/ domingo 10 de octubre de 2021

El cumpleaños del perro | Carlos González Salas o la memoria prolongada

Era septiembre de 1996. El padre Carlos González Salas caminaba aprisa por la calle Colón. Había dejado su vochito a un lado del parque Méndez, por la calle Sor Juana Inés de la Cruz. Yo iba hacia donde él se dirigía, la Sala de Cabildo del palacio municipal de Tampico, a la presentación de un panel sobre poetas tamaulipecas.

A bocajarro le pregunté al padre González Salas: “¿y de todas ellas, para usted quién es la mejor? Sin dudarlo me dijo: “Gloria Gómez”. No voy a decir los nombres de las otras poetas; los dejo a la memoria de alguno de ustedes si es que asistió aquella vez a la presentación en la Sala de Cabildo.

Un año después, el padre González me consultó sobre la película “El tesoro de la Sierra Madre”, la célebre película donde Humphrey Bogart, sentado en una banca de la Plaza de la Libertad dice: “Vaya puerto que es Tampico”.

Yo le dije que el cronista era él, que todo lo sabía, que yo era un simple aficionado al cine. “La doctora Ridaura me dijo que te preguntara a ti y que pusiera atención a todo lo que me dijeras sobre cine”. Me ruboricé porque el mismísimo cronista de Tampico, el insigne autor de “Tampico es lo azul”, ¡me estaba consultando a mí! sobre un asunto del pasado de este puerto.

Los datos que le di al padre sobre el filme dirigido por John Huston en 1947 son los que han circulado en muchos ensayos publicados en la zona en años recientes. Por ello, siempre le agradecí al padre González Salas su confianza en este humilde crítico e historiador de cine.

En 1993 había tenido mi primer encuentro con el padre González Salas, esa vez fue en un lugar cuasi sagrado para el quehacer cultural del puerto: la biblioteca municipal Jesús Quintanilla, que tenemos justo enfrente del recinto en el que estamos ahora.

La directora de la biblioteca en ese entonces era la siempre bien recordada Dra. Cecilia Sanz de Ridaura, y era justamente en su oficina donde confluía la crema de la intelectualidad tampiqueña: poetas, pintores, músicos, promotores culturales, etc.

Yo me encontraba platicando con la Dra. Ridaura sobre un proyecto que ya estaba a punto de arrancar, el de un cineclub allí mismo en la biblioteca. Me retiraba cuando llegó el padre González Salas. Con la amabilidad que la caracterizaba, la Dra. Ridaura me presentó con el cronista. Después de estrecharle la mano me dijo: “Claro, eres el del Cumpleaños del Perro. Perro. Perro de aguas, eso es Tampico”.

Yo sólo le dije que tomé el nombre para mi columna El Cumpleaños del Perro de la película homónima de Jaime Humberto Hermosillo. Me despedí de ambas leyendas de la cultura del sur de Tamaulipas y me fui con la impresión de que era un privilegio para mí el haber conocido a sendos personajes.

Mi contacto con el cronista y escritor Carlos González Salas se dio, más bien, desde mi calidad de lector. Lo mismo de su poesía, de sus ensayos -del cual me sigue asombrando uno sobre la poeta mística Concha Urquiza-, que sus apuntes (abundantísimos y burilados) sobre la historia de Tampico.

Como lector, reconozco en el padre González Salas a un inmenso escritor cuya prosa era sobria y prístina, ingredientes de una pluma curiosa y humanística.

Más que escritor o poeta, Carlos González Salas fue nuestro Alfonso Reyes, es decir, un polígrafo en el sentido benedectino de la palabra que merece ser leído y analizado a profundidad. Sus digresiones sobre la poesía mexicana femenina del siglo XX o la poesía religiosa son de altura académica y lingüística incontestables.

Carlos González Salas le hará falta siempre a Tampico por su sapiencia y el hondo calado humano de su labor escritural. Desde la letra, González Salas nos descubrió que han existido cinco Tampicos: El indígena, el colonial, el Tampico-Joya, Tampico Alto y el Tampico moderno.

