tareas del hogar, entre otras actividades, en tanto el trabajo infantil (niños de 5 a 17 años) de acuerdo con la OIT la define como el trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial, su dignidad y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. De ahí la gravedad del asunto, ya que es una de las consecuencias, producto de la precarización del trabajo.

Sin lugar a duda afecta a todos los miembros del hogar, pero en mayor medida a los más vulnerables, en este caso a los niños que tienes que salir en la búsqueda de un empleo que contribuya a fortalecer las condiciones económicas familiares.

Respecto a lo anterior, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, publicó en diciembre del 2020 las cifras de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2019, con datos por demás interesantes. La población de estudio fueron niños de 5 a 17 años en un muestreo bietápico en 48 mil viviendas.

En México, existe una población de 28.5 millones de niños en este rango de edad (5 a 17 años), de los cuales el 92.5 por ciento es población no ocupada es decir, 26.4 millones; el restante 7.5 por ciento que alcanza los 2.2 millones es población ocupada, es decir el fenómeno del trabajo infantil es lamentable y desgraciadamente lo tenemos presente; por otra parte, 1.1 millones de niños entre los 15 y 17 años se ocupan en actividades peligrosas; según la Ley Federal de Trabajo, los trabajos peligrosos son en áreas como la construcción, minas, sector agropecuario, bares, cantinas entre otros; además, 900 mil niños trabajan por debajo de la edad mínima permitida, es decir niños entre los 5 a 14 años.

En relación con las entidades federativas con mayor porcentaje de trabajo infantil con respecto a la población de 5 a 17 años se encuentran: Oaxaca (21.5%), Puebla y Chiapas (18.3% respectivamente), Michoacán (17.6%);

Asimismo, las entidades federativas con menor incidencia del trabajo infantil en México se encuentran: Baja California (5.3%); Ciudad de México (5.4%); Nuevo León (6.3%) y Tamaulipas (6.9%).

Si bien es cierto, los núcleos familiares establecen diversas dinámicas de sobrevivencia y ajuste ante el proceso gradual y continuo de deterioro de las condiciones de vida derivado por la precarización del trabajo, es necesario, en pro de la justicia, evitar a toda costa el trabajo infantil, ya que de lo contrario, se estará comprometiendo lo más valioso que tenemos como sociedad.

Regeneración 19

Una de las más lamentables consecuencias que origina el deterioro de la calidad de vida producto de la precarización de las condiciones de trabajo, es sin duda, la pérdida del poder adquisitivo.

Este se vino generando en nuestro país por muchos años de antelación, lo que provocó que al interior de los núcleos familiares algunos de sus integrantes tuvieran que diseñar estrategias para generar mayores flujos de recursos monetarios hacia sus hogares a fin de aminorar la caída permanente del ingreso familiar, por ejemplo, el proceso paulatino y gradual de incorporación de las mujeres al mercado de trabajo propició una recomposición del núcleo familiar tradicional; por otra parte, el resto de los integrantes, principalmente los más jóvenes, se han visto en la necesidad de interrumpir sus estudios para buscar alternativas de ingreso y con ello generar mejoras en las condiciones de vida de las familias que se han visto afectadas por el deterioro en los recursos monetarios. Sin embargo, lo peor del caso de este proceso, es cuando se presenta el trabajo infantil, aquel en el que menores de edad tienen que dejar de hacer actividades propias de su edad para salir a buscar ingresos para poder subsistir.

De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que no todas las labores realizadas por los niños deben clasificarse como trabajo infantil, es decir, trabajos que no atenten contra su salud, su desarrollo personal y que no interfiera en su escolarización se considera positiva, por ejemplo apoyar a sus padres en las tareas del hogar, entre otras actividades, en tanto el trabajo infantil (niños de 5 a 17 años) de acuerdo con la OIT la define como el trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial, su dignidad y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. De ahí la gravedad del asunto, ya que es una de las consecuencias, producto de la precarización del trabajo.

Sin lugar a duda afecta a todos los miembros del hogar, pero en mayor medida a los más vulnerables, en este caso a los niños que tienes que salir en la búsqueda de un empleo que contribuya a fortalecer las condiciones económicas familiares.

Respecto a lo anterior, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, publicó en diciembre del 2020 las cifras de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2019, con datos por demás interesantes. La población de estudio fueron niños de 5 a 17 años en un muestreo bietápico en 48 mil viviendas.

En México, existe una población de 28.5 millones de niños en este rango de edad (5 a 17 años), de los cuales el 92.5 por ciento es población no ocupada es decir, 26.4 millones; el restante 7.5 por ciento que alcanza los 2.2 millones es población ocupada, es decir el fenómeno del trabajo infantil es lamentable y desgraciadamente lo tenemos presente; por otra parte, 1.1 millones de niños entre los 15 y 17 años se ocupan en actividades peligrosas; según la Ley Federal de Trabajo, los trabajos peligrosos son en áreas como la construcción, minas, sector agropecuario, bares, cantinas entre otros; además, 900 mil niños trabajan por debajo de la edad mínima permitida, es decir niños entre los 5 a 14 años.

En relación con las entidades federativas con mayor porcentaje de trabajo infantil con respecto a la población de 5 a 17 años se encuentran: Oaxaca (21.5%), Puebla y Chiapas (18.3% respectivamente), Michoacán (17.6%);

Asimismo, las entidades federativas con menor incidencia del trabajo infantil en México se encuentran: Baja California (5.3%); Ciudad de México (5.4%); Nuevo León (6.3%) y Tamaulipas (6.9%).

Si bien es cierto, los núcleos familiares establecen diversas dinámicas de sobrevivencia y ajuste ante el proceso gradual y continuo de deterioro de las condiciones de vida derivado por la precarización del trabajo, es necesario, en pro de la justicia, evitar a toda costa el trabajo infantil, ya que de lo contrario, se estará comprometiendo lo más valioso que tenemos como sociedad.

Regeneración 19