/ domingo 11 de julio de 2021

El cumpleaños del perro | 20 años de Instinto de Inez, de Carlos Fuentes

La pasión original no se repite. La relación primigenia puede y ha de perderse en un grito que trastocará el silencio. ¿Dónde la razón deja su calzado que no escuchamos sus pasos? En el umbral de la ignorancia, en la raya inicial de nuestros actos. Y para contar estas pulsaciones, estas ventanas abiertas a la imaginación y a la introspección es la novela la mise-en-scène propicia para el canto y la representación, reivindicando a Schopenhauer, del mundo.

Carlos Fuentes (Panamá- 1928-2012) cuenta en su novela “Instinto de Inez”/ Alfaguara, 2001 dos historias simultáneas donde dos pasiones y cuatro personajes se bifurcan y confluyen en una sola edad del tiempo: el hoy, el ahora que es el mismo repetido desde hace siglos.

Tiempo –materia manipulada y dócil para la memoria-, elemento que la palabra convierte en discurso (im)preciso, metáfora y forma del hombre. Tiempo, idioma novelesco que Fuentes usa para abordar con incisiva imaginación la historia de amor entre Inez Prada y Gabriel Atlan-Ferrara en una ¿alegoría?, ¿erudita retórica?, ¿agotada y recurrente fantasía a la sesentona aura-artemiacruz?

El director de orquesta Gabriel Atlan-Ferrara y la cantante de ópera Inez Prada sostienen un romance salpicado de distanciamientos y desentendimientos. A lo largo de más de cincuenta años, ambos personajes (convocados por la representación de La Damnation de Faust, de Berlioz) muestran su incompatibilidad, su blanco y negro. Decididos a ser los mejores en sus ámbitos, Gabriel e Inez se derrumbarán en una zona donde nadie puede entrar acaso solo el interesado: la memoria. Y es en ella, donde Fuentes extrapola la mirada central del libro: la conjunción de los tiempos. El pasado, como una verificación del presente y confirmación irrefutable del futuro, es acotado por Fuentes por la otra historia de amor que puede ser el complemento y la clausura de la anterior: la de una pareja prehistórica (Ne-el y Ane-el) que vive en las cuevas y son intérpretes de su época.

En apenas 152 páginas Instinto de Inez intenta capturar el aliento totalizador de la novela desde Balzac, Dostoievsky hasta Proust y Thomas Mann. Fuentes se regodea en la textura de ilimitada intelectualidad en su novela (“¿Aparece y reaparece el tiempo?, ¿la historia se duplica y se refleja en el espejo contrario del tiempo, solo para desaparecer y reaparecer azarosamente?”...” Todos somos a la vez víctimas y verdugos de una memoria corta que no dura más de treinta segundos y que nos permite seguir viviendo sin caer prisioneros de cuanto ocurre alrededor de nosotros”). Cierra en una pinza el pasado total y el presente reciente empero se pierde en la desdibujada escenografía de los personajes y las épocas: México, Salzburgo, Londres, las cuevas de Altamira son meros testigos mudos, ausentes, del protagonismo inherente de la narración per se (nada extraño en Fuentes, de allí la eterna crítica de sus detractores: “escribe desde afuera, no bucea a profundidad en el hombre y su entorno”).

Heredero, sin duda, de los Faustos de Goethe y de Thomas Mann, “Instinto de Inez” es una puesta en escena (con la persistente y a veces accesoria referencia a La Damnation de Faust, de Beriloz) donde se conjunta lo místico (el anciano Gabriel guarda un extraño sello de cristal); lo antropológico (Ne-el y Ane-el sobreviven al lenguaje gutural y a la casta sanguinaria de los primitivos); lo musical (las imágenes de la ópera de Berlioz); lo real-maravilloso (Inez desaparece para siempre en plena representación del Fausto berliozano); lo histórico (las bombas de la Luftwaffe cayendo sobre Londres), lo amoroso (el amor hasta la vejez de Gabriel por Inez, a pesar de que esta amó al hombre de la fotografía, quizás el hermano de Gabriel). Sin embargo, Instinto de Inez sobrevive a la lectura como una vigorosa y a ratos desaforada historia de amor, donde el bagaje cultural de occidente Fuentes lo hace presente (Napoleón: “La música es el menos molesto de los ruidos”, el Eterno Retorno nietszcheano, la relatividad de Einstein, el insinuado hálito de Levi-Strauss: “Somos primitivos de la contemporaneidad”, reedición de la Brönte con sus Cumbres Borrascosas: Inez desde el más allá seguirá en contacto con Gabriel).

Lo cierto es que la aventura del idioma, la imaginación y la búsqueda del hombre a través de la pregunta recurrente que es cada libro, hacen de Instinto de Inez –y de su autor Carlos Fuentes- un universo, un pulso donde nos vemos, nos derramamos como lo que somos: seres hechos de palabras, por lo tanto temporales...

