/ martes 9 de marzo de 2021

Economía y bienestar | La estabilidad de la política macroeconómica

Uno de los principales logros que muchos han referido como producto del modelo neoliberal fue la llamada estabilidad macroeconómica, misma que se ha implementado desde los años ochenta por parte de los diferentes gobiernos que han estado al frente de nuestra economía hasta nuestros días.

Dicha estabilidad fue un elemento clave para atraer las inversiones extranjeras que se requerían para el desarrollo y con ello generar una inercia en materia de empleo, incremento de la producción y productividad, así como mejoras en las condiciones de vida de la población, tal estrategia se acopló perfectamente a otros actores clave del desarrollo nacional como banqueros, empresarios, sindicatos, entre otros.

En este sentido cuando se hace alusión a la estabilidad macroeconómica se refiere principalmente al control de la inflación, tipo de cambio, tasa de interés, niveles del ingreso, reservas internacionales, entre otros, sin embargo estas variables solo representan una parte del total de los indicadores, ya que por la otra existen costos que son relevantes en materia del desarrollo social, es decir, el crecimiento de la economía como resultado del supuesto beneficio de mantener estabilidad macroeconómica pasó la factura a otros grupos poblacionales, ya que la distribución de la riqueza no ha sido de manera justa hacia todos los sectores poblacionales, siendo los más vulnerables los grupos con menores capacidades para participar de la economía formal, o bien si lo hacen, están en desventaja, como la población en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, así como los adultos mayores, mujeres, indígenas, discapacitados, entre otros.

Lo anterior ha sido producto de la implementación de una política monetaria tradicional, basada fundamentalmente en la contención de la demanda a través de una reducción gradual del mercado interno, lo que generó que los oferentes no subieran precios bajo el riesgo de perder sus ventas; dicha contracción del mercado interno se obtuvo de un aumento en las tasas de interés, sacando dinero de la circulación para enviarlo al sistema financiero, aunado a una política de contención de los salarios así como de ajustes al gasto público. Dicho modelo implementado desde los años 80 generó costos sociales importantes, entre los que destacan que hoy por hoy se ubique a nuestro país como una de las sociedades más desiguales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) así como de la región latinoamericana; de acuerdo a informes del Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam), México se posiciona como una economía cuyos mecanismos de distribución de la riqueza no generan equidad, ya que el uno por ciento más rico de la población, concentra el 21 por ciento de los ingresos totales del país; asimismo el 10 por ciento más rico de la población concentra el 64.4 por ciento de la riqueza total del país. Este, entre otros datos, coloca a la economía mexicana como una maquinaria cuyo dinamismo genera desigualdad y exclusión, además si consideramos la heterogeneidad en su cultura y territorios, al interior de lo mismo emergen otras consideraciones importantes que generan una estructura que por sí mismo inhiben una justa distribución de la riqueza.

De ahí que el modelo de corte liberal esté siendo cuestionado en diversas partes del mundo, inclusive en los países donde empezaron a implementar políticas de esta naturaleza, están dando un giro hacia una nueva forma de organización económica que ponga en el centro de su atención problemas como la mala distribución del ingreso, la marginación, la desigualdad, el deterioro ambiental entre otros temas centrales. Espero que con el nuevo diseño de política macroeconómica y desde luego del modelo de desarrollo, como lo referiría mi buen amigo el Dr. Daniel Hernández, quien cita a la filósofa y economista Rosa Luxemburgo, todo sea “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

Regeneración 19

Uno de los principales logros que muchos han referido como producto del modelo neoliberal fue la llamada estabilidad macroeconómica, misma que se ha implementado desde los años ochenta por parte de los diferentes gobiernos que han estado al frente de nuestra economía hasta nuestros días.

Dicha estabilidad fue un elemento clave para atraer las inversiones extranjeras que se requerían para el desarrollo y con ello generar una inercia en materia de empleo, incremento de la producción y productividad, así como mejoras en las condiciones de vida de la población, tal estrategia se acopló perfectamente a otros actores clave del desarrollo nacional como banqueros, empresarios, sindicatos, entre otros.

En este sentido cuando se hace alusión a la estabilidad macroeconómica se refiere principalmente al control de la inflación, tipo de cambio, tasa de interés, niveles del ingreso, reservas internacionales, entre otros, sin embargo estas variables solo representan una parte del total de los indicadores, ya que por la otra existen costos que son relevantes en materia del desarrollo social, es decir, el crecimiento de la economía como resultado del supuesto beneficio de mantener estabilidad macroeconómica pasó la factura a otros grupos poblacionales, ya que la distribución de la riqueza no ha sido de manera justa hacia todos los sectores poblacionales, siendo los más vulnerables los grupos con menores capacidades para participar de la economía formal, o bien si lo hacen, están en desventaja, como la población en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, así como los adultos mayores, mujeres, indígenas, discapacitados, entre otros.

Lo anterior ha sido producto de la implementación de una política monetaria tradicional, basada fundamentalmente en la contención de la demanda a través de una reducción gradual del mercado interno, lo que generó que los oferentes no subieran precios bajo el riesgo de perder sus ventas; dicha contracción del mercado interno se obtuvo de un aumento en las tasas de interés, sacando dinero de la circulación para enviarlo al sistema financiero, aunado a una política de contención de los salarios así como de ajustes al gasto público. Dicho modelo implementado desde los años 80 generó costos sociales importantes, entre los que destacan que hoy por hoy se ubique a nuestro país como una de las sociedades más desiguales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) así como de la región latinoamericana; de acuerdo a informes del Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam), México se posiciona como una economía cuyos mecanismos de distribución de la riqueza no generan equidad, ya que el uno por ciento más rico de la población, concentra el 21 por ciento de los ingresos totales del país; asimismo el 10 por ciento más rico de la población concentra el 64.4 por ciento de la riqueza total del país. Este, entre otros datos, coloca a la economía mexicana como una maquinaria cuyo dinamismo genera desigualdad y exclusión, además si consideramos la heterogeneidad en su cultura y territorios, al interior de lo mismo emergen otras consideraciones importantes que generan una estructura que por sí mismo inhiben una justa distribución de la riqueza.

De ahí que el modelo de corte liberal esté siendo cuestionado en diversas partes del mundo, inclusive en los países donde empezaron a implementar políticas de esta naturaleza, están dando un giro hacia una nueva forma de organización económica que ponga en el centro de su atención problemas como la mala distribución del ingreso, la marginación, la desigualdad, el deterioro ambiental entre otros temas centrales. Espero que con el nuevo diseño de política macroeconómica y desde luego del modelo de desarrollo, como lo referiría mi buen amigo el Dr. Daniel Hernández, quien cita a la filósofa y economista Rosa Luxemburgo, todo sea “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

Regeneración 19