/ domingo 15 de mayo de 2022

El cumpleaños del perro | Cuando te abrazo, abrazo a Tampico

Cuando te abrazo el alba estalla en mi sangre, Tampico deja de ser una fábula ensangrentada y la colonia Campbell es el territorio más despiadado de mi nostalgia.

¿Qué hay, maga, en tus ojos bañados por la luz del Chairel de las seis de la tarde? Al mirarte me diluyo en el más insignificante sopor de los silencios y me convierto en aire, en substancia que - aun así – te ama.

Al amar nos convertimos en víctimas del tiempo. Nos duele el amor que es tiempo y lágrimas, pero también pétalos dulces.

Amar es un estado de ánimo dolorosamente suave.

Amo este puerto porque no sé estar sin él. Lo extraño por su fealdad y su arrogancia de bateles crepusculares.

Amo esta ciudad porque en ella están mis mejores recuerdos, porque aquí te conocí cuando llegaste de Álamo con olor a naranja y las manos llenas de palomas inteligentes.

Tampico es un amor que te agota, te desilusiona y, pasado un tiempo, te vuelve a fascinar.

Tampico es el cuento que ya nos sabemos y que, al querer contarlo, le agregamos nuevas líneas, nuevas historias.

Cuando te abrazo me siento nuevo. No tengo los pies derruidos por la edad, y en los labios me crecen sílabas con tus besos.

Cuando dices mi nombre exploto, me difumino en una dulzura que me avergüenza. De tus labios salen palomas tiernas que aletean entre las sílabas de mi nombre. ¿Qué hago, mi alta, mi grandota, sino abrazarte y llorar y decirte que soy feliz porque ya no sigo muerto? ¿Qué hago, pararme frente a la playa Miramar y mentarle la madre al horizonte como cuando no te conocía y solo iba allí a rabiar?

Y dime ahora, ¿cómo podría olvidarme de ti? Es pedirle un segundo más a la existencia que tenemos marcada. Día con día me hundo en tu mundo. Expansiva, breve, total, incompleta, vienes a mí con tus pechos de ámbar y yo no tengo más que ofrecerme a ti – prehispánico, orgánico- con mis alas rotas y los remos de mi batel gastados.

Lejos de ti no sirvo, no funciono. La montaña me mata. El mar, como tú, me oxigena.

Tampico tiene el color de la miel cuando te beso.

Tampico me estorba si no te veo.

No hay sabiduría en el amor, solo palabras tatuadas con llanto, piel y canto.

Me pierdo en las calles del puerto si no estás conmigo.

Todos los días de mis días, todos pienso en ti. Eres esa segunda piel que nos sale por dentro cuando amamos.

El puente Tampico desde la Laguna del Carpintero es una línea de acero, una ceja en el rostro del horizonte y, si te tengo tomada de mi mano, es un amoroso infinito.

La Plaza de Armas conoce tus pies. La esquina, frente al Palacio Municipal, es un aleph donde los recuerdos pasan volando como pañuelos de azúcar.

No hay sombras, ni soledades de fuego, ni aroma de iras cuando te abrazo, solo yo con la poderosa brevedad que me otorga al amor.

Si no estás conmigo me gusta porque haces tus cosas, resuelves tus asuntos y te llenas del vacío sin mí.

Dos que se aman deben caber en la distancia. Cuando te abrazo a Tampico también lo abrazo

Decir mujer en el arte, es decir, origen carnal, Delfos de la belleza, amanecer de los sentidos y la vida. Desnudar la luz es el acto primigenio de la belleza. Una mujer desnuda tiene la piel tatuada de luz, una luz que no interroga sino que se somete al imperio de ella.

Al tomar una fotografía estamos ante un acto artístico, puesto que removemos nuestra parte sensible y al hacerlo es el espíritu humano quien le concede a la fotografía (como obra) el rango de creación estética.