La pasión original no se repite. La relación primigenia puede y ha de perderse en un grito que trastocará el silencio. ¿Dónde la razón deja su calzado que no escuchamos sus pasos? En el umbral de la ignorancia, en la raya inicial de nuestros actos. Y para contar estas pulsaciones, estas ventanas abiertas a la imaginación y a la introspección es la novela la mise-en-scène propicia para el canto y la representación, reivindicando a Schopenhauer, del mundo.

Carlos Fuentes (Panamá- 1928-2012) cuenta en su novela “Instinto de Inez”/ Alfaguara, 2001 dos historias simultáneas donde dos pasiones y cuatro personajes se bifurcan y confluyen en una sola edad del tiempo: el hoy, el ahora que es el mismo repetido desde hace siglos.

Tiempo –materia manipulada y dócil para la memoria-, elemento que la palabra convierte en discurso (im)preciso, metáfora y forma del hombre. Tiempo, idioma novelesco que Fuentes usa para abordar con incisiva imaginación la historia de amor entre Inez Prada y Gabriel Atlan-Ferrara en una ¿alegoría?, ¿erudita retórica?, ¿agotada y recurrente fantasía a la sesentona aura-artemiacruz?

El director de orquesta Gabriel Atlan-Ferrara y la cantante de ópera Inez Prada sostienen un romance salpicado de distanciamientos y desentendimientos. A lo largo de más de cincuenta años, ambos personajes (convocados por la representación de La Damnation de Faust, de Berlioz) muestran su incompatibilidad, su blanco y negro. Decididos a ser los mejores en sus ámbitos, Gabriel e Inez se derrumbarán en una zona donde nadie puede entrar acaso solo el interesado: la memoria. Y es en ella, donde Fuentes extrapola la mirada central del libro: la conjunción de los tiempos. El pasado, como una verificación del presente y confirmación irrefutable del futuro, es acotado por Fuentes por la otra historia de amor que puede ser el complemento y la clausura de la anterior: la de una pareja prehistórica (Ne-el y Ane-el) que vive en las cuevas y son intérpretes de su época.

En apenas 152 páginas Instinto de Inez intenta capturar el aliento totalizador de la novela desde Balzac, Dostoievsky hasta Proust y Thomas Mann. Fuentes se regodea en la textura de ilimitada intelectualidad en su novela (“¿Aparece y reaparece el tiempo?, ¿la historia se duplica y se refleja en el espejo contrario del tiempo, solo para desaparecer y reaparecer azarosamente?”...” Todos somos a la vez víctimas y verdugos de una memoria corta que no dura más de treinta segundos y que nos permite seguir viviendo sin caer prisioneros de cuanto ocurre alrededor de nosotros”). Cierra en una pinza el pasado total y el presente reciente empero se pierde en la desdibujada escenografía de los personajes y las épocas: México, Salzburgo, Londres, las cuevas de Altamira son meros testigos mudos, ausentes, del protagonismo inherente de la narración per se (nada extraño en Fuentes, de allí la eterna crítica de sus detractores: “escribe desde afuera, no bucea a profundidad en el hombre y su entorno”).

Heredero, sin duda, de los Faustos de Goethe y de Thomas Mann, “Instinto de Inez” es una puesta en escena (con la persistente y a veces accesoria referencia a La Damnation de Faust, de Beriloz) donde se conjunta lo místico (el anciano Gabriel guarda un extraño sello de cristal); lo antropológico (Ne-el y Ane-el sobreviven al lenguaje gutural y a la casta sanguinaria de los primitivos); lo musical (las imágenes de la ópera de Berlioz); lo real-maravilloso (Inez desaparece para siempre en plena representación del Fausto berliozano); lo histórico (las bombas de la Luftwaffe cayendo sobre Londres), lo amoroso (el amor hasta la vejez de Gabriel por Inez, a pesar de que esta amó al hombre de la fotografía, quizás el hermano de Gabriel). Sin embargo, Instinto de Inez sobrevive a la lectura como una vigorosa y a ratos desaforada historia de amor, donde el bagaje cultural de occidente Fuentes lo hace presente (Napoleón: “La música es el menos molesto de los ruidos”, el Eterno Retorno nietszcheano, la relatividad de Einstein, el insinuado hálito de Levi-Strauss: “Somos primitivos de la contemporaneidad”, reedición de la Brönte con sus Cumbres Borrascosas: Inez desde el más allá seguirá en contacto con Gabriel).

Lo cierto es que la aventura del idioma, la imaginación y la búsqueda del hombre a través de la pregunta recurrente que es cada libro, hacen de Instinto de Inez –y de su autor Carlos Fuentes- un universo, un pulso donde nos vemos, nos derramamos como lo que somos: seres hechos de palabras, por lo tanto temporales...