/ domingo 9 de agosto de 2020

El concepto del mal

Final

De acuerdo a los mitos griegos después de la extinción de las eras de Oro, Plata y Bronce, Prometeo formó a los hombres con la ceniza de los titanes. Zeus molesto con los hombres, pues Prometeo se había puesto de parte de ellos, hizo que el herrero Hefesto formara una hermosa mujer de barro, Pandora, y la puso entre los hombres. Ella fue quien abrió la caja en la que Prometeo precavidamente había encerrado todos los males. En medio de una gran nube escapó todo el mal que desde entonces tortura a los hombres: enfermedades, dolores, locura, vicios y pasiones.

Como la patrística y la escolástica, la mitología griega coloca la fuente de todo mal fuera del hombre, el mal se convierte en una fuerza demoniaca que lucha por el alma del hombre, se crea con esto una dualidad, el bien y el mal y no se concibe, como algo inmanente a la naturaleza del hombre.

Pero en el relato del pecado original, hay un árbol de la vida, así como un árbol del conocimiento del bien y del mal, cuyo consumo fue prohibido por Dios. Paradójicamente, aún antes de que Adán probará de aquel árbol, ya poseía, por lo tanto, un cierto conocimiento sobre el bien y el mal, desde el momento mismo en el Dios lo puso en la capacidad de decidir qué elegir entre obedecer o la transgredir el mandato divino.

Es en ese punto, en donde para muchos radica el origen del mal en el mundo, en la conciencia de libertad del hombre, desde el momento en el que el hombre se separa de las determinaciones de la naturaleza, sus elecciones, buenas o malas son enteramente suyas, los animales no son buenos ni malos, pueden ser salvajes o domésticos, fuertes o débiles, feroces o mansos y los juicios de valor con los que los humanos juzgamos sus instintivos naturales, son totalmente artificiales, ver a un hombre ser devorado por un león, nos puede parecer algo terrible, malo, no obstante, el león no obra por fuera de sus determinaciones salvajes instintivas, preso de sus necesidades de alimento, no tiene espacio para la conciencia que implica distanciamiento de sus instintos para elegir entre comer y no comer, por ende en la naturaleza no existe el mal, sino solo el mecánico funcionamiento de sus procesos naturales, a los que la cultura les ha montado una estructura de valores a través de la cual los juzga, por qué incluso hasta en la hora del fin de la vida biológica de los seres hay diferencias, los animales se distinguen de los hombres, porque no mueren, simplemente cesan, solo la conciencia que es distanciamiento, porque es conciencia de algo, en este caso de la posibilidad de la muerte, le permite al hombre pensar la posibilidad de la no existencia.

Cuando Dios dejó a la libre disposición del hombre la aceptación o la infracción del mandato divino sembró la semilla del don de la libertad, de donde el árbol del mal hunde sus más profundas raíces. Cuando la conciencia de la libertad entra en juego, la inocencia paradisiaca queda olvidada.

La conciencia ya no se agota en el ser de la naturaleza rehén de sus determinaciones instintivas, sino que busca trascenderlas, superarlas e incluso dominarlas, pues ahora posee un horizonte pletórico de posibilidades a escoger.

Así, la conciencia comienza a desear lo que está más allá de su simple ser, incluso de lo que no le corresponde, en los relatos bíblicos Caín asesina a Abel porque desea el amor de Dios, pero tiene conciencia de que está mal, por eso intenta ocultar el acto, mismo que Dios permite que acontezca por más doloroso que para él sea, precisamente porque ha dotado al hombre del don de la libertad, ya que no solo desea la Kantianamente que los hombres actúen correctamente sino que también quieran voluntariamente hacerlo así.

La libertad no incluye el conocimiento de lo que al hombre corresponde y muchas veces su conocimiento, no está a la altura de su libertad. Pero el hombre aprenderá incluso de sus fracasos como creía Hegel, hasta llegar el día que el “conocimiento sane la herida que él mismo es”.