Pero, ¿qué hace a una obra de arte: el hombre o es la naturaleza en sí misma ya una obra de arte? Aún más, si la acción filosófica es meramente del raciocinio, ¿no hay belleza en la naturaleza, sino hasta que le sea conferida por el hombre?

Se crea con lo que se vive, se ve, se siente; con lo que nos duele y nos alegra. Se crea porque nos molesta el hecho de ser mortales y es, precisamente, la creación artística una de las respuestas que tenemos para trascender

La labor de todo artista genuino es la de traducir en códigos de la estética los contornos vitales del hombre con la intención genésica de la penetración ontológica. La música, el movimiento, las palabras se diluyen en una sinfonía depurada de ritmos y sonoridades auditivas y visuales. El arte es la domesticación del instante, sí, pero también de la naturaleza.

Si nos ajustamos a líneas filosóficas, se podría apuntar que la creación verdadera mana de una búsqueda con conocimiento bajo una sujeción sistemática. De ser así, ¿qué lugar ocuparía el relámpago de la epifanía que azota al artista y que desde siempre se le ha llamado inspiración? De acuerdo, hay la monserga, aquella de que noventa y nueve por ciento es trabajo y el uno por ciento lo otorga la musa. Solo que estaríamos metiendo en un mismo saco a la ciencia y al arte cuando debemos estar conscientes que la diferencia entre ambas es que la primera no elabora materialmente sus leyes, en cambio, el arte sí.

La obra de arte debe justificarse en términos espirituales y mantener un principio de discontinuidad para poder permitir que exista la ruptura y, paradójicamente, la continuidad (lo que Octavio Paz denominaba la tradición).

Las mujeres en la antigüedad griega se bañaban en ambrosía y aceites olorosos; las mujeres desnudas en una fotografía se bañan en eternos instantes de luz, porque eso es la fotografía: la luminosa eternidad de un instante que dialoga con el ojo del espectador y nos adentra a un laberinto de luz donde nuestro ojo, cuál moderno Teseo guiado por el hilo de Ariadna, nos lleva hacia el centro no para mostrarnos minotauros sino algo esencial y perenne: la mujer, la luz de este mundo…

Cuando te abrazo el alba estalla en mi sangre, Tampico deja de ser una fábula ensangrentada y la colonia Campbell es el territorio más despiadado de mi nostalgia.

¿Qué hay, maga, en tus ojos bañados por la luz del Chairel de las seis de la tarde? Al mirarte me diluyo en el más insignificante sopor de los silencios y me convierto en aire, en substancia que - aun así – te ama.

Al amar nos convertimos en víctimas del tiempo. Nos duele el amor que es tiempo y lágrimas, pero también pétalos dulces.

Amar es un estado de ánimo dolorosamente suave.

Amo este puerto porque no sé estar sin él. Lo extraño por su fealdad y su arrogancia de bateles crepusculares.

Amo esta ciudad porque en ella están mis mejores recuerdos, porque aquí te conocí cuando llegaste de Álamo con olor a naranja y las manos llenas de palomas inteligentes.

Tampico es un amor que te agota, te desilusiona y, pasado un tiempo, te vuelve a fascinar.

Tampico es el cuento que ya nos sabemos y que, al querer contarlo, le agregamos nuevas líneas, nuevas historias.

Cuando te abrazo me siento nuevo. No tengo los pies derruidos por la edad, y en los labios me crecen sílabas con tus besos.

Cuando dices mi nombre exploto, me difumino en una dulzura que me avergüenza. De tus labios salen palomas tiernas que aletean entre las sílabas de mi nombre. ¿Qué hago, mi alta, mi grandota, sino abrazarte y llorar y decirte que soy feliz porque ya no sigo muerto? ¿Qué hago, pararme frente a la playa Miramar y mentarle la madre al horizonte como cuando no te conocía y solo iba allí a rabiar?

Y dime ahora, ¿cómo podría olvidarme de ti? Es pedirle un segundo más a la existencia que tenemos marcada. Día con día me hundo en tu mundo. Expansiva, breve, total, incompleta, vienes a mí con tus pechos de ámbar y yo no tengo más que ofrecerme a ti – prehispánico, orgánico- con mis alas rotas y los remos de mi batel gastados.

