/ domingo 16 de mayo de 2021

El cumpleaños del perro | Amo dejarte así

Amo dejarte así, llena de sombras y sobredosis de mis espantos. Amo que me desees volver con las manos atadas a la brisa de Miramar y a los estertores del recuerdo del parque de la Isleta Pérez cuando, en agosto del 75, los Alijadores se coronaron campeones ante los cafeteros de Córdoba.

Amo los duendes de tu carácter despojados de su fábula niña. (Aquí es el Paseo Bella Vista, aquí me dijiste que en mis ojos veías un cielo azul que presagiaba nublados tristes. A tantos años, amor, las calles del puerto tienen más baches y la nostalgia es una prostituta husmeando por muelles oxidados.)

Cuando te abrazo abarco dolor y momentos agrios. Amo la valentía de tus lágrimas y el sinsabor de tus cuitas. Yo estoy acostumbrado a oler la lluvia pútrida y a saber que cuando levanto los ojos también hay láminas mudas por techo atestiguando el paso de los días en una casa de madera de la calle Monterrey, en la colonia Campbell.

Amo caminar contigo por la calle Altamira hasta llegar al centro. Me gusta oler Tampico porque sabe a como mi madre me lo introdujo en la memoria: a hastío y ganas de morir en este puerto donde el calor es más fuerte a las dos de la tarde.

Amo las historias (que aún deletrea mi recuerdo) de doña Esperanza sobre Pepito el terrestre, quien vivía a una cuadra de mi casa.

El tiempo es un manto que cubre y borra estatuas de la memoria.

Amo dejarte así, heroica y cobarde, saturada de horizontes dulces. Amo la fragancia de tu pelo: me sabe a El Chairel, en los veranos de los ochentas, cuando podías bañarte y remar, cuando el Club de Regatas Corona estaba prohibido para personas como nosotros.

¿Qué me queda, amor, después de mil batallas? No la retirada sino la constatación de Eros y el despilfarro impune de tiempo cuando no se ama.

Allá, arriba, vuelan pájaros y lamentos. A tu lado me salen alas del cuerpo y el albedrío. Podría decirse que estar a tu lado es un doblar de esquina continuamente. Siempre busco tu rostro en una nube, en un muro o en la portezuela, vamos, de un carro ruta Cascajal.

Amo dejarte así, con el cuerpo lleno de mis besos. ¿Sabes? Si al puerto llegan barcos de lejanos países, a mi alma llegas tú, poblada de juventud y de enfado y de ansias de vencer el miedo a ser tú.

Por eso, amo dejarte así porque de este modo, tú y Tampico, siguen golpeándome el pecho, como ola en las escolleras una y otra y otra vez.

Ábreme el pecho y no verás rosas sino palomas heridas por tantas noches de verano solas. Llegaste a mi vida y trajiste luz y aroma de montaña y tardes húmedas.

Contigo entendí que uno muere si no tiene por quien vivir. Llegaste y mi voz volvió a poseer palabras vívidas. Porque, has de saberlo, amor, quiero vivir, vivir, extender mi imperio de miedos por la zona de tus pechos y los barrancos suaves de tu ombligo de donde salen mariposas y ayes que me incendian en noches donde, no sé cómo decirlo, resucito para tus labios y tus ojos de pozos claros.

“¿Dónde estabas, Juanjo?” Me preguntas; y yo te contesto que esperándote entre los fuegos negros de calendarios y obligaciones fantasmas. Años fantasmas antes de ti viví, tiempo de espuma en la boca y légamo en el intelecto.

Contigo soy, existo y me amplío en todo lo que hago. Me has dado la savia de tus años y el estrago de tu pasión olorosa a naranja de Álamo. Roca y pétalo, ácido y miel, nada nos detendrá excepto el tiempo.

Contigo recojo hojas y respiro libertad frente a playa. A tu lado me crecen alas y quisiera volar para contarle al mundo que en Tampico si un amor se va, otro como el tuyo, en definitiva, viene a poblar el alma.

Soy tu Juanjo, el pobre hombre que no sabe más que amarte y darte las gracias por existir. Al decir mi nombre inauguras un hombre que te ama a cadena perpetua. Al besarte estallo en mil pedazos y me vuelvo a armar bajo la ternura de esos tus brazos suaves.

Los goces de la memoria, escribió alguna vez Jorge Luis Borges. Y dichos goces contigo son de ahora en adelante, mi bien, desde la torpeza con que preparas el spaghetti hasta la indecisión de sintonizar un canal en la tele con el control remoto.

Amar es convocar a la memoria y al olvido a la vez. Yo tengo para ti, lo sabes, los espacios de mis años mejores para transitarlos contigo. No quiero que te pase nada malo nunca, eso me mataría porque te amo y de ti me nutro.

No me haces falta pero te necesito, no quiero verte todos los días sólo los que requiero para seguir existiendo.

Tampico a tu lado es un paraíso y sin ti me es insoportable. (Una vez, frente a El Sol de Tampico, te dije que cuando te beso siento que desaparezco del mundo).

¿Qué hacer si te amo tanto? Cierro los ojos y al respirar el aire del Paseo Bella Vista te siento etérea, consumida por el horizonte y la serenidad del río Tamesí.