Dios no quiso simplemente programar al hombre, ni condenarlo a vivir eternamente en un jardín de animales como con desprecio llamaba Hegel al paraíso en el que estaban sembrados Adán y Eva antes de que probaran del árbol del conocimiento y fueran expulsados del mismo. De golpe, se había añadido una nueva dimensión al hombre, la dimensión del deber, más amplia, pero también más peligrosa, se pierde la unidad consigo mismo y con el resto de la naturaleza, pero se gana autonomía para obrar en el mundo.

Por lo tanto, el mal no puede ser un concepto que pueda fijarse, no es algo que podamos ubicar aquí o allá, en esto o aquello, sino, es una presencia interna amenazadora efecto de la libre conciencia, el mal radical es el mal por amor al mal, no por error como creía Sócrates, sino por puro deseo como acertaba a decir Schopenhauer.

Lo carente de toda vida existió antes que lo vivo escribe Freud, la vida compleja se desarrolla de lo inorgánico a lo orgánico, y después, aspira de nuevo a ser inorgánico, desea volver a ser piedra y en ello se cifra ya una pulsión por la muerte, según el mismo Freud, el hombre solo puede manejar estas fuerzas o bien dirigiendo la destrucción hacia otras vidas o bien sobre la suya propia.

Al firmar la directriz Nerón en marzo del 45, mediante la cual Hitler ordenaba la destrucción de toda infraestructura que hacía sostenible cierto grado de vida en una Alemania derrota al final de la Segunda Guerra Mundial, lo que pretendía no era saciar un deseo de muerte llevándose consigo a un pueblo que, en su visión, no había estado a la altura de su misión histórica.

Hitler por muchas razones constituye una ruptura de todas las cosas que creías que sabíamos sobre el bien y el mal. El saber ya no solo puede hacer progresar a la humanidad, sino que puede hundirla en las ciénagas de la destrucción puesta a su servicio. No por un loco o disparatado, sino por cualquiera que llevado por los delirios de su conciencia quiera y pueda hacerlo.

Sin embargo, todo ello no debe dar pie al temor o la desconfianza, en situaciones precarias dijo Kant alguna vez, hay un deber de confiar, de confiar en nuestra libertad, está en nuestras manos actuar como si un Dios o nuestra conciencia guiara nuestras acciones correctamente.

Regeneración.

Final

De acuerdo a los mitos griegos después de la extinción de las eras de Oro, Plata y Bronce, Prometeo formó a los hombres con la ceniza de los titanes. Zeus molesto con los hombres, pues Prometeo se había puesto de parte de ellos, hizo que el herrero Hefesto formara una hermosa mujer de barro, Pandora, y la puso entre los hombres. Ella fue quien abrió la caja en la que Prometeo precavidamente había encerrado todos los males. En medio de una gran nube escapó todo el mal que desde entonces tortura a los hombres: enfermedades, dolores, locura, vicios y pasiones.

Como la patrística y la escolástica, la mitología griega coloca la fuente de todo mal fuera del hombre, el mal se convierte en una fuerza demoniaca que lucha por el alma del hombre, se crea con esto una dualidad, el bien y el mal y no se concibe, como algo inmanente a la naturaleza del hombre.

Pero en el relato del pecado original, hay un árbol de la vida, así como un árbol del conocimiento del bien y del mal, cuyo consumo fue prohibido por Dios. Paradójicamente, aún antes de que Adán probará de aquel árbol, ya poseía, por lo tanto, un cierto conocimiento sobre el bien y el mal, desde el momento mismo en el Dios lo puso en la capacidad de decidir qué elegir entre obedecer o la transgredir el mandato divino.

Es en ese punto, en donde para muchos radica el origen del mal en el mundo, en la conciencia de libertad del hombre, desde el momento en el que el hombre se separa de las determinaciones de la naturaleza, sus elecciones, buenas o malas son enteramente suyas, los animales no son buenos ni malos, pueden ser salvajes o domésticos, fuertes o débiles, feroces o mansos y los juicios de valor con los que los humanos juzgamos sus instintivos naturales, son totalmente artificiales, ver a un hombre ser devorado por un león, nos puede parecer algo terrible, malo, no obstante, el león no obra por fuera de sus determinaciones salvajes instintivas, preso de sus necesidades de alimento, no tiene espacio para la conciencia que implica distanciamiento de sus instintos para elegir entre comer y no comer, por ende en la naturaleza no existe el mal, sino solo el mecánico funcionamiento de sus procesos naturales, a los que la cultura les ha montado una estructura de valores a través de la cual los juzga, por qué incluso hasta en la hora del fin de la vida biológica de los seres hay diferencias, los animales se distinguen de los hombres, porque no mueren, simplemente cesan, solo la conciencia que es distanciamiento, porque es conciencia de algo, en este caso de la posibilidad de la muerte, le permite al hombre pensar la posibilidad de la no existencia.

