/ miércoles 2 de diciembre de 2020

El cumpleaños del perro | Dejarte así…

Amo dejarte así, llena de sombras y sobredosis de mis espantos. Amo que me desees volver con las manos atadas a la brisa de Miramar y a los estertores del recuerdo del parque de la Isleta Pérez cuando, en agosto del 75, los Alijadores se coronaron campeones ante los Cafeteros de Córdoba.

Amo los duendes de tu carácter despojados de su fábula niña. (Aquí es el Paseo Bella Vista, aquí me dijiste que en mis ojos veías un cielo azul que presagiaba nublados tristes. A tantos años, amor, las calles del puerto tienen más baches y la nostalgia es una prostituta husmeando por muelles oxidados).

Cuando te abrazo abarco dolor y momentos agrios. Amo la valentía de tus lágrimas y el sin-sabor de tus cuitas. Yo estoy acostumbrado a oler la lluvia pútrida y a saber que cuando levanto los ojos también hay láminas mudas por techo atestiguando el paso de los días en una casa de madera de la calle Monterrey, en la colonia Campbell.

Amo caminar contigo por la calle Álvaro Obregón, por El Sol de Tampico, hasta llegar al centro. Me gusta oler Tampico porque sabe a como mi madre me lo introdujo en la memoria: a hastío y ganas de morir en este puerto donde el calor es más fuerte a las dos de la tarde.

Amo las historias (que aún deletrea mi recuerdo) de doña Esperanza sobre Pepito el terrestre, quien vivía a una cuadra de mi casa.

El tiempo es un manto que cubre y borra estatuas de la memoria.

Amo dejarte así, heroica y cobarde, saturada de horizontes dulces. Amo la fragancia de tu pelo: me sabe a El Chairel, en los veranos de los ochenta, cuando podías bañarte y remar, cuando el Club de Regatas Corona estaba prohibido para personas como nosotros.

¿Qué me queda, amor, después de mil batallas? No la retirada sino la constatación de Eros y el despilfarro impune de tiempo cuando no se ama.

Allá, arriba, vuelan pájaros y lamentos. A tu lado me salen alas del cuerpo y el albedrío. Podría decirse que estar a tu lado es un doblar de esquina continuamente. Siempre busco tu rostro en una nube, en un muro o en la portezuela, vamos, de un carro ruta Cascajal.

Amo dejarte así, con el cuerpo lleno de mis besos. ¿Sabes? Si al puerto llegan barcos de lejanos países, a mi alma llegas tú, poblada de juventud y de enfado y de ansias de vencer el miedo a ser tú.

Por eso, amo dejarte así porque de este modo, tú y Tampico, siguen golpeándome el pecho, como ola en las escolleras una y otra y otra vez…

Amo dejarte así, llena de sombras y sobredosis de mis espantos. Amo que me desees volver con las manos atadas a la brisa de Miramar y a los estertores del recuerdo del parque de la Isleta Pérez cuando, en agosto del 75, los Alijadores se coronaron campeones ante los Cafeteros de Córdoba.

Amo los duendes de tu carácter despojados de su fábula niña. (Aquí es el Paseo Bella Vista, aquí me dijiste que en mis ojos veías un cielo azul que presagiaba nublados tristes. A tantos años, amor, las calles del puerto tienen más baches y la nostalgia es una prostituta husmeando por muelles oxidados).

Cuando te abrazo abarco dolor y momentos agrios. Amo la valentía de tus lágrimas y el sin-sabor de tus cuitas. Yo estoy acostumbrado a oler la lluvia pútrida y a saber que cuando levanto los ojos también hay láminas mudas por techo atestiguando el paso de los días en una casa de madera de la calle Monterrey, en la colonia Campbell.

Amo caminar contigo por la calle Álvaro Obregón, por El Sol de Tampico, hasta llegar al centro. Me gusta oler Tampico porque sabe a como mi madre me lo introdujo en la memoria: a hastío y ganas de morir en este puerto donde el calor es más fuerte a las dos de la tarde.

Amo las historias (que aún deletrea mi recuerdo) de doña Esperanza sobre Pepito el terrestre, quien vivía a una cuadra de mi casa.

El tiempo es un manto que cubre y borra estatuas de la memoria.

Amo dejarte así, heroica y cobarde, saturada de horizontes dulces. Amo la fragancia de tu pelo: me sabe a El Chairel, en los veranos de los ochenta, cuando podías bañarte y remar, cuando el Club de Regatas Corona estaba prohibido para personas como nosotros.

¿Qué me queda, amor, después de mil batallas? No la retirada sino la constatación de Eros y el despilfarro impune de tiempo cuando no se ama.

Allá, arriba, vuelan pájaros y lamentos. A tu lado me salen alas del cuerpo y el albedrío. Podría decirse que estar a tu lado es un doblar de esquina continuamente. Siempre busco tu rostro en una nube, en un muro o en la portezuela, vamos, de un carro ruta Cascajal.

Amo dejarte así, con el cuerpo lleno de mis besos. ¿Sabes? Si al puerto llegan barcos de lejanos países, a mi alma llegas tú, poblada de juventud y de enfado y de ansias de vencer el miedo a ser tú.

Por eso, amo dejarte así porque de este modo, tú y Tampico, siguen golpeándome el pecho, como ola en las escolleras una y otra y otra vez…