/ lunes 16 de mayo de 2022

El cumpleaños del perro | 10 años sin Carlos Fuentes

Hay escritores que nos marcaron y que nos descubrieron las posibilidades de la literatura como medio de expresión y de escudriñamiento moral del hombre.

Carlos Fuentes (11 de noviembre 1928-15 de mayo 2012), definitivamente, fue un escritor que con su obra no solamente abordó –y de qué manera- los estadios de la estética, sino que tejió una mirada crítica de la sociedad que le tocó vivir y soportar.

Desde la ficción y desde el ensayo, Fuentes dio su versión de artista del México que le palpitó en el alma. Criticado por muchos pero más admirado que otra cosa, Fuentes fue un autor que en lo tentacular de su obra (novela, crónica, cuento, cine, teatro, columna de diarios) abrevó de sus juveniles influencias: Balzac y Dickens.

México todo cupo en las páginas de Carlos Fuentes, desde el prehispánico hasta el actual, incorporó con maestría la dialéctica del México urbano. Especificando, Fuentes fue el Robinson Crusoe del exD.F. en donde tuvo como limítrofes la pincelada literaria y la imaginación.

El México imaginado por Fuentes es, a la larga (pues de eso se trata la experiencia literaria), parte del rompecabezas holista cumplimentado con la imaginación de Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Pellicer, etc.

¿Qué nos queda a cinco años de la ausencia de Carlos Fuentes? Leerlo, sin duda. Al leer un libro, leemos también al autor. Cierto si consideramos que escribir es un acto de perpetuación, de extensión y de sobrevivencia del hombre mismo. No hay autor que no ponga algo de sí en su escritura. Y Fuentes puso en sus libros lo más valioso: su tiempo en y por México.

La literatura no es una casualidad ni snobismo de escolimosos que escriben por status, por llenar la página. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad. ¿Desde dónde escribía Fuentes? Tal vez desde su condición de conciencia al ver las múltiples heridas de este país.

Una obra se construye desde la más honda obsesión. Ernesto Sábato, en su famosa Carta a un joven escritor, aconseja escribir sobre lo que nos atrapa desde lo más remoto de nuestro ser, lo que nos obsesiona. La obra clásica que citemos, cualquiera, ha sido urdida desde la raíz del hombre. Escribir es bucear en el alma.

Al leer a un autor estamos ejecutando un bello acto de resurrección de su memoria.

Fuentes, él lo vio, lo supo, vivió el inicio de su inmortalidad al incorporarse nuevos lectores a su obra entre la población estudiantil; tan sólo su novela Aura se ha convertido casi en texto escolar…

La literatura no es una casualidad ni snobismo de escolimosos que escriben por status. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad.

Hay escritores que nos marcaron y que nos descubrieron las posibilidades de la literatura como medio de expresión y de escudriñamiento moral del hombre.

Carlos Fuentes (11 de noviembre 1928-15 de mayo 2012), definitivamente, fue un escritor que con su obra no solamente abordó –y de qué manera- los estadios de la estética, sino que tejió una mirada crítica de la sociedad que le tocó vivir y soportar.

Desde la ficción y desde el ensayo, Fuentes dio su versión de artista del México que le palpitó en el alma. Criticado por muchos pero más admirado que otra cosa, Fuentes fue un autor que en lo tentacular de su obra (novela, crónica, cuento, cine, teatro, columna de diarios) abrevó de sus juveniles influencias: Balzac y Dickens.

México todo cupo en las páginas de Carlos Fuentes, desde el prehispánico hasta el actual, incorporó con maestría la dialéctica del México urbano. Especificando, Fuentes fue el Robinson Crusoe del exD.F. en donde tuvo como limítrofes la pincelada literaria y la imaginación.

El México imaginado por Fuentes es, a la larga (pues de eso se trata la experiencia literaria), parte del rompecabezas holista cumplimentado con la imaginación de Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Pellicer, etc.

¿Qué nos queda a cinco años de la ausencia de Carlos Fuentes? Leerlo, sin duda. Al leer un libro, leemos también al autor. Cierto si consideramos que escribir es un acto de perpetuación, de extensión y de sobrevivencia del hombre mismo. No hay autor que no ponga algo de sí en su escritura. Y Fuentes puso en sus libros lo más valioso: su tiempo en y por México.

La literatura no es una casualidad ni snobismo de escolimosos que escriben por status, por llenar la página. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad. ¿Desde dónde escribía Fuentes? Tal vez desde su condición de conciencia al ver las múltiples heridas de este país.

Una obra se construye desde la más honda obsesión. Ernesto Sábato, en su famosa Carta a un joven escritor, aconseja escribir sobre lo que nos atrapa desde lo más remoto de nuestro ser, lo que nos obsesiona. La obra clásica que citemos, cualquiera, ha sido urdida desde la raíz del hombre. Escribir es bucear en el alma.

Al leer a un autor estamos ejecutando un bello acto de resurrección de su memoria.

Fuentes, él lo vio, lo supo, vivió el inicio de su inmortalidad al incorporarse nuevos lectores a su obra entre la población estudiantil; tan sólo su novela Aura se ha convertido casi en texto escolar…

La literatura no es una casualidad ni snobismo de escolimosos que escriben por status. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad.