/ domingo 8 de julio de 2018

El cómico que le dijo “no” a Jodorowsky

En un tiempo el teatro significaba verdadera pasión y, por ello, los actores debían estar debidamente preparados incluso en los temas más importantes en que transitaba el país. Así, también, el público exigía espectáculos de calidad, profesionales, ya que se mostraba como un monstruo que al menor signo de equivocación gustaba de hacer temblar al histrión más respetable con la amenaza de lanzar jitomatazos, silbatinas, patadas.

Los ciudadanos aguardaban la terminación de su trabajo cotidiano para correr al teatro de revista después de haber leído las noticias más notables, esperando la crítica cómica hacia el político en turno. Porque en ese tiempo se cumplía sabáticamente con el objetivo del teatro, que era retratar la vida de un país, tomar conciencia y mejorar. Precisamente en esos escenarios un jovenzuelo aprendiz de cantante, de ojos pizpiretos, regordete y bajo de estatura, mantenía sujetada de la mano a una incipiente vedette entre los últimos asientos del teatro, diciéndole cosas al oído, aprovechando que el público se encontraba entretenido, observando desenvolverse en escena a su padre, Roberto Soto (1888-1960), quien actuaba con una seriedad impresionante, tanto que los asistentes en sus butacas se desternillaban de risa.

“El panzón Soto”, que era el papá del joven galán, considerado el creador de la sátira política mexicana, contaba con buena popularidad por todo el territorio mexicano que acudía a presenciar sus obras con la esperanza de conocer “qué dice Soto de tal asunto”. Los mismos presidentes Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón asistían a disfrutar de su trabajo y a exhortarle con amabilidad: “Ándale, gordo, no me ataques tanto”. Apenas concluida la función y los últimos aplausos “El panzón Soto”, asomado por un resquicio del telón, manifestó a su esposa la actriz y empresaria teatral Socorro Astol, sobre su hijo quien todavía seguía embelesado con la chica, sin notar que ya eran los únicos en la sala: “Este muchacho es “Mantequilla”, es demasiado resbaloso con las mujeres”.

Ya bautizado como “Mantequilla”, Fernando Soto Astol (1911-1980) al principio de su carrera quiso contar chistes sin éxito, ya que inmediatamente lo comparaban con su progenitor. Quizás por eso despreciaba el chiste político (algo en que su antecesor se especializó), pues mencionaba que era fácil criticar a un Presidente y recibir por ello un fuerte aplauso; ya que el público gustaba de atacar a sus funcionarios y éstos, en ocasiones, disfrutaban. Decidió dejar la cantada, se dio cuenta que nada más no daba para el gasto, tanto que su mismo papá cuando anunciaba una nueva revista mencionaba: “Y les prometo que no pondré a cantar a Mantequilla”.

Picado en el orgullo, “Mantequilla” decidió concentrarse en la buena vacilada, aprender todo lo que podía sobre los secretos y los resortes cómicos del mejor maestro que podía tener y al que le debía su amor por el teatro y la actuación, al “panzón” Soto. Talento que empezó a brillar al grado de empezar a crear sus propias rutinas y a recorrer gran parte de la República con su propio espectáculo. Éxito que se extendió al incipiente cinematógrafo pues en 1938 apareció en el celuloide con la cinta “México lindo”. Ya después intervendría en “Ni sangre ni arena” en 1941, con Cantinflas, pero terminaría siendo más conocido en 1943 gracias a la película “El Rebelde”, junto al inmortal charro cantor Jorge Negrete y María Elena Marqués.

Su filmografía abarcó cerca de 160 películas, alternando con las máximas figuras de esa época. Posiblemente sus cintas más emblemáticas sean “Campeón sin corona” (1945), donde interpreta a “El Chupa”, amigo de Kid Terranova (David Silva). La actuación de El Chupa, quien se manifestaba por ser un peladito respondón, le otorgó su primer Ariel; “Esquina, bajan” (1948), donde participó en plan coestelar junto a David Silva. En 1954 trabaja junto a Luis Buñuel en la cinta “La ilusión viaja en tranvía”, con el monumento de Lilia Prado. Mantequilla, junto a Carlos Navarro, se envalentonan gracias al alcohol y se roban un tranvía en desuso, logrando divertidas peripecias a lo largo de la cinta.

En la década de los 70 recibió una llamada del director Alejandro Jodorowsky, quien le propuso trabajar en su película “La montaña sagrada”. Basta ya de que siempre aparezcas como charrito o peladito en esos infames churros. Entra en el cine de vanguardia -le comentó Jodorowsky. ¿Cuál cine de vanguardia, señor Jodorowsky? Preguntó el histrión. Un cine distinto. Solo tienes que aparecer desnudo en una iglesia donde te flagelarán por impío. Te pagaré lo que ganas en diez películas, respondió el también escritor. Mantequilla se negó. “Es una manera de vender el alma al diablo. Yo, pobre pero con mi conciencia tranquila, así me digan pobre o pelado. Una mañana de mayo de 1980 el actor falleció, y al día siguiente, en el Teatro Blanquita le brindaron un minuto de silencio.

