Te amo no con cal ni osamenta de rencores. Te amo a fuego lento, con la discreción de un poema de Seamus Heaney y con la algarabía de un amanecer lelo de Miramar.
No debe haber ruinas en el amor, sólo horizontes azules. Siempre va en contra nuestra la suerte, esa perra maltratada del destino. Cogido de tu mano sé mi rumbo, mi albricia matinal.
Larga es la espera cuando se ama porque nos falta tiempo para aniquilar la angustia que da la desazón. Besarte es un juego mágico-telúrico-fúrico- fáctico-prístino del amor.
Nunca se regresa a lo que ya fue porque todo fluye, se desintegra para no ser jamás. El recuerdo es el gran alfarero, el constructor del presente. Se recuerda porque se quiere vida.
Amarte en Tampico es vivir porque en este puerto de las tentaciones te conocí, una tarde en el antiguo IRBA, en un taller literario, que impartía Héctor Carreto. Te vi y llenaste toda mi visión. Alta, vestida de mezclilla y blusa, tu sonrisa podía verse a cien metros de distancia. La ola más dulce de Miramar entonces golpeó mi pecho.
Antes de ti mi voz se perdía en alegatos de humo y puñados de tormentas vanas. Contigo aprendí que conversar es una forma de amar.
Amarte es confirmar que el tiempo después de todo no es cruel porque cuando se ama el rencor de Cronos de apaga.
¿Sabes? Si a un puerto – y aquí es un puerto – llegan ilusiones y navíos, tú, marinera, llegaste con tus brazos con olor a naranja de Álamo a levantar anclas conmigo.
Y eso es el amor: un viaje mar adentro con anclas arriba, sin bateles de regreso porque amar es surcar levante.
A tu lado Tampico importa porque a una ciudad se le ama por su gente, sus lugares más que por el tiempo que pasamos en ella. Amar es consagrar el instante de los encuentros.
No quiero estar lejos de ti porque no existo: preexisto en la nostalgia que es dolor. Si llevo a Tampico a cuestas por doquiera que he ido, a ti no te llevo: te tengo tan adentro de mí que si te me sales me vacío. En el amor no hay vacantes.
Tampico es mi ciudad, mi origen carnal, lugar de amores y partidas. Un puerto es tránsito. Amar es siempre un viaje.
Amo dejarte así, llena de sombras y sobredosis de mis espantos. Amo que me desees volver con las manos atadas a la brisa de Miramar y a los estertores del recuerdo del parque de la Isleta Pérez cuando, en agosto del 75, los Alijadores se coronaron campeones ante los cafeteros de Córdoba.
Amo los duendes de tu carácter despojados de su fábula niña. (Aquí es el Paseo Bella Vista, aquí me dijiste que en mis ojos veías un cielo azul que presagiaba nublados tristes. A tantos años, amor, las calles del puerto tienen más baches y la nostalgia es una prostituta husmeando por muelles oxidados.)
Cuando te abrazo abarco dolor y momentos agrios. Amo la valentía de tus lágrimas y el sinsabor de tus cuitas. Yo estoy acostumbrado a oler la lluvia pútrida y a saber que cuando levanto los ojos también hay láminas mudas por techo atestiguando el paso de los días en una casa de madera de la calle Monterrey, en la colonia Campbell.
Amo caminar contigo por la calle Altamira hasta llegar al centro. Me gusta oler Tampico porque sabe a como mi madre me lo introdujo en la memoria: a hastío y ganas de morir en este puerto donde el calor es más fuerte a las dos de la tarde.
Amo las historias (que aún deletrea mi recuerdo) de doña Esperanza sobre Pepito el terrestre, quien vivía a una cuadra de mi casa.
El tiempo es un manto que cubre y borra estatuas de la memoria.
Amo dejarte así, heroica y cobarde, saturada de horizontes dulces. Amo la fragancia de tu pelo: me sabe a El Chairel, en los veranos de los ochentas, cuando podías bañarte y remar, cuando el Club de Regatas Corona estaba prohibido para personas como nosotros.
¿Qué me queda, amor, después de mil batallas? No la retirada sino la constatación de Eros y el despilfarro impune de tiempo cuando no se ama.
Allá, arriba, vuelan pájaros y lamentos. A tu lado me salen alas del cuerpo y el albedrío. Podría decirse que estar a tu lado es un doblar de esquina continuamente. Siempre busco tu rostro en una nube, en un muro o en la portezuela, vamos, de un carro ruta Cascajal.
Por eso, amo dejarte así porque de este modo, tú y Tampico, siguen golpeándome el pecho, como ola en las escolleras una y otra y otra vez…
El tiempo es un manto que cubre y borra estatuas de la memoria