/ lunes 29 de marzo de 2021

El cumpleaños del perro | 70 años de Susana, de Luis Buñuel

Después de su incontestable obra maestra “Los olvidados”/ 1950 (Memoria del Mundo por la UNESCO en 2003), Buñuel –ya afincado en nuestro país y con la nacionalidad mexicana– realiza una película por encargo, de las que él llamaba “alimenticias”: “Susana (Carne y demonio)”, estrenada en abril de 1951.

Y ..resulta que al paso de los años “Susana” es un filme que ha venido creciendo en sus valores cinematográficos y es visto como uno de los trabajos más subversivos de Buñuel porque en su aparente sencillez y esquema de todos -al final- fueron felices existen varios terrenos minados: el deseo, la libertad, la hipocresía, la perversidad instintiva como arma de sobrevivencia, adelantándose dos décadas a Pasolini a “Teorema”/ 1968 en cuanto a la llegada de una personaje que altera un núcleo familiar.

Susana/ Rosita Quintana es una joven que en una noche de tormenta escapa del reformatorio y llega a la hacienda de don Guadalupe/ Fernando Soler quien le dará cobijo como un acto de lástima.

Con el tiempo, Susana (cuya sensualidad es más que evidente) irá trastocando la tranquilidad sobre todo de los hombres: del hijo de don Guadalupe, del caporal y del patrón mismo, amén de infectar la calma de doña Carmen, esposa de don Guadalupe.

Los dados están echados por Buñuel para su festín de simbologías y de autorreferencias surrealistas: las arañas, los corderos, las vacas, los huevos rotos, los insectos. Lo que pareciera un melodrama con los elementos de la época (el rancho, hombres a caballo con sombrero y pistola) es en realidad una metáfora del edén donde lo maligno (Susana) viene a perturbar el orden.

De cierta forma es la diégesis narrativa de Buñuel: lo moral como requisito para apuntalar comportamientos éticos. Quizá la dicharachera sirvienta Felisa/ María Gentil Arcos sea la más libre de todos los personajes del filme porque no sucumbe a la embriaguez de Susana porque entiende, mucho antes que sus palabras anticatafóricas: “Lo otro era una pesadilla, esto es la pura verdad de Dios”, que para que exista el infierno debe haber material propicio. Y ese material son las pasiones de los hombres de la hacienda que tendrán en el olvido de las mismas su redención, de allí que sea oportuno señalar lo dicho por Deleuze (1983, pág. 185) en su libro “La imagen-movimiento”: “El mundo originario es un comienzo de mundo, pero también un fin de mundo. En Buñuel el olvido interviene con frecuencia. Uno de los ejemplos más llamativos es el final de “Susana, carne y demonio”, donde es como si para todos los personajes no hubiese pasado nada. El olvido viene a reforzar, por tanto, la impresión de sueño o de fantasía. Pero estimamos que cumple también una función más importante: la de indicar el fin de un ciclo, tras el cual todo puede volver a empezar (gracias al olvido)”…

El olvido viene a reforzar, por tanto, la impresión de sueño o de fantasía.

Después de su incontestable obra maestra “Los olvidados”/ 1950 (Memoria del Mundo por la UNESCO en 2003), Buñuel –ya afincado en nuestro país y con la nacionalidad mexicana– realiza una película por encargo, de las que él llamaba “alimenticias”: “Susana (Carne y demonio)”, estrenada en abril de 1951.

Y ..resulta que al paso de los años “Susana” es un filme que ha venido creciendo en sus valores cinematográficos y es visto como uno de los trabajos más subversivos de Buñuel porque en su aparente sencillez y esquema de todos -al final- fueron felices existen varios terrenos minados: el deseo, la libertad, la hipocresía, la perversidad instintiva como arma de sobrevivencia, adelantándose dos décadas a Pasolini a “Teorema”/ 1968 en cuanto a la llegada de una personaje que altera un núcleo familiar.

Susana/ Rosita Quintana es una joven que en una noche de tormenta escapa del reformatorio y llega a la hacienda de don Guadalupe/ Fernando Soler quien le dará cobijo como un acto de lástima.

Con el tiempo, Susana (cuya sensualidad es más que evidente) irá trastocando la tranquilidad sobre todo de los hombres: del hijo de don Guadalupe, del caporal y del patrón mismo, amén de infectar la calma de doña Carmen, esposa de don Guadalupe.

Los dados están echados por Buñuel para su festín de simbologías y de autorreferencias surrealistas: las arañas, los corderos, las vacas, los huevos rotos, los insectos. Lo que pareciera un melodrama con los elementos de la época (el rancho, hombres a caballo con sombrero y pistola) es en realidad una metáfora del edén donde lo maligno (Susana) viene a perturbar el orden.

De cierta forma es la diégesis narrativa de Buñuel: lo moral como requisito para apuntalar comportamientos éticos. Quizá la dicharachera sirvienta Felisa/ María Gentil Arcos sea la más libre de todos los personajes del filme porque no sucumbe a la embriaguez de Susana porque entiende, mucho antes que sus palabras anticatafóricas: “Lo otro era una pesadilla, esto es la pura verdad de Dios”, que para que exista el infierno debe haber material propicio. Y ese material son las pasiones de los hombres de la hacienda que tendrán en el olvido de las mismas su redención, de allí que sea oportuno señalar lo dicho por Deleuze (1983, pág. 185) en su libro “La imagen-movimiento”: “El mundo originario es un comienzo de mundo, pero también un fin de mundo. En Buñuel el olvido interviene con frecuencia. Uno de los ejemplos más llamativos es el final de “Susana, carne y demonio”, donde es como si para todos los personajes no hubiese pasado nada. El olvido viene a reforzar, por tanto, la impresión de sueño o de fantasía. Pero estimamos que cumple también una función más importante: la de indicar el fin de un ciclo, tras el cual todo puede volver a empezar (gracias al olvido)”…

El olvido viene a reforzar, por tanto, la impresión de sueño o de fantasía.