/ domingo 5 de noviembre de 2023

El cumpleaños del perro | Dos filmes del cineasta más lento del mundo: Jim Jarmusch

El saber que Jim Jarmusch, Ohio/1953 sigue filmando es un enorme regocijo para los innumerables devotos de su cine. De hecho, su más reciente trabajo/ 2019, una historia sobre zombies, incluso compitió en el Festival de Cannes, Francia por la Palma de Oro.

Su filme- debut,Vacaciones permanentes/ 1980, insufló al cine independiente de una mirada renovada, honesta que le otorgó al sistema de filmación (con crew reducido, formatos primitivas/ 16 mm, presupuestos casi inexistentes) nuevos bríos.

Realizada con el poderío de sus 27 años, Vacaciones permanentes es la película de un joven estudiante de cine en Nueva York que destina el dinero obtenido por una beca (que cubriría su colegiatura) para producir el que sería su trabajo de titulación. La historia es casi leyenda para los seguidores de este cineasta de culto: la escuela lo corrió y, años después hasta que fue famoso, le mandó el mentado diploma, asunto que de manera elegante Jarmusch aceptó. En Vacaciones Permanentes está todo Jarmusch.

La parsimonia de su narración, el desmenuzamiento de los personajes con la paciencia del cirujano que extrae sus miserias internas más evidentes. Y debido al ritmo lento, desmenuzado en largos “tiempos muertos”, fue catalogado como el cineasta más lento del mundo.

En su ópera prima, Jarmusch cuenta que el joven Allie/ Chris Parker es una especie de moderno "nini", si cabe el término, que mantiene una relación con una chica al borde del hastío. Su madre, loca, internada en un hospital, le manifiesta que oye ruidos de bombardeos (que el propio Allie también escucha).

La vida de Allie (fanático del célebre Charlie Parker) es un viaje hacia la nada en medio de la Manhattan absorbente, sólo que de la mano de Jarmusch se convierte en una especie de microcosmos inhabitable, minimalista, con callejones mugrientos y personajes en los límites de la locura literal. (Bien apunta Haruki Murakabi: “En este condenado mundo, no hay paraje más extraño que una ciudad.”)

Jarmusch aprovecha la textura visual del 16 mm para desmenuzar esta historia sin aparente guion donde la atmósfera, el azar con tufos bastados y la rémora de un capitalismo excluyente arman un mosaico de ruina moral donde Allie es un duende nihilista que (sobre) vive sin rumbo, de allí que la secuencia donde baila un jazz es soberbia y definitoria.

Para Jarmusch la esperanza recae en las contradicciones y en las digresiones del destino. Los personajes de Vacaciones Permanentes (especialmente el hombre que le narra a Allie en un cine la anécdota del efecto doppler mientras oímos la música que no corresponde al filme que se está exhibiendo) se reconstruyen bajo la lógica inconexa de un cineasta que pareciera decirnos que el cine puede tal vez sea una moderna caja de Pandora.

Ahora, en Paterson/ EUA- Francia- Alemania- 2016, Jarmusch sube la apuesta en su narración intimista, desgranada – mediante tiempos muertos magistrales – en un poema visual. Un poema es materia universal/personal de sentimientos perpetuados en versos que forman la cartografía del autor. Mediante el poema se realiza una acción dual: registro de su ADN emocional y la radiografía de su entorno.

Paterson/ Adam Driver es un ordinario chofer de autobús en la ciudad de Paterson, Nueva York, bajo la sombra evidente, tangencial e imprescindible del poema Paterson, de William Carlos Williams, para integrar el filme Paterson.

Jim Jarmusch plantea un filme reposado, reiterativo en una estética contemplativa donde las acciones no pasan: se transmutan en un tiempo interior que explaya un macrocosmos cotidiano en donde soñar con tener gemelos, exaltar una cajita de fósforos, sacar a pasear al perro pug o beber el tarro de una cerveza es más que un acto un ritual que se ejecuta con versos sobre impresos en los parques, los rostros, las cascadas, la amada, las calles de un universo que le da cabida a un festín de solitarios.

No es el registro de dos fracasados, Paterson y su pareja Laura/ Golshifteh Farahani. Es más bien la bitácora de dos almas que se diluyen en el paroxismo- delirio de una cotidianidad asfixiante que, sólo mediante la poesía, es acaso menos insoportable.

Jarmush convierte el territorio de Paterson en una especie de Aviñón afectiva donde Paterson es un moderno Petrarca que vive para su Laura de Noves; y le canta, no con la lira sino con los pedazos hurtados a la rutina de su labor de conductor.

A diferencia de Travis Bickle, el vigía nocturno de Nueva York en Taxi Driver/ 1976, Paterson es un errante diurno de la ciudad que la canta y la trasciende en versos arrancados en horas, incluso, del lunch.

Jarmusch narra la vida de este poeta obrero a lo largo de siete días o capítulos envolventes en un ritmo de acciones desmenuzadas en lo ordinario, donde las repeticiones de la mismas llegan al extremo del minimalismo acostumbrado en el cine del director de Más extraños que El Paraíso/ 1984.

