/ miércoles 4 de noviembre de 2020

El cumpleaños del perro | El arte de la separación

Estar lejos es no pertenecer del todo a lugar alguno. Siempre queda el hálito de un resquebrajamiento, de una desunión genésica. Es como romperse en fragmentos - autónomos, prístinos- pero sin orillas, acaso con la idea de que lo instantáneo es denso, vacuo.

¿En dónde poner la vista cuando se está lejos? En el recuerdo, en el regazo de la memoria la cual, como madre repentina, nos consuela con imágenes de infancia o de juventud. “La vereda perdida”, diría Rafael Alberti.

Separarse significa aprender otro idioma para el alma, trasladar los colores de los arcoíris interiores a espacios abultados por la nostalgia. ¿Se existe en la bruma de la recordación?

Yo sigo viendo a mi calle Monterrey, en los bajos del Paseo Bella Vista, en la colonia Campbell, como un hades donde gesté ambiciones, donde urdí con el lenguaje de mis breves años un silogismo de fantasía donde cabían piratas, héroes del futbol y del beisbol, así como doña Esperanza con su fabulosa historia de la hermana que dejó de ver seis décadas atrás.

No me he separado de Tampico nunca. El cordón umbilical de la memoria me nutre (¿será justo este verbo?) con lo que fui a sortear ciertos hoyos de la realidad. Aún me parece estar conectado a mis compañeros de la escuela primaria "Felipe de la Garza": Rubén, Carlos, Mireya, Dora; y a los de la secundaria "Francisco Nicodemo": Rosa Elena Vázquez, Adriana Ávila, Ernesto Rivas, Ana Laura Girón, Carmen Ruiz, Gerardo Mellado, Sandra Sotomayor, Arcelia Ramírez, Roberto Villela, Sergio Méndez.

Separarse conlleva un dilema de exterminio, pero yo no lo he llevado a cabo. ¿Qué se aniquila con la distancia? El pasado. El pasado es un guardián mudo que nos dice sin hablarnos, que nos pone enfrente momentos que creíamos perdidos.

Separarse es un arte cuando se es feliz. Yo no lo soy, no creo haberlo sido jamás. Entonces, ¿a qué sigo unido? Cornelio Cayo Tácito señala en “De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania”: “Yo soy de la opinión de los que entienden que los germanos nunca se juntaron en casamientos con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse a sí mismos”. Así me he sentido todos estos años fuera de Tampico: no me he podido juntar en casamiento con los sitios donde he estado. Algo me sigue uniendo a Tampico. ¿Qué es? No lo sé. Solo puedo decir que al cerrar los ojos, Tampico se me presenta pleno, llamándome, abriéndome sus brazos de salitre para ofrecerme el más cálido –literalmente- de los mimos…

Estar lejos es no pertenecer del todo a lugar alguno. Siempre queda el hálito de un resquebrajamiento, de una desunión genésica. Es como romperse en fragmentos - autónomos, prístinos- pero sin orillas, acaso con la idea de que lo instantáneo es denso, vacuo.

¿En dónde poner la vista cuando se está lejos? En el recuerdo, en el regazo de la memoria la cual, como madre repentina, nos consuela con imágenes de infancia o de juventud. “La vereda perdida”, diría Rafael Alberti.

Separarse significa aprender otro idioma para el alma, trasladar los colores de los arcoíris interiores a espacios abultados por la nostalgia. ¿Se existe en la bruma de la recordación?

Yo sigo viendo a mi calle Monterrey, en los bajos del Paseo Bella Vista, en la colonia Campbell, como un hades donde gesté ambiciones, donde urdí con el lenguaje de mis breves años un silogismo de fantasía donde cabían piratas, héroes del futbol y del beisbol, así como doña Esperanza con su fabulosa historia de la hermana que dejó de ver seis décadas atrás.

No me he separado de Tampico nunca. El cordón umbilical de la memoria me nutre (¿será justo este verbo?) con lo que fui a sortear ciertos hoyos de la realidad. Aún me parece estar conectado a mis compañeros de la escuela primaria "Felipe de la Garza": Rubén, Carlos, Mireya, Dora; y a los de la secundaria "Francisco Nicodemo": Rosa Elena Vázquez, Adriana Ávila, Ernesto Rivas, Ana Laura Girón, Carmen Ruiz, Gerardo Mellado, Sandra Sotomayor, Arcelia Ramírez, Roberto Villela, Sergio Méndez.

Separarse conlleva un dilema de exterminio, pero yo no lo he llevado a cabo. ¿Qué se aniquila con la distancia? El pasado. El pasado es un guardián mudo que nos dice sin hablarnos, que nos pone enfrente momentos que creíamos perdidos.

Separarse es un arte cuando se es feliz. Yo no lo soy, no creo haberlo sido jamás. Entonces, ¿a qué sigo unido? Cornelio Cayo Tácito señala en “De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania”: “Yo soy de la opinión de los que entienden que los germanos nunca se juntaron en casamientos con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse a sí mismos”. Así me he sentido todos estos años fuera de Tampico: no me he podido juntar en casamiento con los sitios donde he estado. Algo me sigue uniendo a Tampico. ¿Qué es? No lo sé. Solo puedo decir que al cerrar los ojos, Tampico se me presenta pleno, llamándome, abriéndome sus brazos de salitre para ofrecerme el más cálido –literalmente- de los mimos…