/ miércoles 30 de mayo de 2018

El arte de la cocina

La grandeza de la cocina radica no sólo en ser sintomática del apetito humano, sino de la creatividad y el nivel de arte que adquiere ante la necesidad de satisfacer una apremiante necesidad fisiológica.

Comer, degustar o compartir el pan ha sido una de las acciones centrales del hombre a través de la historia. La comida figura dentro de la cultura y usos y costumbres de la humanidad a lo largo de los siglos.

“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios”, sentencia un versículo de la Biblia. Por ello, no es asunto simple referirse al acto de comer. Hay mucho más a considerar.

Todo lo que hacemos tiene, indudablemente, un trasfondo sicológico y también cultural. Pelar un elote, cocinar un tamal o degustar un platillo sofisticado puede parecer algo normal o, en el mejor de los casos, algo que no nos exige mayor novedad. Pero lo cierto es que cocinar conlleva poseer memoria histórica como sociedad o civilización.

Si en los primeros bostezos de nuestra existencia (homo sapiens o tribu de las cavernas) no hubo mayor preocupación que la sobrevivencia (se dice que el promedio de vida en ese tiempo era de 18 años), es importante señalar que conforme el hombre ha progresado, la forma en que ha satisfecho sus necesidades primarias se ha sometido a un tema de interés antropológico: la visión que ha tenido del mundo.

Y conforme el hombre ha aprendido a “ver” el mundo, ha entendido que requiere maneras de convivencia, normas, leyes y códigos tanto materiales como morales. Así, por ejemplo, ha aprendido que comer carne humana no es apropiado.

Pero, ¿qué hace que un platillo sea digamos normal en un país y en otro no? Por ejemplo, en Corea del Norte se come la carne de perro y en nuestro país no. O, en regiones de la Canadá esquimal, la heces de foca es una comida considerada no sólo apetitosa, sino cara.

Es el concepto de cultura lo que permite que un platillo en un lugar sea lo normal y en otro no. Cuando la necesidad de comer se satisface con inteligencia, experimentación y mezclas de aromas e ingredientes, estamos quizás ante el llamado arte culinario.

La cocina como arte es uno de los legados que el hombre de todas las épocas va dejando; porque así como mediante la literatura, la ciencia, la arquitectura o el cine el hombre va dando testimonio de sus miedos y búsqueda de su felicidad, es con la cocina que también el hombre va diciéndonos cómo es la sociedad de la época que le ha tocado vivir.

Si sabemos por relatos o crónicas que nos arroja la Historia sobre tal personaje (Napoleón, por ejemplo), es por el gusto gastronómico que tal vez sepamos más cosas. Napoleón prefería comer macarrones con queso parmesano que los sofisticados platillos franceses.

Es decir, si por “sus obras lo conoceréis”, también por su inclinación culinaria también se le conoce al hombre.

Siempre ha llamado la atención qué comen o han comido los grandes hombres y mujeres. No hay duda que si el aludido ha sido un genio o una celebridad, el interés crece y adquiere niveles de verdadera curiosidad intelectual…

La grandeza de la cocina radica no sólo en ser sintomática del apetito humano, sino de la creatividad y el nivel de arte que adquiere ante la necesidad de satisfacer una apremiante necesidad fisiológica.

Comer, degustar o compartir el pan ha sido una de las acciones centrales del hombre a través de la historia. La comida figura dentro de la cultura y usos y costumbres de la humanidad a lo largo de los siglos.

“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios”, sentencia un versículo de la Biblia. Por ello, no es asunto simple referirse al acto de comer. Hay mucho más a considerar.

Todo lo que hacemos tiene, indudablemente, un trasfondo sicológico y también cultural. Pelar un elote, cocinar un tamal o degustar un platillo sofisticado puede parecer algo normal o, en el mejor de los casos, algo que no nos exige mayor novedad. Pero lo cierto es que cocinar conlleva poseer memoria histórica como sociedad o civilización.

Si en los primeros bostezos de nuestra existencia (homo sapiens o tribu de las cavernas) no hubo mayor preocupación que la sobrevivencia (se dice que el promedio de vida en ese tiempo era de 18 años), es importante señalar que conforme el hombre ha progresado, la forma en que ha satisfecho sus necesidades primarias se ha sometido a un tema de interés antropológico: la visión que ha tenido del mundo.

Y conforme el hombre ha aprendido a “ver” el mundo, ha entendido que requiere maneras de convivencia, normas, leyes y códigos tanto materiales como morales. Así, por ejemplo, ha aprendido que comer carne humana no es apropiado.

Pero, ¿qué hace que un platillo sea digamos normal en un país y en otro no? Por ejemplo, en Corea del Norte se come la carne de perro y en nuestro país no. O, en regiones de la Canadá esquimal, la heces de foca es una comida considerada no sólo apetitosa, sino cara.

Es el concepto de cultura lo que permite que un platillo en un lugar sea lo normal y en otro no. Cuando la necesidad de comer se satisface con inteligencia, experimentación y mezclas de aromas e ingredientes, estamos quizás ante el llamado arte culinario.

La cocina como arte es uno de los legados que el hombre de todas las épocas va dejando; porque así como mediante la literatura, la ciencia, la arquitectura o el cine el hombre va dando testimonio de sus miedos y búsqueda de su felicidad, es con la cocina que también el hombre va diciéndonos cómo es la sociedad de la época que le ha tocado vivir.

Si sabemos por relatos o crónicas que nos arroja la Historia sobre tal personaje (Napoleón, por ejemplo), es por el gusto gastronómico que tal vez sepamos más cosas. Napoleón prefería comer macarrones con queso parmesano que los sofisticados platillos franceses.

Es decir, si por “sus obras lo conoceréis”, también por su inclinación culinaria también se le conoce al hombre.

Siempre ha llamado la atención qué comen o han comido los grandes hombres y mujeres. No hay duda que si el aludido ha sido un genio o una celebridad, el interés crece y adquiere niveles de verdadera curiosidad intelectual…