No sé, quisiera decirle a todos que me sale del pecho azúcar y mariposas, que tus manos, al acariciarme, me ha reconstituido y que me siento mejor persona. He tenido en los labios tanto silencio que, ahora contigo, no puedo más que decir: gracias por llegar a mi vida y traer luz y aromas de montaña y tardes húmedas…

Amo dejarte así, llena de sombras y sobredosis de mis espantos. Amo que me desees volver con las manos atadas a la brisa de Miramar y a los estertores del recuerdo del parque de la Isleta Pérez cuando, en agosto del 75, los Alijadores se coronaron campeones ante los cafeteros de Córdoba.

Amo los duendes de tu carácter despojados de su fábula niña. (Aquí es el Paseo Bella Vista, aquí me dijiste que en mis ojos veías un cielo azul que presagiaba nublados tristes. A tantos años, amor, las calles del puerto tienen más baches y la nostalgia es una prostituta husmeando por muelles oxidados.)

Cuando te abrazo abarco dolor y momentos agrios. Amo la valentía de tus lágrimas y el sinsabor de tus cuitas. Yo estoy acostumbrado a oler la lluvia pútrida y a saber que cuando levanto los ojos también hay láminas mudas por techo atestiguando el paso de los días en una casa de madera de la calle Monterrey, en la colonia Campbell.

Amo caminar contigo por la calle Altamira hasta llegar al centro. Me gusta oler Tampico porque sabe a como mi madre me lo introdujo en la memoria: a hastío y ganas de morir en este puerto donde el calor es más fuerte a las dos de la tarde.

Amo las historias (que aún deletrea mi recuerdo) de doña Esperanza sobre Pepito el terrestre, quien vivía a una cuadra de mi casa.

El tiempo es un manto que cubre y borra estatuas de la memoria.

Amo dejarte así, heroica y cobarde, saturada de horizontes dulces. Amo la fragancia de tu pelo: me sabe a El Chairel, en los veranos de los ochentas, cuando podías bañarte y remar, cuando el Club de Regatas Corona estaba prohibido para personas como nosotros.

¿Qué me queda, amor, después de mil batallas? No la retirada sino la constatación de Eros y el despilfarro impune de tiempo cuando no se ama.

Allá, arriba, vuelan pájaros y lamentos. A tu lado me salen alas del cuerpo y el albedrío. Podría decirse que estar a tu lado es un doblar de esquina continuamente. Siempre busco tu rostro en una nube, en un muro o en la portezuela, vamos, de un carro ruta Cascajal.

Amo dejarte así, con el cuerpo lleno de mis besos. ¿Sabes? Si al puerto llegan barcos de lejanos países, a mi alma llegas tú, poblada de juventud y de enfado y de ansias de vencer el miedo a ser tú.

Por eso, amo dejarte así porque de este modo, tú y Tampico, siguen golpeándome el pecho, como ola en las escolleras una y otra y otra vez.

Ábreme el pecho y no verás rosas sino palomas heridas por tantas noches de verano solas. Llegaste a mi vida y trajiste luz y aroma de montaña y tardes húmedas.

Contigo entendí que uno muere si no tiene por quien vivir. Llegaste y mi voz volvió a poseer palabras vívidas. Porque, has de saberlo, amor, quiero vivir, vivir, extender mi imperio de miedos por la zona de tus pechos y los barrancos suaves de tu ombligo de donde salen mariposas y ayes que me incendian en noches donde, no sé cómo decirlo, resucito para tus labios y tus ojos de pozos claros.

“¿Dónde estabas, Juanjo?” Me preguntas; y yo te contesto que esperándote entre los fuegos negros de calendarios y obligaciones fantasmas. Años fantasmas antes de ti viví, tiempo de espuma en la boca y légamo en el intelecto.

Contigo soy, existo y me amplío en todo lo que hago. Me has dado la savia de tus años y el estrago de tu pasión olorosa a naranja de Álamo. Roca y pétalo, ácido y miel, nada nos detendrá excepto el tiempo.

Contigo recojo hojas y respiro libertad frente a playa. A tu lado me crecen alas y quisiera volar para contarle al mundo que en Tampico si un amor se va, otro como el tuyo, en definitiva, viene a poblar el alma.

Soy tu Juanjo, el pobre hombre que no sabe más que amarte y darte las gracias por existir. Al decir mi nombre inauguras un hombre que te ama a cadena perpetua. Al besarte estallo en mil pedazos y me vuelvo a armar bajo la ternura de esos tus brazos suaves.

Los goces de la memoria, escribió alguna vez Jorge Luis Borges. Y dichos goces contigo son de ahora en adelante, mi bien, desde la torpeza con que preparas el spaghetti hasta la indecisión de sintonizar un canal en la tele con el control remoto.

Amar es convocar a la memoria y al olvido a la vez. Yo tengo para ti, lo sabes, los espacios de mis años mejores para transitarlos contigo. No quiero que te pase nada malo nunca, eso me mataría porque te amo y de ti me nutro.

No me haces falta pero te necesito, no quiero verte todos los días sólo los que requiero para seguir existiendo.

Tampico a tu lado es un paraíso y sin ti me es insoportable. (Una vez, frente a El Sol de Tampico, te dije que cuando te beso siento que desaparezco del mundo).

¿Qué hacer si te amo tanto? Cierro los ojos y al respirar el aire del Paseo Bella Vista te siento etérea, consumida por el horizonte y la serenidad del río Tamesí.

No sé, quisiera decirle a todos que me sale del pecho azúcar y mariposas, que tus manos, al acariciarme, me ha reconstituido y que me siento mejor persona. He tenido en los labios tanto silencio que, ahora contigo, no puedo más que decir: gracias por llegar a mi vida y traer luz y aromas de montaña y tardes húmedas…