En un tiempo el teatro significaba verdadera pasión y, por ello, los actores debían estar debidamente preparados incluso en los temas más importantes en que transitaba el país. Así, también, el público exigía espectáculos de calidad, profesionales, ya que se mostraba como un monstruo que al menor signo de equivocación gustaba de hacer temblar al histrión más respetable con la amenaza de lanzar jitomatazos, silbatinas, patadas.

Los ciudadanos aguardaban la terminación de su trabajo cotidiano para correr al teatro de revista después de haber leído las noticias más notables, esperando la crítica cómica hacia el político en turno. Porque en ese tiempo se cumplía sabáticamente con el objetivo del teatro, que era retratar la vida de un país, tomar conciencia y mejorar. Precisamente en esos escenarios un jovenzuelo aprendiz de cantante, de ojos pizpiretos, regordete y bajo de estatura, mantenía sujetada de la mano a una incipiente vedette entre los últimos asientos del teatro, diciéndole cosas al oído, aprovechando que el público se encontraba entretenido, observando desenvolverse en escena a su padre, Roberto Soto (1888-1960), quien actuaba con una seriedad impresionante, tanto que los asistentes en sus butacas se desternillaban de risa.

“El panzón Soto”, que era el papá del joven galán, considerado el creador de la sátira política mexicana, contaba con buena popularidad por todo el territorio mexicano que acudía a presenciar sus obras con la esperanza de conocer “qué dice Soto de tal asunto”. Los mismos presidentes Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón asistían a disfrutar de su trabajo y a exhortarle con amabilidad: “Ándale, gordo, no me ataques tanto”. Apenas concluida la función y los últimos aplausos “El panzón Soto”, asomado por un resquicio del telón, manifestó a su esposa la actriz y empresaria teatral Socorro Astol, sobre su hijo quien todavía seguía embelesado con la chica, sin notar que ya eran los únicos en la sala: “Este muchacho es “Mantequilla”, es demasiado resbaloso con las mujeres”.

Ya bautizado como “Mantequilla”, Fernando Soto Astol (1911-1980) al principio de su carrera quiso contar chistes sin éxito, ya que inmediatamente lo comparaban con su progenitor. Quizás por eso despreciaba el chiste político (algo en que su antecesor se especializó), pues mencionaba que era fácil criticar a un Presidente y recibir por ello un fuerte aplauso; ya que el público gustaba de atacar a sus funcionarios y éstos, en ocasiones, disfrutaban. Decidió dejar la cantada, se dio cuenta que nada más no daba para el gasto, tanto que su mismo papá cuando anunciaba una nueva revista mencionaba: “Y les prometo que no pondré a cantar a Mantequilla”.

Picado en el orgullo, “Mantequilla” decidió concentrarse en la buena vacilada, aprender todo lo que podía sobre los secretos y los resortes cómicos del mejor maestro que podía tener y al que le debía su amor por el teatro y la actuación, al “panzón” Soto. Talento que empezó a brillar al grado de empezar a crear sus propias rutinas y a recorrer gran parte de la República con su propio espectáculo. Éxito que se extendió al incipiente cinematógrafo pues en 1938 apareció en el celuloide con la cinta “México lindo”. Ya después intervendría en “Ni sangre ni arena” en 1941, con Cantinflas, pero terminaría siendo más conocido en 1943 gracias a la película “El Rebelde”, junto al inmortal charro cantor Jorge Negrete y María Elena Marqués.

Su filmografía abarcó cerca de 160 películas, alternando con las máximas figuras de esa época. Posiblemente sus cintas más emblemáticas sean “Campeón sin corona” (1945), donde interpreta a “El Chupa”, amigo de Kid Terranova (David Silva). La actuación de El Chupa, quien se manifestaba por ser un peladito respondón, le otorgó su primer Ariel; “Esquina, bajan” (1948), donde participó en plan coestelar junto a David Silva. En 1954 trabaja junto a Luis Buñuel en la cinta “La ilusión viaja en tranvía”, con el monumento de Lilia Prado. Mantequilla, junto a Carlos Navarro, se envalentonan gracias al alcohol y se roban un tranvía en desuso, logrando divertidas peripecias a lo largo de la cinta.

En la década de los 70 recibió una llamada del director Alejandro Jodorowsky, quien le propuso trabajar en su película “La montaña sagrada”. Basta ya de que siempre aparezcas como charrito o peladito en esos infames churros. Entra en el cine de vanguardia -le comentó Jodorowsky. ¿Cuál cine de vanguardia, señor Jodorowsky? Preguntó el histrión. Un cine distinto. Solo tienes que aparecer desnudo en una iglesia donde te flagelarán por impío. Te pagaré lo que ganas en diez películas, respondió el también escritor. Mantequilla se negó. “Es una manera de vender el alma al diablo. Yo, pobre pero con mi conciencia tranquila, así me digan pobre o pelado. Una mañana de mayo de 1980 el actor falleció, y al día siguiente, en el Teatro Blanquita le brindaron un minuto de silencio.

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