Pero desde su carácter de figura literaria, González Salas nos ha planteado que la investigación histórica requiere de honestidad intelectual, paciencia y pasión por el oficio del idioma. Y no de doctorados patitos y chambones que sólo sirven para sobrevivir en una plaza universitaria.

En estos tiempos en que los dioses de la modernidad parecen habitar en ese nuevo oráculo que es la internet, hace falta un historiador de la talla de González Salas para continuar diciéndonos que una ciudad es una cinta de Moebius orgánica: nunca para de empezar ni de terminar. Es decir, Tampico siempre tendrá algo que decirnos y delatarnos de su pasado.

“En el centro de la poesía hay calma”, dijo en alguna entrevista el Premio Nobel de Literatura Dereck Walcott. Igualmente, podemos decir que en la obra literaria de Carlos González Salas hay una calma que golpea, sacude por su poderosa carga de pasión por las letras y por su terruño, Tampico.

Sí, padre González Salas, efectivamente, Tampico es lo azul porque Tampico es un puerto donde el aire tiene tentáculos y nos rodea con olor a refinería, a jaibas pretéritas y a trenes dormidos en el recuerdo lelo de algún álbum fotográfico.

Tampico es un son huasteco y una torta de la barda. Es una canción de José Sierra Flores y es un poema de Gloria Gómez. Tampico tiene los colores de la pintura de Jorge Yapur

¿Por qué se ama a una ciudad como Tampico? Tal vez porque en ella dejamos la sangre del esfuerzo y porque bebemos de ella una extraña belleza que no encontramos en otra ciudad.

Tampico es una ciudad niña que le falta crecer. Es una rosa de aire azulísimo. Es una caminata por el Parque Metropolitano. Es una tarde con la brisa pegándote en la cara. Tampico tiene voz, tiene rostro, tiene futuro. Y en la obra de Carlos González podemos comprobar que Tampico también es memoria prolongada.

La obra literaria de Carlos González Salas debería ser declarada patrimonio de la ciudad. Hace cinco años que nos dejó este autor sabio que al releerlo continuamos comprobando el amor que tuvo por su querido Tampico. Porque Tampico es un pedazo de México que tiene vida y quiere vivir, vivir, vivir…

Era septiembre de 1996. El padre Carlos González Salas caminaba aprisa por la calle Colón. Había dejado su vochito a un lado del parque Méndez, por la calle Sor Juana Inés de la Cruz. Yo iba hacia donde él se dirigía, la Sala de Cabildo del palacio municipal de Tampico, a la presentación de un panel sobre poetas tamaulipecas.

A bocajarro le pregunté al padre González Salas: “¿y de todas ellas, para usted quién es la mejor? Sin dudarlo me dijo: “Gloria Gómez”. No voy a decir los nombres de las otras poetas; los dejo a la memoria de alguno de ustedes si es que asistió aquella vez a la presentación en la Sala de Cabildo.

Un año después, el padre González me consultó sobre la película “El tesoro de la Sierra Madre”, la célebre película donde Humphrey Bogart, sentado en una banca de la Plaza de la Libertad dice: “Vaya puerto que es Tampico”.

Yo le dije que el cronista era él, que todo lo sabía, que yo era un simple aficionado al cine. “La doctora Ridaura me dijo que te preguntara a ti y que pusiera atención a todo lo que me dijeras sobre cine”. Me ruboricé porque el mismísimo cronista de Tampico, el insigne autor de “Tampico es lo azul”, ¡me estaba consultando a mí! sobre un asunto del pasado de este puerto.

Los datos que le di al padre sobre el filme dirigido por John Huston en 1947 son los que han circulado en muchos ensayos publicados en la zona en años recientes. Por ello, siempre le agradecí al padre González Salas su confianza en este humilde crítico e historiador de cine.

En 1993 había tenido mi primer encuentro con el padre González Salas, esa vez fue en un lugar cuasi sagrado para el quehacer cultural del puerto: la biblioteca municipal Jesús Quintanilla, que tenemos justo enfrente del recinto en el que estamos ahora.

La directora de la biblioteca en ese entonces era la siempre bien recordada Dra. Cecilia Sanz de Ridaura, y era justamente en su oficina donde confluía la crema de la intelectualidad tampiqueña: poetas, pintores, músicos, promotores culturales, etc.

