/ domingo 26 de junio de 2022

El cumpleaños del perro | Borges versus el Bosón de Higgs

Si apartáramos los inventos que se pincelaron antes de su concreción en las novelas de Julio Verne, es asombroso el paralelismo que puede adjudicársele a Jorge Luis Borges con las posibilidades de la ciencia y la tecnología.

Así, es conocido el apreciable y portentoso acercamiento que logró al autor argentino con su cuento El Aleph, publicado en 1945, con la Internet. El Aleph era un orificio o esfera de dos a tres centímetros “que contienen todos los puntos… todos los lugares de la Tierra… todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.

¿Y qué es, a la larga, la Internet sino un espacio donde cabe todo: el pasado, el presente y lo que se escribe, se hace y se registra para el futuro? Pero, lo que asombra de sobremanera, es otro acercamiento de Borges ahora con la física cuántica.

Desde 1960 la teoría de Peter Higgs ha sido lo que a las matemáticas la cuadratura del círculo: pasar de la mera abstracción científica a la demostración comprobable del origen de la materia en las partículas elementales.

Higgs planteaba que desde el Big Bang inicial debió haber una partícula que, debido a la enorme fuerza colisionadora, suministrara materia a las demás partículas subatómicas. Por la calidad de misterio para la ciencia, a dicho corpúsculo se le bautizó “partícula de Dios”.

Desde hace quince años se ha querido comprobar la teoría de Peter Higgs en la frontera de Francia y Suiza donde el Centro Europeo de Investigación Nuclear, con una plantilla de 700 científicos multidisciplinarios y más de diez mil millones de dólares de presupuesto, a través del arranque exitoso de un Colisionador de Hedrones, subterráneo y con 27 kilómetros de perímetro, el cual consiste en hacer chocar en su interior dos haces de protones a la velocidad de la luz con la idea de analizar las elevadas energías subatómicas que allí se producen para estudiarlas y compararlas con las originadas hace 14 mil millones de años con el Big Bang.

Aunque hasta el momento no se ha logrado obtener la “partícula de Dios”, las investigaciones, según se anuncia al respecto, tienen planeado seguir efectuándose durante dos décadas.

Sin embargo, el cuento de Borges Las ruinas circulares (publicado en 1940); 1940 en la revista literaria Sur, y luego incluido en el libro Ficciones/ 1944), y estableciendo un trazo con el Bosón de Higgs que suministra materia y por ende vida a otras partículas, es extraordinario ya que cuenta la historia de un hombre, un mago que se dedica a soñar y mediante este ardid va soñando, hasta darle vida, a otro hombre.

Borges lo describe de este modo en su relato: “Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor vivencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorceava rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.”

Todo relato es una cosmovisión, una crónica de la realidad (¿olor a realidad’) donde se establece un génesis que sutura a la imaginación con lo probable de una verdad. Y en esto la literatura es la herramienta –desde la creación artística, desde luego– más efectiva para la alteridad y/o lo alterno, precisamente, de la “realidad”. Las siguientes líneas del cuento lo comprueban: “En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.)

Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro.

Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó”.

Si bien El Aleph resulta una metáfora de la Internet, y el personaje de Las ruinas circulares con el sueño (la inmaterialidad) le da vida material a un hombre, lo que llama atención son las posibilidades que la literatura (la ficción) puede ofrecer para vislumbrar límites sólo adjudicados para la ciencia…

Si apartáramos los inventos que se pincelaron antes de su concreción en las novelas de Julio Verne, es asombroso el paralelismo que puede adjudicársele a Jorge Luis Borges con las posibilidades de la ciencia y la tecnología.

Así, es conocido el apreciable y portentoso acercamiento que logró al autor argentino con su cuento El Aleph, publicado en 1945, con la Internet. El Aleph era un orificio o esfera de dos a tres centímetros “que contienen todos los puntos… todos los lugares de la Tierra… todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.

¿Y qué es, a la larga, la Internet sino un espacio donde cabe todo: el pasado, el presente y lo que se escribe, se hace y se registra para el futuro? Pero, lo que asombra de sobremanera, es otro acercamiento de Borges ahora con la física cuántica.

Desde 1960 la teoría de Peter Higgs ha sido lo que a las matemáticas la cuadratura del círculo: pasar de la mera abstracción científica a la demostración comprobable del origen de la materia en las partículas elementales.

Higgs planteaba que desde el Big Bang inicial debió haber una partícula que, debido a la enorme fuerza colisionadora, suministrara materia a las demás partículas subatómicas. Por la calidad de misterio para la ciencia, a dicho corpúsculo se le bautizó “partícula de Dios”.

Desde hace quince años se ha querido comprobar la teoría de Peter Higgs en la frontera de Francia y Suiza donde el Centro Europeo de Investigación Nuclear, con una plantilla de 700 científicos multidisciplinarios y más de diez mil millones de dólares de presupuesto, a través del arranque exitoso de un Colisionador de Hedrones, subterráneo y con 27 kilómetros de perímetro, el cual consiste en hacer chocar en su interior dos haces de protones a la velocidad de la luz con la idea de analizar las elevadas energías subatómicas que allí se producen para estudiarlas y compararlas con las originadas hace 14 mil millones de años con el Big Bang.

Aunque hasta el momento no se ha logrado obtener la “partícula de Dios”, las investigaciones, según se anuncia al respecto, tienen planeado seguir efectuándose durante dos décadas.

Sin embargo, el cuento de Borges Las ruinas circulares (publicado en 1940); 1940 en la revista literaria Sur, y luego incluido en el libro Ficciones/ 1944), y estableciendo un trazo con el Bosón de Higgs que suministra materia y por ende vida a otras partículas, es extraordinario ya que cuenta la historia de un hombre, un mago que se dedica a soñar y mediante este ardid va soñando, hasta darle vida, a otro hombre.

Borges lo describe de este modo en su relato: “Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor vivencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorceava rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.”

Todo relato es una cosmovisión, una crónica de la realidad (¿olor a realidad’) donde se establece un génesis que sutura a la imaginación con lo probable de una verdad. Y en esto la literatura es la herramienta –desde la creación artística, desde luego– más efectiva para la alteridad y/o lo alterno, precisamente, de la “realidad”. Las siguientes líneas del cuento lo comprueban: “En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.)

Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro.

Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó”.

Si bien El Aleph resulta una metáfora de la Internet, y el personaje de Las ruinas circulares con el sueño (la inmaterialidad) le da vida material a un hombre, lo que llama atención son las posibilidades que la literatura (la ficción) puede ofrecer para vislumbrar límites sólo adjudicados para la ciencia…