Lejos de ti no sirvo, no funciono. La montaña me mata. El mar, como tú, me oxigena.

Tampico tiene el color de la miel cuando te beso.

Tampico me estorba si no te veo.

No hay sabiduría en el amor, solo palabras tatuadas con llanto, piel y canto.

Me pierdo en las calles del puerto si no estás conmigo.

Todos los días de mis días, todos pienso en ti. Eres esa segunda piel que nos sale por dentro cuando amamos.

El puente Tampico desde la Laguna del Carpintero es una línea de acero, una ceja en el rostro del horizonte y, si te tengo tomada de mi mano, es un amoroso infinito.

La Plaza de Armas conoce tus pies. La esquina, frente al Palacio Municipal, es un aleph donde los recuerdos pasan volando como pañuelos de azúcar.

No hay sombras, ni soledades de fuego, ni aroma de iras cuando te abrazo, solo yo con la poderosa brevedad que me otorga al amor.

Si no estás conmigo me gusta porque haces tus cosas, resuelves tus asuntos y te llenas del vacío sin mí.

Dos que se aman deben caber en la distancia. Cuando te abrazo a Tampico también lo abrazo

Decir mujer en el arte, es decir, origen carnal, Delfos de la belleza, amanecer de los sentidos y la vida. Desnudar la luz es el acto primigenio de la belleza. Una mujer desnuda tiene la piel tatuada de luz, una luz que no interroga sino que se somete al imperio de ella.

Al tomar una fotografía estamos ante un acto artístico, puesto que removemos nuestra parte sensible y al hacerlo es el espíritu humano quien le concede a la fotografía (como obra) el rango de creación estética.

Pero, ¿qué hace a una obra de arte: el hombre o es la naturaleza en sí misma ya una obra de arte? Aún más, si la acción filosófica es meramente del raciocinio, ¿no hay belleza en la naturaleza, sino hasta que le sea conferida por el hombre?

Se crea con lo que se vive, se ve, se siente; con lo que nos duele y nos alegra. Se crea porque nos molesta el hecho de ser mortales y es, precisamente, la creación artística una de las respuestas que tenemos para trascender

La labor de todo artista genuino es la de traducir en códigos de la estética los contornos vitales del hombre con la intención genésica de la penetración ontológica. La música, el movimiento, las palabras se diluyen en una sinfonía depurada de ritmos y sonoridades auditivas y visuales. El arte es la domesticación del instante, sí, pero también de la naturaleza.

Si nos ajustamos a líneas filosóficas, se podría apuntar que la creación verdadera mana de una búsqueda con conocimiento bajo una sujeción sistemática. De ser así, ¿qué lugar ocuparía el relámpago de la epifanía que azota al artista y que desde siempre se le ha llamado inspiración? De acuerdo, hay la monserga, aquella de que noventa y nueve por ciento es trabajo y el uno por ciento lo otorga la musa. Solo que estaríamos metiendo en un mismo saco a la ciencia y al arte cuando debemos estar conscientes que la diferencia entre ambas es que la primera no elabora materialmente sus leyes, en cambio, el arte sí.

La obra de arte debe justificarse en términos espirituales y mantener un principio de discontinuidad para poder permitir que exista la ruptura y, paradójicamente, la continuidad (lo que Octavio Paz denominaba la tradición).

Las mujeres en la antigüedad griega se bañaban en ambrosía y aceites olorosos; las mujeres desnudas en una fotografía se bañan en eternos instantes de luz, porque eso es la fotografía: la luminosa eternidad de un instante que dialoga con el ojo del espectador y nos adentra a un laberinto de luz donde nuestro ojo, cuál moderno Teseo guiado por el hilo de Ariadna, nos lleva hacia el centro no para mostrarnos minotauros sino algo esencial y perenne: la mujer, la luz de este mundo…