/ domingo 14 de abril de 2019

Educar para la construcción de ciudadanía

Hay un aforismo budista que dice: “Todos somos uno, todos estamos conectados. El sol que me da a mí, le da también a aquel. El aire que respira el otro, lo respiro también yo. Porque todos somos uno, todos estamos conectados”.

Comprender esta sencilla idea es descubrir el sentido profundo de la solidaridad humana. Es entender que nuestra misma naturaleza esencial solo puede permanecer viva y fecunda a partir de los demás, y que para ello es necesario construir entre todos una verdadera ciudadanía, lo que significa ir más allá de simplemente aceptar su idea como recurso reduccionista pero sin afanes de trascendencia. Es comprender que esa construcción es en realidad la lucha que los hombres debemos librar desde nuestra cotidianidad, para que, como dice la Maestra Ma. Teresa Yurén, “logremos superar la barbarie y podamos manejar nuestra vida orientándonos teórica y prácticamente a eliminar las discrepancias entre el desarrollo del género humano y el del particular, realizando, aun en condiciones adversas, los valores genéricos en nuestra vida personal y en la vida de nuestras comunidades”.

La construcción de ciudadanía deberá ser entonces el esfuerzo por lograr que las personas finalmente comprendan el mal inmenso que entraña la desigualdad ya que pervierte la solidaridad; sensibilizarnos sobre por qué debemos respetar al otro, incluso si no piensa como nosotros porque con él compartimos la misma dignidad de seres humanos, y que es nuestra responsabilidad, precisamente por eso, el no abandonar al vulnerable, al débil, al desprotegido y al que clama por la justicia.

Entre las nobles tareas de prosocialización que deben tener como prioritarias tanto el Estado como la sociedad civil, las familias y las religiones en su quehacer formativo, está el enseñar lo valioso que es optar por lo justo y lo bueno, porque solamente así podremos encaminarnos hacia la obtención de una vida plena y feliz. Y esto sólo se puede lograr si todos nos esforzamos en educar a las generaciones presentes y futuras en aquellos principios y valores que constituyen una auténtica visión de la idea de ciudadanía moral, más allá de elementos superficiales en los que de ordinario creemos consiste ser un buen ciudadano.

Porque los verdaderos contenidos de una ética ciudadana no pueden circunscribirse a manuales de urbanidad o de una ecología light y buenas costumbres, como reciclar, manejar con licencia, o saber de memoria el himno nacional. Eso sería, sin que signifique que no es importante, una concepción muy reducida de lo que es la ciudadanía. Hace falta algo más. Es necesario también hacer vivencial en todas las personas, sean jóvenes o viejos, estudiantes o trabajadores, hombres o mujeres, el sentimiento de pérdida que experimentan, y nosotros con ellos, quienes tienen el estómago vacío, la angustia de los que no tienen trabajo, así como el sufrimiento de todos los que sufren violencia, que invariablemente vulnera a los más débiles.

Es necesario hacer énfasis en que el concepto de ciudadanía sólo adquirirá plena validez cuando nuestra visión de ella sea global e incluyente, cuando el horizonte del “deber ser” no se cierre en los confines simplistas de una visión miope de la realidad, que nos lleve a preocuparnos tan solo por nuestro pequeño ego, a quedar inmunizados ante la enfermedad ajena, que no nos duela la miseria y la marginación, y a olvidar que es solo a través del esfuerzo compartido por abatir todo eso, que la libertad humana puede tener sentido. El “nacionalismo”, ahora en boga en algunos países, no consiste en simplemente aislarse del mundo, sino en saber compartir con los demás los valores comunes que nos hacen ser en verdad humanos.

Por eso es fundamental educar para construir ciudadanía. Que todos tengamos la suficiente sensibilidad como para comprender que lo verdaderamente importante en nuestra vida, lo que realmente nos urge y es prioritario, es terminar con tantas calamidades que nos agobian como el hambre y la marginación, pero no solo la de aquellos que pertenecemos a un mismo país o una misma raza, tenemos un mismo color o somos de una misma religión, sino las de todos los seres humanos que por serlo tenemos la misma dignidad y merecemos el mismo respeto.

Quien educa, en cualquier circunstancia de nuestra vida, está construyendo ciudadanía. Ahora que observamos con tristeza que las disputas entre las comunidades y autoridades son reducidos a reclamos políticos y de búsqueda de prebendas y nos hemos olvidado de privilegiar el diálogo para solucionar nuestros diferendos, las escuelas de nuestro país deben enseñar con mayor vehemencia los principios de la solidaridad y la inclusión, por la toma de conciencia del dolor que supone en otros miembros del género humano la ausencia de justicia y el no poder levantar su voz.

Pero esto solo será posible si todos los que educan son acompañados en su empeño por la presencia viva de los valores familiares y aquellos otros ideales comunitarios que deben ser promovidos por las iglesias y el Estado, para que les ayuden en esta su misión fundamental que es formar en la trascendencia y el significado auténtico de una verdadera ciudadanía. No hacerlo sería una verdadera tragedia para todos.

F. Nietszche afirmó: “Nosotros, los que conocemos, somos a veces unos desconocidos para nosotros mismos”. Y el filósofo J. Levinas dice que el primer gran pecado moral que hubo en el mundo fue el hecho por Caín, cuando, según el Libro Santo, Dios le preguntó por su hermano y él contestó molesto: “¿soy acaso el guardián de mi hermano?” Porque renunció a serlo, debiendo haberlo sido.

