/ miércoles 19 de enero de 2022

El cumpleaños del perro | Aki Kaurismäki toma a Buster Keaton 

Cuando uno bucea por la arqueología del cine se encuentra que, al igual que la literatura, ya todo está inventado.

Borges dijo que todo género cinematográfico tiene alguna conexión con El Quijote. Verdad buena. Chaplin sería inexplicable sin el hálito del Caballero de la Triste Figura, el western, la comedia, el terror, serían impensables bajo esta premisa: todos los personajes principales están acompañados en tales aventuras fílmicas por un esbirro al estilo Sancho Panza.

Buster Keaton, de quien se ha dicho que si no hubiese existido Chaplin sería el más grande mimo. Pues no. La influencia del gran Buster en su personaje cara de palo, hierático, inexpresivo, ha extendido su influencia en cineastas contemporáneos como Wim Wenders (“París-Texas”), Hal Hartley (“Amateur”), Nuri Bilge Ceylan (“Tres monos”) y Aki Kaurismäki (“Ariel”, “La Chica de la fábrica de cerillos”, “Luces de la ciudad”).

En “Luces al atardecer”/ Finlandia-Alemania-Francia-2006, el finlandés Aki Kaurismäki aborda los tópicos que lo han definido como un cineasta mayor dentro de la cinematografía mundial: la trágica ternura, el apego al cine negro americano, las acotaciones de desolación agria sobre personajes perdedores y el desamparo ante una sociedad indiferente.

Koistinen/ Janne Hytiäinen es un guardia de seguridad lacónico, que soporta burlas y desaseos sociales de sus compañeros de trabajo.

Cortejado por Mirja/ Maria Järvenhelmi, una femme fatale al servicio de un gangster (Ilkka Koivula) pronto Koistinen encontrará motivos románticos para su pálida existencia sólo que el devenir se le nubla: todo es un plan para inculparlo en un atraco.

Con estas líneas de acción, que daría para un filme holly-woodense de acción trepidante (ay nanita, ¿qué haría un director como Michael Bay con él?), Kaurismäki asume la conducción de su película con su acostumbrada parsimonia, con el ritmo del mejor Bresson y la vehemencia asfixiante de sus pupilos fílmicos Hal Hartley y Jim Jarmusch.

El deambular de Koistinen después de salir de prisión no está distanciado de su vida anterior: la soledad, la búsqueda de un aleph feliz por dónde asomarse y el desasosiego de no encontrar un amor, hacen de este personaje un hijo fílmico en la mejor línea de Kaurismäki.

El tango Volver, cantado por el propio Carlos Gardel, le sirve a Kaurismäki para explayar visualmente lo que un tango tiene: drama, melancolía, oscuridad obscena por vivir, deuda moral con el Hades.

Koistinen es un personaje determinista, busterkeatoneano, sin bataholas interiores que lo conduzcan a la venganza. El producto de su vida presente está divorciada de su pasado inmediato; por ello, al salir de prisión a los dos años, lo que desea es cumplir su destino lastimero si se quiere pero solo, bordeado por sus aspiraciones: tener su propia compañía de seguridad.

Kaurismäki ejecuta con “Luces al atardecer” un verdadero poema fílmico crepuscular, reposado, cuyo final ambiguo nos remite al menos a una esperanza…

Cuando uno bucea por la arqueología del cine se encuentra que, al igual que la literatura, ya todo está inventado.

Borges dijo que todo género cinematográfico tiene alguna conexión con El Quijote. Verdad buena. Chaplin sería inexplicable sin el hálito del Caballero de la Triste Figura, el western, la comedia, el terror, serían impensables bajo esta premisa: todos los personajes principales están acompañados en tales aventuras fílmicas por un esbirro al estilo Sancho Panza.

Buster Keaton, de quien se ha dicho que si no hubiese existido Chaplin sería el más grande mimo. Pues no. La influencia del gran Buster en su personaje cara de palo, hierático, inexpresivo, ha extendido su influencia en cineastas contemporáneos como Wim Wenders (“París-Texas”), Hal Hartley (“Amateur”), Nuri Bilge Ceylan (“Tres monos”) y Aki Kaurismäki (“Ariel”, “La Chica de la fábrica de cerillos”, “Luces de la ciudad”).

En “Luces al atardecer”/ Finlandia-Alemania-Francia-2006, el finlandés Aki Kaurismäki aborda los tópicos que lo han definido como un cineasta mayor dentro de la cinematografía mundial: la trágica ternura, el apego al cine negro americano, las acotaciones de desolación agria sobre personajes perdedores y el desamparo ante una sociedad indiferente.

Koistinen/ Janne Hytiäinen es un guardia de seguridad lacónico, que soporta burlas y desaseos sociales de sus compañeros de trabajo.

Cortejado por Mirja/ Maria Järvenhelmi, una femme fatale al servicio de un gangster (Ilkka Koivula) pronto Koistinen encontrará motivos románticos para su pálida existencia sólo que el devenir se le nubla: todo es un plan para inculparlo en un atraco.

Con estas líneas de acción, que daría para un filme holly-woodense de acción trepidante (ay nanita, ¿qué haría un director como Michael Bay con él?), Kaurismäki asume la conducción de su película con su acostumbrada parsimonia, con el ritmo del mejor Bresson y la vehemencia asfixiante de sus pupilos fílmicos Hal Hartley y Jim Jarmusch.

El deambular de Koistinen después de salir de prisión no está distanciado de su vida anterior: la soledad, la búsqueda de un aleph feliz por dónde asomarse y el desasosiego de no encontrar un amor, hacen de este personaje un hijo fílmico en la mejor línea de Kaurismäki.

El tango Volver, cantado por el propio Carlos Gardel, le sirve a Kaurismäki para explayar visualmente lo que un tango tiene: drama, melancolía, oscuridad obscena por vivir, deuda moral con el Hades.

Koistinen es un personaje determinista, busterkeatoneano, sin bataholas interiores que lo conduzcan a la venganza. El producto de su vida presente está divorciada de su pasado inmediato; por ello, al salir de prisión a los dos años, lo que desea es cumplir su destino lastimero si se quiere pero solo, bordeado por sus aspiraciones: tener su propia compañía de seguridad.

Kaurismäki ejecuta con “Luces al atardecer” un verdadero poema fílmico crepuscular, reposado, cuyo final ambiguo nos remite al menos a una esperanza…