Si en Ghost dog/ 1999, el sicario obedecía los preceptos de un viejo libro de samuráis, en Paterson el protagonista anota en su libreta no preceptos sino líneas orgánicas de su mundo adherido en un entorno más inquietante: la ciudad de donde es un servidor público, y que le proporciona material para sus poemas, que son un lánguido y bello blues convertido en carta de amor a Paterson y a William Carlos Williams…

El saber que Jim Jarmusch, Ohio/1953 sigue filmando es un enorme regocijo para los innumerables devotos de su cine. De hecho, su más reciente trabajo/ 2019, una historia sobre zombies, incluso compitió en el Festival de Cannes, Francia por la Palma de Oro.

Su filme- debut,Vacaciones permanentes/ 1980, insufló al cine independiente de una mirada renovada, honesta que le otorgó al sistema de filmación (con crew reducido, formatos primitivas/ 16 mm, presupuestos casi inexistentes) nuevos bríos.

Realizada con el poderío de sus 27 años, Vacaciones permanentes es la película de un joven estudiante de cine en Nueva York que destina el dinero obtenido por una beca (que cubriría su colegiatura) para producir el que sería su trabajo de titulación. La historia es casi leyenda para los seguidores de este cineasta de culto: la escuela lo corrió y, años después hasta que fue famoso, le mandó el mentado diploma, asunto que de manera elegante Jarmusch aceptó. En Vacaciones Permanentes está todo Jarmusch.

La parsimonia de su narración, el desmenuzamiento de los personajes con la paciencia del cirujano que extrae sus miserias internas más evidentes. Y debido al ritmo lento, desmenuzado en largos “tiempos muertos”, fue catalogado como el cineasta más lento del mundo.

En su ópera prima, Jarmusch cuenta que el joven Allie/ Chris Parker es una especie de moderno "nini", si cabe el término, que mantiene una relación con una chica al borde del hastío. Su madre, loca, internada en un hospital, le manifiesta que oye ruidos de bombardeos (que el propio Allie también escucha).

La vida de Allie (fanático del célebre Charlie Parker) es un viaje hacia la nada en medio de la Manhattan absorbente, sólo que de la mano de Jarmusch se convierte en una especie de microcosmos inhabitable, minimalista, con callejones mugrientos y personajes en los límites de la locura literal. (Bien apunta Haruki Murakabi: “En este condenado mundo, no hay paraje más extraño que una ciudad.”)

Jarmusch aprovecha la textura visual del 16 mm para desmenuzar esta historia sin aparente guion donde la atmósfera, el azar con tufos bastados y la rémora de un capitalismo excluyente arman un mosaico de ruina moral donde Allie es un duende nihilista que (sobre) vive sin rumbo, de allí que la secuencia donde baila un jazz es soberbia y definitoria.

Para Jarmusch la esperanza recae en las contradicciones y en las digresiones del destino. Los personajes de Vacaciones Permanentes (especialmente el hombre que le narra a Allie en un cine la anécdota del efecto doppler mientras oímos la música que no corresponde al filme que se está exhibiendo) se reconstruyen bajo la lógica inconexa de un cineasta que pareciera decirnos que el cine puede tal vez sea una moderna caja de Pandora.

Ahora, en Paterson/ EUA- Francia- Alemania- 2016, Jarmusch sube la apuesta en su narración intimista, desgranada – mediante tiempos muertos magistrales – en un poema visual. Un poema es materia universal/personal de sentimientos perpetuados en versos que forman la cartografía del autor. Mediante el poema se realiza una acción dual: registro de su ADN emocional y la radiografía de su entorno.

Paterson/ Adam Driver es un ordinario chofer de autobús en la ciudad de Paterson, Nueva York, bajo la sombra evidente, tangencial e imprescindible del poema Paterson, de William Carlos Williams, para integrar el filme Paterson.

Jim Jarmusch plantea un filme reposado, reiterativo en una estética contemplativa donde las acciones no pasan: se transmutan en un tiempo interior que explaya un macrocosmos cotidiano en donde soñar con tener gemelos, exaltar una cajita de fósforos, sacar a pasear al perro pug o beber el tarro de una cerveza es más que un acto un ritual que se ejecuta con versos sobre impresos en los parques, los rostros, las cascadas, la amada, las calles de un universo que le da cabida a un festín de solitarios.

No es el registro de dos fracasados, Paterson y su pareja Laura/ Golshifteh Farahani. Es más bien la bitácora de dos almas que se diluyen en el paroxismo- delirio de una cotidianidad asfixiante que, sólo mediante la poesía, es acaso menos insoportable.

Jarmush convierte el territorio de Paterson en una especie de Aviñón afectiva donde Paterson es un moderno Petrarca que vive para su Laura de Noves; y le canta, no con la lira sino con los pedazos hurtados a la rutina de su labor de conductor.

A diferencia de Travis Bickle, el vigía nocturno de Nueva York en Taxi Driver/ 1976, Paterson es un errante diurno de la ciudad que la canta y la trasciende en versos arrancados en horas, incluso, del lunch.

Jarmusch narra la vida de este poeta obrero a lo largo de siete días o capítulos envolventes en un ritmo de acciones desmenuzadas en lo ordinario, donde las repeticiones de la mismas llegan al extremo del minimalismo acostumbrado en el cine del director de Más extraños que El Paraíso/ 1984.

Si en Ghost dog/ 1999, el sicario obedecía los preceptos de un viejo libro de samuráis, en Paterson el protagonista anota en su libreta no preceptos sino líneas orgánicas de su mundo adherido en un entorno más inquietante: la ciudad de donde es un servidor público, y que le proporciona material para sus poemas, que son un lánguido y bello blues convertido en carta de amor a Paterson y a William Carlos Williams…