/ domingo 1 de agosto de 2021

El cumpleaños del perro | El arte de la separación

Estar lejos es no pertenecer del todo a lugar alguno. Siempre queda el hálito de un resquebrajamiento, de una desunión genésica. Es como romperse en fragmentos - autónomos, prístinos- pero sin orillas, acaso con la idea de que lo instantáneo es denso, vacuo.

¿En dónde poner la vista cuando se está lejos? En el recuerdo, en el regazo de la memoria la cual, como madre repentina, nos consuela con imágenes de infancia o de juventud. “La vereda perdida”, diría Rafael Alberti.

Separarse significa aprender otro idioma para el alma, trasladar los colores de los arco iris interiores a espacios abultados por la nostalgia. ¿Se existe en la bruma de la recordación?

Yo sigo viendo a mi calle Monterrey, en los bajos del Paseo Bella Vista, en la colonia Campbell, como un hades donde gesté ambiciones, donde urdí con el lenguaje de mis breves años un silogismo de fantasía donde cabían piratas, héroes del futbol y del beisbol, así como doña Esperanza con su fabulosa historia de la hermana que dejó de ver seis décadas atrás.

No me he separado de Tampico nunca. El cordón umbilical de la memoria me nutre (¿será justo este verbo?) con lo que fui a sortear ciertos hoyos de la realidad. Aún me parece estar conectado a mis compañeros de la escuela primaria Felipe de la Garza: Rubén, Carlos, Mireya, Dora; y a los de la secundaria Francisco Nicodemo: Rosa Elena Vázquez, Adriana Ávila, Ernesto Rivas, Ana Laura Girón, Carmen Ruiz, Gerardo Mellado, Sandra Sotomayor, Arcelia Ramírez, Roberto Villela, Sergio Méndez.

Separarse conlleva un dilema de exterminio, pero yo no lo he llevado al cabo. ¿Qué se aniquila con la distancia? El pasado. El pasado es un guardián mudo que nos dice sin hablarnos, que nos pone enfrente momentos que creíamos perdidos.

Separarse es un arte cuando se es feliz. Yo no lo soy, no creo haberlo sido jamás. Entonces, ¿a qué sigo unido? Cornelio Cayo Tácito señala en “De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania”: “Yo soy de la opinión de los que entienden que los Germanos nunca se juntaron en casamientos con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse a sí mismos.” Así me he sentido todos estos años fuera de Tampico: no me he podido “juntar en casamiento” con los sitios donde he estado. Algo me sigue uniendo a Tampico. ¿Qué es? No lo sé. Solo puedo decir que al cerrar los ojos, Tampico se me presenta pleno, llamándome, abriéndome sus brazos de salitre para ofrecerme el más cálido –literalmente- de los mimos…

Escribe Henry James en su Cuaderno de Notas el 26 de diciembre de 1893: “En esta tarde silenciosa, en un Londres desierto tras la Navidad, he estado sentado a la lumbre intentando coger la punta de una idea, de un “tema”. Vagas, evanescente formas de concepciones imperfectas parecen rozarle a uno la cara con un velo de inspiración, un aleteo de alas impalpables. El espíritu prudente toma nota puntual de lo que puede ser menos indefinido – de cualquier cosa que acceda a una relativa concreción. ¿Hay materia para un cuento, hay materia para una obra en algo que podría ser más o menos como sigue? Lo que estoy persiguiendo es la obra, pero de todos modos bien vale la pena, asimismo, la otra posibilidad.”

¿Qué obra vamos construyendo al escribir todos los días la vida misma? Octavio Paz apuntaba en un verso que “… en este mismo instante alguien me deletrea”.

Siempre las festividades nos traen noches y días cargados de nostalgias, de asuntos inconclusos acaso irrecuperables. ¿Dónde tenemos puesta el alma cuando el recuerdo toca a nuestra puerta?

El recuerdo es un vuelo que realiza el corazón con un aleteo de impalpables alas.

En mi colonia, la Campbell, hice una parte de mi vida y, de este modo, a Tampico lo bebí. ¿Dónde están los años que he vivido en Tampico? ¿Bajo qué cielo aún corre y juega el niño que fui?

Tampico, te extraño porque a la vez te odio. Se odia lo que se ama. Tú no te has ido de mí porque tu olor a huasteca, a salitre sempiterno los traigo en mi mente y en mi cuerpo desde siempre. Eres mi amor a todas horas porque todas horas te pienso, te siento y te padezco con la áspera ternura que da la distancia.

