/ lunes 22 de junio de 2020

El cumpleaños del perro | Don Alfonso Medrano

Me enteré de su muerte apenas hace unos días, mi hermana Úrsula me lo dijo por teléfono con tono triste. Y yo, don Alfonso, me trasladé en mi memoria a los primeros días en que lo vi.

Éramos niños mis hermanos y yo. La pelota la habíamos tirado hacia el patio de su casa. Compartíamos vecindad con apenas una endeble cerca de madera que nos separaba. Siempre he pensado que cuando los vecinos no imponen vallas es que existe buena relación entre ambos.

La pelota era amarilla, con hexágonos negros, en imitación a un balón de fútbol. Y apareció usted. No nos sorprendió porque mi mamá nos había dicho que usted era un hombre amable. Y así lo comprobamos: esbozó en su delgado rostro una sonrisa de niño ancestral que nos hizo entrar en confianza y nos dijo: “Tengan cuidado, no se les vaya a ponchar la pelota”.

Don Alfonso, a usted siempre lo recuerdo amable, sonriente y cuya delgadez fue parte de su presencia. Como conductor de ruta Cascajal, como amoroso padre de Alfonso, San Juana, Concha, Rocío y Susana y marido de doña Socorro, como trabajador de esto y aquello cuando era necesario. Bueno, hasta de dulcero, oficio que le enseñó su padre, de nombre Severino si no me equivoco y si lo hago le pido disculpas por ello.

Don Alfonso, lo recuerdo muchas tardes – con cigarro en mano siempre – platicando con mi mamá en la roída cerca de los patios. Sus ojitos se le achalaban con una dulzura que inspiraba confianza.

No sé qué más decirle, don Alfonso, sólo que con su muerte se va parte de la historia de nuestra querida calle Monterrey, de la colonia Campbell. En los Tamez, los Guerrero, los Mejía, los Solano se forjó la memoria de esa calle que es frontera entre El Cascajal y la Campbell.

Me duele su partida, don Alfonso, porque al igual que su esposa Socorro Cárdenas, siempre tuvieron para nosotros palomas blancas, palabras buenas, de vecinos verdaderos que desean que al de al lado le vaya bien.

Usted ahora está con su amada Socorro, su verdad más honda. Mi mamá nos contó su vida de niño y de joven, junto a sus padres. Nos contó cómo conoció a su esposa y otros pormenores de su vida. Y todo eso se llama historia.

Tampico está lleno de historias de familias que le dieron rostro al puerto. Mi colonia – sí, mi colonia amada – Campbell tiene el rostro de nuestra infancia, de nuestros años dolorosamente primeros. Los Medrano Cárdenas son pioneros de una parte de nuestro Tampico Hermoso, Hermoso, Hermoso…

Me enteré de su muerte apenas hace unos días, mi hermana Úrsula me lo dijo por teléfono con tono triste. Y yo, don Alfonso, me trasladé en mi memoria a los primeros días en que lo vi.

Éramos niños mis hermanos y yo. La pelota la habíamos tirado hacia el patio de su casa. Compartíamos vecindad con apenas una endeble cerca de madera que nos separaba. Siempre he pensado que cuando los vecinos no imponen vallas es que existe buena relación entre ambos.

La pelota era amarilla, con hexágonos negros, en imitación a un balón de fútbol. Y apareció usted. No nos sorprendió porque mi mamá nos había dicho que usted era un hombre amable. Y así lo comprobamos: esbozó en su delgado rostro una sonrisa de niño ancestral que nos hizo entrar en confianza y nos dijo: “Tengan cuidado, no se les vaya a ponchar la pelota”.

Don Alfonso, a usted siempre lo recuerdo amable, sonriente y cuya delgadez fue parte de su presencia. Como conductor de ruta Cascajal, como amoroso padre de Alfonso, San Juana, Concha, Rocío y Susana y marido de doña Socorro, como trabajador de esto y aquello cuando era necesario. Bueno, hasta de dulcero, oficio que le enseñó su padre, de nombre Severino si no me equivoco y si lo hago le pido disculpas por ello.

Don Alfonso, lo recuerdo muchas tardes – con cigarro en mano siempre – platicando con mi mamá en la roída cerca de los patios. Sus ojitos se le achalaban con una dulzura que inspiraba confianza.

No sé qué más decirle, don Alfonso, sólo que con su muerte se va parte de la historia de nuestra querida calle Monterrey, de la colonia Campbell. En los Tamez, los Guerrero, los Mejía, los Solano se forjó la memoria de esa calle que es frontera entre El Cascajal y la Campbell.

Me duele su partida, don Alfonso, porque al igual que su esposa Socorro Cárdenas, siempre tuvieron para nosotros palomas blancas, palabras buenas, de vecinos verdaderos que desean que al de al lado le vaya bien.

Usted ahora está con su amada Socorro, su verdad más honda. Mi mamá nos contó su vida de niño y de joven, junto a sus padres. Nos contó cómo conoció a su esposa y otros pormenores de su vida. Y todo eso se llama historia.

Tampico está lleno de historias de familias que le dieron rostro al puerto. Mi colonia – sí, mi colonia amada – Campbell tiene el rostro de nuestra infancia, de nuestros años dolorosamente primeros. Los Medrano Cárdenas son pioneros de una parte de nuestro Tampico Hermoso, Hermoso, Hermoso…