/ miércoles 27 de enero de 2021

El cumpleaños del perro | Apostillas a “Un perro andaluz”

Estrenada en junio de 1929 en el cine Studio des Ursulines de París, Francia, “Un perro andaluz” fue más que un filme (cortometraje, en estricto apego a su clasificación) un manifiesto surrealista. Si a Breton se le adjudica la paternidad del surrealismo, es con autores como Buñuel y Germaine Dulac que esta corriente artística adquiere patente de corso.

Carlos Fuentes aducía que Buñuel hizo extenso al surrealismo porque tenía, como herencia cultural, en quién apoyarse: Valle Inclán, Galdós, Goya y San Juan de la Cruz, y eso –concluye el autor de “Aura”- vivificó más allá de la teoría al surrealismo.

Buñuel sacó a las calles el surrealismo que significa ruptura, inconformidad, moral de vida, escándalo, convite entre Dios y el diablo.

“Un perro andaluz” es anatema y es humanidad en el más amplio ejercicio de la mirada del arte. Pero decir arte en Buñuel es ingenuidad ácida, elasticidad de un mundo rígido, anquilosado.

“Un perro andaluz” es la historia de la locura del deseo incontrolado; es el calvario del caos subyacente en la morada de las normas endebles. Buñuel con este filme, de la mano de Salvador Dalí en la concepción del guion, instaló su poesía visual de manera desnuda, álgida, en bruto.

El poeta Luis Buñuel, como lo bautizó Octavio Paz, no apostó ni edificó un postulado ideológico con esta imponente ópera prima. Le dio más bien ojos al interior del espectador para “ver” con otros ojos. Es de llamar la atención que haya sido precisamente él mismo quien abra la secuencia inicial del filme con navaja en mano mirando la nube que corta a la Luna.

“Un perro andaluz” es la irrupción, en territorios de los Lumière, de un arte contestatario que puso una granada a Freud, que gritó sin abrir los labios que algo pasaba en este mundo, algo terrible e irremediable: somos temporales.

“Un perro andaluz” es el preámbulo de una obra fílmica que estallará en otros fragmentos cuando la narrativa se haya apoderado de la lente de Buñuel, sin embargo, conservando el mismo aroma inmoral: el del inconformismo.

“El marista en la ballesta” o “Es peligroso asomarse al interior” eran los nombres tentativos con los que Buñuel iba a titular su filme. En “Un perro andaluz” no sale ni un perro ni un andaluz. Es el inconsciente puro en imágenes, en poesía estrellada contra las buenas costumbres y la hipocresía más rampante.

“Un perro andaluz” es tal vez la ópera prima más famosa en la historia del celuloide; es una isla, un momento irrepetible. La “Edad de Oro”/ 1930 fue la prolongación y conformación del arte surrealista del cineasta que años después filmó en México buena parte de su carrera…

Estrenada en junio de 1929 en el cine Studio des Ursulines de París, Francia, “Un perro andaluz” fue más que un filme (cortometraje, en estricto apego a su clasificación) un manifiesto surrealista. Si a Breton se le adjudica la paternidad del surrealismo, es con autores como Buñuel y Germaine Dulac que esta corriente artística adquiere patente de corso.

Carlos Fuentes aducía que Buñuel hizo extenso al surrealismo porque tenía, como herencia cultural, en quién apoyarse: Valle Inclán, Galdós, Goya y San Juan de la Cruz, y eso –concluye el autor de “Aura”- vivificó más allá de la teoría al surrealismo.

Buñuel sacó a las calles el surrealismo que significa ruptura, inconformidad, moral de vida, escándalo, convite entre Dios y el diablo.

“Un perro andaluz” es anatema y es humanidad en el más amplio ejercicio de la mirada del arte. Pero decir arte en Buñuel es ingenuidad ácida, elasticidad de un mundo rígido, anquilosado.

“Un perro andaluz” es la historia de la locura del deseo incontrolado; es el calvario del caos subyacente en la morada de las normas endebles. Buñuel con este filme, de la mano de Salvador Dalí en la concepción del guion, instaló su poesía visual de manera desnuda, álgida, en bruto.

El poeta Luis Buñuel, como lo bautizó Octavio Paz, no apostó ni edificó un postulado ideológico con esta imponente ópera prima. Le dio más bien ojos al interior del espectador para “ver” con otros ojos. Es de llamar la atención que haya sido precisamente él mismo quien abra la secuencia inicial del filme con navaja en mano mirando la nube que corta a la Luna.

“Un perro andaluz” es la irrupción, en territorios de los Lumière, de un arte contestatario que puso una granada a Freud, que gritó sin abrir los labios que algo pasaba en este mundo, algo terrible e irremediable: somos temporales.

“Un perro andaluz” es el preámbulo de una obra fílmica que estallará en otros fragmentos cuando la narrativa se haya apoderado de la lente de Buñuel, sin embargo, conservando el mismo aroma inmoral: el del inconformismo.

“El marista en la ballesta” o “Es peligroso asomarse al interior” eran los nombres tentativos con los que Buñuel iba a titular su filme. En “Un perro andaluz” no sale ni un perro ni un andaluz. Es el inconsciente puro en imágenes, en poesía estrellada contra las buenas costumbres y la hipocresía más rampante.

“Un perro andaluz” es tal vez la ópera prima más famosa en la historia del celuloide; es una isla, un momento irrepetible. La “Edad de Oro”/ 1930 fue la prolongación y conformación del arte surrealista del cineasta que años después filmó en México buena parte de su carrera…