/ miércoles 5 de febrero de 2020

El Cumpleaños del Perro | B.B. King en la colonia Campbell

Te conocen mi sangre, mis vísceras porque me llenaste cuando estaba vacío. Tu blues me dio ánimo, me insufló de magia allá en la casa de mi barrio El Cascajal cuando era niño.

¡Cuántas noches me quedé dormido oyendo tu música! Mientras mis amigos de la edad empezaban a caminar por las tenebrosas calles de la droga y la marihuana; tú, B. B. King, me dabas con tu guitarra otra dimensión del cielo estrellado que yo veía sobre la copa del nogal del fondo del patio de la casa.

Lucille es un nombre y una vida para ti. Y a mí, oh maestro King, tus acordes me desnudaron el alma, me prodigaron el gusto amplio, inédito, renovado por el blues.

B.B. King, me hiciste volar sobre mi pequeña calle Monterrey con las alas de tu música. Te me metiste, como virus de eco, por todo el cuerpo y te me saliste por los ojos en forma de éxtasis.

King, hiciste que tu voz me fuera familiar por muchos años. Poeta de la guitarra eléctrica (a la que, por cierto, Buñuel detestaba), no es ostentoso decir que fuiste más amigo mío que con los que jugaba en la cuadra. ¿Sabes por qué? Porque sin saber inglés en ese entonces, intuía un suave esquema de sufrimiento en la cadencia de tus rolas.

No pretendo la pedantería de anotar los nombres de tus canciones. Me interesa dejarme a mí mismo claro que para mi escritura fuiste savia, estímulo y refugio de piel.

B.B. King, en Tampico tenías un admirador incondicional y nunca lo supiste y tal vez jamás lo sabrás. No importa. Es lugar común decir que el mejor homenaje es leer al escritor u oír al músico. Yo te digo: el mejor homenaje que te puedo dar es que me salvaste de la soledad de mis años infantiles y adolescentes (recuerdo a mi antiguo maestro de música de la secundaria, la Secundaria 1, Eduardo Giadans, cuando le dije que admiraba a B.B. King y por respuesta obtuve: “¿ya oyó Sweet Sixteen?” Le dije que no, y con su paciencia infinita, me sugirió: “cuando la oiga, sabrá qué es el blues).

A tantos años, Tampico me sabe a nostalgia y a pólvora infame. Me sabe a lágrima humedecida por el salitre de la distancia y las despedidas irremediables.

Me sabe a La Puntilla a las seis de la mañana y a las tortas de la barda. Pero, en estos momentos que escribo con la recomendación de mi admirado maestro Eduardo Giadans Sweet Sixteen, Tampico me sabe al blues de B.B. King desgarrándose el pecho y cerrando los ojos mientras hace florecer de su “lucille” las notas más hondas y más entrañables que, al cerrar yo mis ojos, recorren como aves la calle Monterrey, en mi colonia ¡la Campbell!…

Te conocen mi sangre, mis vísceras porque me llenaste cuando estaba vacío. Tu blues me dio ánimo, me insufló de magia allá en la casa de mi barrio El Cascajal cuando era niño.

¡Cuántas noches me quedé dormido oyendo tu música! Mientras mis amigos de la edad empezaban a caminar por las tenebrosas calles de la droga y la marihuana; tú, B. B. King, me dabas con tu guitarra otra dimensión del cielo estrellado que yo veía sobre la copa del nogal del fondo del patio de la casa.

Lucille es un nombre y una vida para ti. Y a mí, oh maestro King, tus acordes me desnudaron el alma, me prodigaron el gusto amplio, inédito, renovado por el blues.

B.B. King, me hiciste volar sobre mi pequeña calle Monterrey con las alas de tu música. Te me metiste, como virus de eco, por todo el cuerpo y te me saliste por los ojos en forma de éxtasis.

King, hiciste que tu voz me fuera familiar por muchos años. Poeta de la guitarra eléctrica (a la que, por cierto, Buñuel detestaba), no es ostentoso decir que fuiste más amigo mío que con los que jugaba en la cuadra. ¿Sabes por qué? Porque sin saber inglés en ese entonces, intuía un suave esquema de sufrimiento en la cadencia de tus rolas.

No pretendo la pedantería de anotar los nombres de tus canciones. Me interesa dejarme a mí mismo claro que para mi escritura fuiste savia, estímulo y refugio de piel.

B.B. King, en Tampico tenías un admirador incondicional y nunca lo supiste y tal vez jamás lo sabrás. No importa. Es lugar común decir que el mejor homenaje es leer al escritor u oír al músico. Yo te digo: el mejor homenaje que te puedo dar es que me salvaste de la soledad de mis años infantiles y adolescentes (recuerdo a mi antiguo maestro de música de la secundaria, la Secundaria 1, Eduardo Giadans, cuando le dije que admiraba a B.B. King y por respuesta obtuve: “¿ya oyó Sweet Sixteen?” Le dije que no, y con su paciencia infinita, me sugirió: “cuando la oiga, sabrá qué es el blues).

A tantos años, Tampico me sabe a nostalgia y a pólvora infame. Me sabe a lágrima humedecida por el salitre de la distancia y las despedidas irremediables.

Me sabe a La Puntilla a las seis de la mañana y a las tortas de la barda. Pero, en estos momentos que escribo con la recomendación de mi admirado maestro Eduardo Giadans Sweet Sixteen, Tampico me sabe al blues de B.B. King desgarrándose el pecho y cerrando los ojos mientras hace florecer de su “lucille” las notas más hondas y más entrañables que, al cerrar yo mis ojos, recorren como aves la calle Monterrey, en mi colonia ¡la Campbell!…