/ lunes 14 de enero de 2019

El cine como significado cultural

La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, según se dice, tiene el acervo más grande de libros, diarios, folletos, documentos y material audiovisual del mundo...

Cada año escoge 25 obras fílmicas de todos los géneros que hayan sido significativas para la cultura de ese país, incluyéndolas en su Archivo Nacional Cinematográfico.

La condición no es que los filmes sean los mejores sino que hayan aportado algo importante a la cultura estadounidense. Uno de los requisitos es que cada obra seleccionada tenga al menos diez años de antigüedad.

La lista de películas escogidas en años recientes mantiene un tono ecléctico: Bambi, El mariachi, Forrest Gump, El silencio de los inocentes, llevándonos a pensar que tal acción de la Junta Nacional de Preservación Cinematográfica, adscrita a la Biblioteca del Congreso, tiene el prurito de conservar dicho material para las futuras generaciones.

Me llama la atención que de esas películas escogidas dos tengan que ver con la comunidad hispana: El mariachi, del mexico- estadounidense Robert Rodríguez, la cual está hablada totalmente en español, y Con ganas de triunfar (Stand and deliver)/ 1988, del cubano-estadounidense Ramón Menéndez.

En México se tiene a la Cineteca Nacional como la entidad que resguarda y preserva al cine como artefacto artístico. Pero no está consagrada en términos de aglutinar al cine mexicano como patrimonio cultural. Y es nece-sario que así suceda.

El fenómeno reciente del filme Roma, de Alfonso Cuarón, ha llevado a pensar que así ocurra de una buena vez por todas. El embeleso de académicos, políticos y gente común y corriente con la historia de una trabajadora doméstica, que en los años 70 es pieza fundamental de una familia clasemediera ha sido casi unánime.

La referencia de dicho filme no sólo ha sido en términos de su calidad cinematográfica. Ha ido más allá: en cómo se hablaba, se vestía, se pensaba incluso en tiempos del echeverriato, época en la que transcurre Roma, lo que hace recordar esos filmes de Alejandro Galindo (¡Esquina, bajan!), Ismael Rodríguez (Nosotros los pobres) o Valentín Trujillo (Ratas de la ciudad) donde se registraba la Ciudad de México a plenitud, lo que le otorgaba un registro antropológico y sociológico.

Ojalá que las nuevas autoridades culturales del país entiendan de una buena vez por todas que el cine es la nueva forma de explorar la historia contemporánea…

La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, según se dice, tiene el acervo más grande de libros, diarios, folletos, documentos y material audiovisual del mundo...

Cada año escoge 25 obras fílmicas de todos los géneros que hayan sido significativas para la cultura de ese país, incluyéndolas en su Archivo Nacional Cinematográfico.

La condición no es que los filmes sean los mejores sino que hayan aportado algo importante a la cultura estadounidense. Uno de los requisitos es que cada obra seleccionada tenga al menos diez años de antigüedad.

La lista de películas escogidas en años recientes mantiene un tono ecléctico: Bambi, El mariachi, Forrest Gump, El silencio de los inocentes, llevándonos a pensar que tal acción de la Junta Nacional de Preservación Cinematográfica, adscrita a la Biblioteca del Congreso, tiene el prurito de conservar dicho material para las futuras generaciones.

Me llama la atención que de esas películas escogidas dos tengan que ver con la comunidad hispana: El mariachi, del mexico- estadounidense Robert Rodríguez, la cual está hablada totalmente en español, y Con ganas de triunfar (Stand and deliver)/ 1988, del cubano-estadounidense Ramón Menéndez.

En México se tiene a la Cineteca Nacional como la entidad que resguarda y preserva al cine como artefacto artístico. Pero no está consagrada en términos de aglutinar al cine mexicano como patrimonio cultural. Y es nece-sario que así suceda.

El fenómeno reciente del filme Roma, de Alfonso Cuarón, ha llevado a pensar que así ocurra de una buena vez por todas. El embeleso de académicos, políticos y gente común y corriente con la historia de una trabajadora doméstica, que en los años 70 es pieza fundamental de una familia clasemediera ha sido casi unánime.

La referencia de dicho filme no sólo ha sido en términos de su calidad cinematográfica. Ha ido más allá: en cómo se hablaba, se vestía, se pensaba incluso en tiempos del echeverriato, época en la que transcurre Roma, lo que hace recordar esos filmes de Alejandro Galindo (¡Esquina, bajan!), Ismael Rodríguez (Nosotros los pobres) o Valentín Trujillo (Ratas de la ciudad) donde se registraba la Ciudad de México a plenitud, lo que le otorgaba un registro antropológico y sociológico.

Ojalá que las nuevas autoridades culturales del país entiendan de una buena vez por todas que el cine es la nueva forma de explorar la historia contemporánea…