La verdadera tarea de la educación es ayudar a crear ciudadanos, en una comunidad libre…

Bertrand Russell


Hay un aforismo budista que dice: “Todos somos uno, todos estamos conectados. El sol que me da a mí, le da también a aquel. El aire que respira el otro, lo respiro también yo. Porque todos somos uno, todos estamos conectados”.

Comprender esta sencilla idea es descubrir el sentido profundo de la solidaridad humana. Es entender que nuestra misma naturaleza esencial solo puede permanecer viva y fecunda a partir de los demás, y que para ello es necesario construir entre todos una verdadera ciudadanía, lo que significa ir más allá de simplemente aceptar su idea como recurso reduccionista pero sin afanes de trascendencia. Es comprender que esa construcción es en realidad la lucha que los hombres debemos librar desde nuestra cotidianidad, para que, como dice la Maestra Ma. Teresa Yurén, “logremos superar la barbarie y podamos manejar nuestra vida orientándonos teórica y prácticamente a eliminar las discrepancias entre el desarrollo del género humano y el del particular, realizando, aun en condiciones adversas, los valores genéricos en nuestra vida personal y en la vida de nuestras comunidades”.

La construcción de ciudadanía deberá ser entonces el esfuerzo por lograr que las personas finalmente comprendan el mal inmenso que entraña la desigualdad ya que pervierte la solidaridad; sensibilizarnos sobre por qué debemos respetar al otro, incluso si no piensa como nosotros porque con él compartimos la misma dignidad de seres humanos, y que es nuestra responsabilidad, precisamente por eso, el no abandonar al vulnerable, al débil, al desprotegido y al que clama por la justicia.

Entre las nobles tareas de prosocialización que deben tener como prioritarias tanto el Estado como la sociedad civil, las familias y las religiones en su quehacer formativo, está el enseñar lo valioso que es optar por lo justo y lo bueno, porque solamente así podremos encaminarnos hacia la obtención de una vida plena y feliz. Y esto sólo se puede lograr si todos nos esforzamos en educar a las generaciones presentes y futuras en aquellos principios y valores que constituyen una auténtica visión de la idea de ciudadanía moral, más allá de elementos superficiales en los que de ordinario creemos consiste ser un buen ciudadano.

Porque los verdaderos contenidos de una ética ciudadana no pueden circunscribirse a manuales de urbanidad o de una ecología light y buenas costumbres, como reciclar, manejar con licencia, o saber de memoria el himno nacional. Eso sería, sin que signifique que no es importante, una concepción muy reducida de lo que es la ciudadanía. Hace falta algo más. Es necesario también hacer vivencial en todas las personas, sean jóvenes o viejos, estudiantes o trabajadores, hombres o mujeres, el sentimiento de pérdida que experimentan, y nosotros con ellos, quienes tienen el estómago vacío, la angustia de los que no tienen trabajo, así como el sufrimiento de todos los que sufren violencia, que invariablemente vulnera a los más débiles.

Es necesario hacer énfasis en que el concepto de ciudadanía sólo adquirirá plena validez cuando nuestra visión de ella sea global e incluyente, cuando el horizonte del “deber ser” no se cierre en los confines simplistas de una visión miope de la realidad, que nos lleve a preocuparnos tan solo por nuestro pequeño ego, a quedar inmunizados ante la enfermedad ajena, que no nos duela la miseria y la marginación, y a olvidar que es solo a través del esfuerzo compartido por abatir todo eso, que la libertad humana puede tener sentido. El “nacionalismo”, ahora en boga en algunos países, no consiste en simplemente aislarse del mundo, sino en saber compartir con los demás los valores comunes que nos hacen ser en verdad humanos.

Por eso es fundamental educar para construir ciudadanía. Que todos tengamos la suficiente sensibilidad como para comprender que lo verdaderamente importante en nuestra vida, lo que realmente nos urge y es prioritario, es terminar con tantas calamidades que nos agobian como el hambre y la marginación, pero no solo la de aquellos que pertenecemos a un mismo país o una misma raza, tenemos un mismo color o somos de una misma religión, sino las de todos los seres humanos que por serlo tenemos la misma dignidad y merecemos el mismo respeto.

Quien educa, en cualquier circunstancia de nuestra vida, está construyendo ciudadanía. Ahora que observamos con tristeza que las disputas entre las comunidades y autoridades son reducidos a reclamos políticos y de búsqueda de prebendas y nos hemos olvidado de privilegiar el diálogo para solucionar nuestros diferendos, las escuelas de nuestro país deben enseñar con mayor vehemencia los principios de la solidaridad y la inclusión, por la toma de conciencia del dolor que supone en otros miembros del género humano la ausencia de justicia y el no poder levantar su voz.

Pero esto solo será posible si todos los que educan son acompañados en su empeño por la presencia viva de los valores familiares y aquellos otros ideales comunitarios que deben ser promovidos por las iglesias y el Estado, para que les ayuden en esta su misión fundamental que es formar en la trascendencia y el significado auténtico de una verdadera ciudadanía. No hacerlo sería una verdadera tragedia para todos.

F. Nietszche afirmó: “Nosotros, los que conocemos, somos a veces unos desconocidos para nosotros mismos”. Y el filósofo J. Levinas dice que el primer gran pecado moral que hubo en el mundo fue el hecho por Caín, cuando, según el Libro Santo, Dios le preguntó por su hermano y él contestó molesto: “¿soy acaso el guardián de mi hermano?” Porque renunció a serlo, debiendo haberlo sido.

La verdadera tarea de la educación es ayudar a crear ciudadanos, en una comunidad libre…

Bertrand Russell