/ viernes 15 de mayo de 2020

El cumpleaños del perro | 60 años de Macario

En junio próximo, se cumplirán 60 años del estreno de una de las películas más famosas del cine mexicano: Macario, dirigida por Roberto Gavaldón quien gozaba de fama de ogro y que fue inherente al rigor académico de buena parte de su obra.

Si a fuerza de etiquetar el estilo de Gavaldón se trata, cabría el de provocador atmosférico. Me explico. En La otra/ 1946, Rosauro Castro/ 1950 La noche avanza/ 1951, El rebozo de soledad/ 1952 y aun Días de otoño/ 1962, Gavaldón (tildado de frío, distante y sin escudriñamiento sicológico en sus personajes) establece una ecuación de formalismo con el encuadre, la linealidad narrativa y la contemplación explícita del paisaje con un tono, si se me permite, de preciosismo (en especial en los filmes fotografiado por Gabriel Figueroa) para instaurar una atmósfera visual singular, no advertida en otro director de la época.

Macario es cine mexicano por los cuatro costados, y es fábula (de los hermanos Grimm y Traven), Goya estilizado en la mirada de Figueroa, aporte notable en la estructura del guión de Carballido y metáfora de las realidades sociales de nuestro país (con una vigencia notable ahora que se habla de una campaña contra el hambre), pese a que la trama está ubicada en el México virreinal.

Macario/ López Tarso sólo desea comerse él solo un guajolote, pero la runfla de hijos no se lo permite. Su mujer/ Pellicer roba un plumífero de la casa de donde lava ropa y se lo cocina a Macario para que se vaya al bosque y sacie su atrasada hambre.

El desfile mitológico de Dios, la muerte y el diablo sueltan la ringlera metafísica de la cinta que, empero, Gavaldón, logra sortear aceptablemente (con las consabidas edulcoraciones de nuestro inmanente “cine nacional”).

También es chance de volver a apreciar a uno de los actores más efectivos del cine mexicano y que yace injustamente en las aguas del olvido: Enrique Lucero en el rol de la muerte (a la Indio Fernández pero sin los excesos manieristas del autor de María Candelaria).

Postulada al Óscar por Mejor Película Extranjera en 1960, Macario forma (o debería formar) parte del patrimonio cultural de este país. Su paso constante por la tv, sobre todo en días de Muertos, la han convertido en una de las preferidas del público de todas las edades…

Macario fue postulada al Óscar por Mejor Película Extranjera en 1960

En junio próximo, se cumplirán 60 años del estreno de una de las películas más famosas del cine mexicano: Macario, dirigida por Roberto Gavaldón quien gozaba de fama de ogro y que fue inherente al rigor académico de buena parte de su obra.

Si a fuerza de etiquetar el estilo de Gavaldón se trata, cabría el de provocador atmosférico. Me explico. En La otra/ 1946, Rosauro Castro/ 1950 La noche avanza/ 1951, El rebozo de soledad/ 1952 y aun Días de otoño/ 1962, Gavaldón (tildado de frío, distante y sin escudriñamiento sicológico en sus personajes) establece una ecuación de formalismo con el encuadre, la linealidad narrativa y la contemplación explícita del paisaje con un tono, si se me permite, de preciosismo (en especial en los filmes fotografiado por Gabriel Figueroa) para instaurar una atmósfera visual singular, no advertida en otro director de la época.

Macario es cine mexicano por los cuatro costados, y es fábula (de los hermanos Grimm y Traven), Goya estilizado en la mirada de Figueroa, aporte notable en la estructura del guión de Carballido y metáfora de las realidades sociales de nuestro país (con una vigencia notable ahora que se habla de una campaña contra el hambre), pese a que la trama está ubicada en el México virreinal.

Macario/ López Tarso sólo desea comerse él solo un guajolote, pero la runfla de hijos no se lo permite. Su mujer/ Pellicer roba un plumífero de la casa de donde lava ropa y se lo cocina a Macario para que se vaya al bosque y sacie su atrasada hambre.

El desfile mitológico de Dios, la muerte y el diablo sueltan la ringlera metafísica de la cinta que, empero, Gavaldón, logra sortear aceptablemente (con las consabidas edulcoraciones de nuestro inmanente “cine nacional”).

También es chance de volver a apreciar a uno de los actores más efectivos del cine mexicano y que yace injustamente en las aguas del olvido: Enrique Lucero en el rol de la muerte (a la Indio Fernández pero sin los excesos manieristas del autor de María Candelaria).

Postulada al Óscar por Mejor Película Extranjera en 1960, Macario forma (o debería formar) parte del patrimonio cultural de este país. Su paso constante por la tv, sobre todo en días de Muertos, la han convertido en una de las preferidas del público de todas las edades…

Macario fue postulada al Óscar por Mejor Película Extranjera en 1960