Yo me encontraba platicando con la Dra. Ridaura sobre un proyecto que ya estaba a punto de arrancar, el de un cineclub allí mismo en la biblioteca. Me retiraba cuando llegó el padre González Salas. Con la amabilidad que la caracterizaba, la Dra. Ridaura me presentó con el cronista. Después de estrecharle la mano me dijo: “Claro, eres el del Cumpleaños del Perro. Perro. Perro de aguas, eso es Tampico”.

Yo sólo le dije que tomé el nombre para mi columna El Cumpleaños del Perro de la película homónima de Jaime Humberto Hermosillo. Me despedí de ambas leyendas de la cultura del sur de Tamaulipas y me fui con la impresión de que era un privilegio para mí el haber conocido a sendos personajes.

Mi contacto con el cronista y escritor Carlos González Salas se dio, más bien, desde mi calidad de lector. Lo mismo de su poesía, de sus ensayos -del cual me sigue asombrando uno sobre la poeta mística Concha Urquiza-, que sus apuntes (abundantísimos y burilados) sobre la historia de Tampico.

Como lector, reconozco en el padre González Salas a un inmenso escritor cuya prosa era sobria y prístina, ingredientes de una pluma curiosa y humanística.

Más que escritor o poeta, Carlos González Salas fue nuestro Alfonso Reyes, es decir, un polígrafo en el sentido benedectino de la palabra que merece ser leído y analizado a profundidad. Sus digresiones sobre la poesía mexicana femenina del siglo XX o la poesía religiosa son de altura académica y lingüística incontestables.

Carlos González Salas le hará falta siempre a Tampico por su sapiencia y el hondo calado humano de su labor escritural. Desde la letra, González Salas nos descubrió que han existido cinco Tampicos: El indígena, el colonial, el Tampico-Joya, Tampico Alto y el Tampico moderno.

Pero desde su carácter de figura literaria, González Salas nos ha planteado que la investigación histórica requiere de honestidad intelectual, paciencia y pasión por el oficio del idioma. Y no de doctorados patitos y chambones que sólo sirven para sobrevivir en una plaza universitaria.

En estos tiempos en que los dioses de la modernidad parecen habitar en ese nuevo oráculo que es la internet, hace falta un historiador de la talla de González Salas para continuar diciéndonos que una ciudad es una cinta de Moebius orgánica: nunca para de empezar ni de terminar. Es decir, Tampico siempre tendrá algo que decirnos y delatarnos de su pasado.

“En el centro de la poesía hay calma”, dijo en alguna entrevista el Premio Nobel de Literatura Dereck Walcott. Igualmente, podemos decir que en la obra literaria de Carlos González Salas hay una calma que golpea, sacude por su poderosa carga de pasión por las letras y por su terruño, Tampico.

Sí, padre González Salas, efectivamente, Tampico es lo azul porque Tampico es un puerto donde el aire tiene tentáculos y nos rodea con olor a refinería, a jaibas pretéritas y a trenes dormidos en el recuerdo lelo de algún álbum fotográfico.

Tampico es un son huasteco y una torta de la barda. Es una canción de José Sierra Flores y es un poema de Gloria Gómez. Tampico tiene los colores de la pintura de Jorge Yapur

¿Por qué se ama a una ciudad como Tampico? Tal vez porque en ella dejamos la sangre del esfuerzo y porque bebemos de ella una extraña belleza que no encontramos en otra ciudad.

Tampico es una ciudad niña que le falta crecer. Es una rosa de aire azulísimo. Es una caminata por el Parque Metropolitano. Es una tarde con la brisa pegándote en la cara. Tampico tiene voz, tiene rostro, tiene futuro. Y en la obra de Carlos González podemos comprobar que Tampico también es memoria prolongada.

La obra literaria de Carlos González Salas debería ser declarada patrimonio de la ciudad. Hace cinco años que nos dejó este autor sabio que al releerlo continuamos comprobando el amor que tuvo por su querido Tampico. Porque Tampico es un pedazo de México que tiene vida y quiere vivir, vivir, vivir…