Cuando Dios dejó a la libre disposición del hombre la aceptación o la infracción del mandato divino sembró la semilla del don de la libertad, de donde el árbol del mal hunde sus más profundas raíces. Cuando la conciencia de la libertad entra en juego, la inocencia paradisiaca queda olvidada.

La conciencia ya no se agota en el ser de la naturaleza rehén de sus determinaciones instintivas, sino que busca trascenderlas, superarlas e incluso dominarlas, pues ahora posee un horizonte pletórico de posibilidades a escoger.

Así, la conciencia comienza a desear lo que está más allá de su simple ser, incluso de lo que no le corresponde, en los relatos bíblicos Caín asesina a Abel porque desea el amor de Dios, pero tiene conciencia de que está mal, por eso intenta ocultar el acto, mismo que Dios permite que acontezca por más doloroso que para él sea, precisamente porque ha dotado al hombre del don de la libertad, ya que no solo desea la Kantianamente que los hombres actúen correctamente sino que también quieran voluntariamente hacerlo así.

La libertad no incluye el conocimiento de lo que al hombre corresponde y muchas veces su conocimiento, no está a la altura de su libertad. Pero el hombre aprenderá incluso de sus fracasos como creía Hegel, hasta llegar el día que el “conocimiento sane la herida que él mismo es”.

Dios no quiso simplemente programar al hombre, ni condenarlo a vivir eternamente en un jardín de animales como con desprecio llamaba Hegel al paraíso en el que estaban sembrados Adán y Eva antes de que probaran del árbol del conocimiento y fueran expulsados del mismo. De golpe, se había añadido una nueva dimensión al hombre, la dimensión del deber, más amplia, pero también más peligrosa, se pierde la unidad consigo mismo y con el resto de la naturaleza, pero se gana autonomía para obrar en el mundo.

Por lo tanto, el mal no puede ser un concepto que pueda fijarse, no es algo que podamos ubicar aquí o allá, en esto o aquello, sino, es una presencia interna amenazadora efecto de la libre conciencia, el mal radical es el mal por amor al mal, no por error como creía Sócrates, sino por puro deseo como acertaba a decir Schopenhauer.

Lo carente de toda vida existió antes que lo vivo escribe Freud, la vida compleja se desarrolla de lo inorgánico a lo orgánico, y después, aspira de nuevo a ser inorgánico, desea volver a ser piedra y en ello se cifra ya una pulsión por la muerte, según el mismo Freud, el hombre solo puede manejar estas fuerzas o bien dirigiendo la destrucción hacia otras vidas o bien sobre la suya propia.

Al firmar la directriz Nerón en marzo del 45, mediante la cual Hitler ordenaba la destrucción de toda infraestructura que hacía sostenible cierto grado de vida en una Alemania derrota al final de la Segunda Guerra Mundial, lo que pretendía no era saciar un deseo de muerte llevándose consigo a un pueblo que, en su visión, no había estado a la altura de su misión histórica.

Hitler por muchas razones constituye una ruptura de todas las cosas que creías que sabíamos sobre el bien y el mal. El saber ya no solo puede hacer progresar a la humanidad, sino que puede hundirla en las ciénagas de la destrucción puesta a su servicio. No por un loco o disparatado, sino por cualquiera que llevado por los delirios de su conciencia quiera y pueda hacerlo.

Sin embargo, todo ello no debe dar pie al temor o la desconfianza, en situaciones precarias dijo Kant alguna vez, hay un deber de confiar, de confiar en nuestra libertad, está en nuestras manos actuar como si un Dios o nuestra conciencia guiara nuestras acciones correctamente.

Regeneración.