Si apartáramos los inventos que se pincelaron antes de su concreción en las novelas de Julio Verne, es asombroso el paralelismo que puede adjudicársele a Jorge Luis Borges con las posibilidades de la ciencia y la tecnología.
Así, es conocido el apreciable y portentoso acercamiento que logró al autor argentino con su cuento El Aleph, publicado en 1945, con la internet. El Aleph era un orificio o esfera de dos a tres centímetros “que contienen todos los puntos… todos los lugares de la Tierra… todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.”
¿Y qué es, a la larga la internet si no un espacio donde cabe todo: el pasado, el presente y lo que se escribe, se hace y se registra para el futuro? Pero, lo que asombra de sobremanera, es otro acercamiento de Borges ahora con la física cuántica.
Desde 1960 la teoría de Peter Higgs (1929- 2014) ha sido lo que a las matemáticas la cuadratura del círculo: pasar de la mera abstracción científica a la demostración comprobable del origen de la materia en las partículas elementales.
Higgs planteaba que desde el Big Bang inicial debió haber una partícula que, por su enorme fuerza colisionadora, suministrara materia a las demás partículas subatómicas. Por la calidad de misterio para la ciencia, a dicho corpúsculo se le bautizó “partícula de Dios”.
Desde hace quince años se ha querido comprobar la teoría de Peter Higgs en la frontera de Francia y Suiza donde el Centro Europeo de Investigación Nuclear, con una plantilla de 700 científicos multidisciplinarios y más de diez mil millones de dólares de presupuesto, a través del arranque exitoso de un Colisionador de Hedrones, subterráneo y con 27 kilómetros de perímetro, el cual consiste en hacer chocar en su interior dos haces de protones a la velocidad de la luz con la idea de analizar la elevadas energías subatómicas que allí se producen para estudiarlas y compararlas con las originadas hace 14 mil millones de años con el Big Bang.
Aunque hasta el momento no se ha logrado obtener la “partícula de Dios”, las investigaciones, según se anuncia al respecto, tienen planeadas seguir efectuándose durante dos décadas. De allí que sea oportuno citar algunas líneas del ensayo “El bosón de Higgs: la partícula maldita”, del físico Javier Santaolalla Camino (en: https://www.fundacionpfizer.org/sites/default/files/dendra_jun_2015_07_el_boson_de_higgs.pdf):
“En el origen del Universo, escasas fracciones de segundo después del Big Bang, toda la materia y energía del mismo se encontraban concentrados en un volumen pequeño (una canica, por ejemplo). En este estado de altísima densidad de energía, el mundo era muy diferente del actual. De hecho, parece haber consenso acerca de que en ese momento el Universo era muy simple. Entendamos simple por «matemáticamente simple» o fácil de describir. Todas las partículas eran muy parecidas, las fuerzas con las que interactuaban también y no existía la masa; por lo tanto, era un marco ideal para asentar una teoría física, una ecuación con pocos elementos. No cuesta imaginar que 13.800 millones de años después, año arriba, año abajo, el Universo haya cambiado mucho, se haya expandido hasta alcanzar un gran tamaño y se haya enfriado, y el mundo muestre una diversidad fascinante, con formas tan pintorescas como la vida humana. Recuerda que según el Universo se expande sin cesar desde su inicio, la energía (que es constante desde que se creó) tiene que distribuirse en más espacio, por lo tanto, queda menos energía para el mismo volumen”.
“En otras palabras, según el Universo se expande, la densidad de energía disminuye, esto es, «el Universo se enfría». Y al enfriarse el Universo se diversifica. Esa simplicidad inicial (estamos hablando de unos 10-22 segundos de tiempo después del Big Bang) se tuvo que romper. Llámalo «transición de fase», «ruptura espontánea de simetría electrodébil» (véase figura) o, simplemente, di que se armó el lío. Da igual. El caso es que la densidad de energía en el Universo ya no era lo suficientemente alta como para mantener ese estado de «alto karma»”.
“Sin embargo, el cuento de Borges Las Ruinas Circulares, publicado en 1941, y estableciendo un trazo con el bosón de Higgs que suministra materia y por ende vida a otras partículas, es extraordinario ya que cuenta la historia de un hombre, un mago que se dedica a soñar y mediante este ardid va soñando, hasta darle vida, a otro hombre”.
Borges lo describe de este modo en su relato: “Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor vivencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorceava rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.”
Si bien El Aleph resulta una metáfora de la internet, y el personaje de “Las ruinas circulares” con el sueño (la inmaterialidad) le da vida material a un hombre, lo que llama atención son las posibilidades que la literatura (la ficción) puede ofrecer para vislumbrar límites sólo adjudicados para la ciencia…