Mi madre me decía que de joven nunca pensó en la vejez. Y cuando ya estaba en sus setenta años, le daba risa los que creen que la vida es para siempre.

Como “vagas, evanescente formas” veo a las personas que he conocido en mi vida. Estamos formados, también, por los muertos que nos acompañan.

Todos tenemos una Ítaca particular a cual llegar. Tarde o temprano el camino es corto o es largo, pero sin retorno. En unos versos José Santos Chocano dice: “Hace ya diez años/ que recorro el mundo./ ¡He vivido tan poco!/ ¡Me he cansado mucho!”

Tampico, eres mi cansado viaje, mi distante amor. Y estás tan dentro de mí como una oración de perpetuas, impalpables alas…

Estar lejos es no pertenecer del todo a lugar alguno. Siempre queda el hálito de un resquebrajamiento, de una desunión genésica. Es como romperse en fragmentos - autónomos, prístinos- pero sin orillas, acaso con la idea de que lo instantáneo es denso, vacuo.

¿En dónde poner la vista cuando se está lejos? En el recuerdo, en el regazo de la memoria la cual, como madre repentina, nos consuela con imágenes de infancia o de juventud. “La vereda perdida”, diría Rafael Alberti.

Separarse significa aprender otro idioma para el alma, trasladar los colores de los arco iris interiores a espacios abultados por la nostalgia. ¿Se existe en la bruma de la recordación?

Yo sigo viendo a mi calle Monterrey, en los bajos del Paseo Bella Vista, en la colonia Campbell, como un hades donde gesté ambiciones, donde urdí con el lenguaje de mis breves años un silogismo de fantasía donde cabían piratas, héroes del futbol y del beisbol, así como doña Esperanza con su fabulosa historia de la hermana que dejó de ver seis décadas atrás.

No me he separado de Tampico nunca. El cordón umbilical de la memoria me nutre (¿será justo este verbo?) con lo que fui a sortear ciertos hoyos de la realidad. Aún me parece estar conectado a mis compañeros de la escuela primaria Felipe de la Garza: Rubén, Carlos, Mireya, Dora; y a los de la secundaria Francisco Nicodemo: Rosa Elena Vázquez, Adriana Ávila, Ernesto Rivas, Ana Laura Girón, Carmen Ruiz, Gerardo Mellado, Sandra Sotomayor, Arcelia Ramírez, Roberto Villela, Sergio Méndez.

Separarse conlleva un dilema de exterminio, pero yo no lo he llevado al cabo. ¿Qué se aniquila con la distancia? El pasado. El pasado es un guardián mudo que nos dice sin hablarnos, que nos pone enfrente momentos que creíamos perdidos.

Separarse es un arte cuando se es feliz. Yo no lo soy, no creo haberlo sido jamás. Entonces, ¿a qué sigo unido? Cornelio Cayo Tácito señala en “De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania”: “Yo soy de la opinión de los que entienden que los Germanos nunca se juntaron en casamientos con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse a sí mismos.” Así me he sentido todos estos años fuera de Tampico: no me he podido “juntar en casamiento” con los sitios donde he estado. Algo me sigue uniendo a Tampico. ¿Qué es? No lo sé. Solo puedo decir que al cerrar los ojos, Tampico se me presenta pleno, llamándome, abriéndome sus brazos de salitre para ofrecerme el más cálido –literalmente- de los mimos…

Escribe Henry James en su Cuaderno de Notas el 26 de diciembre de 1893: “En esta tarde silenciosa, en un Londres desierto tras la Navidad, he estado sentado a la lumbre intentando coger la punta de una idea, de un “tema”. Vagas, evanescente formas de concepciones imperfectas parecen rozarle a uno la cara con un velo de inspiración, un aleteo de alas impalpables. El espíritu prudente toma nota puntual de lo que puede ser menos indefinido – de cualquier cosa que acceda a una relativa concreción. ¿Hay materia para un cuento, hay materia para una obra en algo que podría ser más o menos como sigue? Lo que estoy persiguiendo es la obra, pero de todos modos bien vale la pena, asimismo, la otra posibilidad.”

¿Qué obra vamos construyendo al escribir todos los días la vida misma? Octavio Paz apuntaba en un verso que “… en este mismo instante alguien me deletrea”.

Siempre las festividades nos traen noches y días cargados de nostalgias, de asuntos inconclusos acaso irrecuperables. ¿Dónde tenemos puesta el alma cuando el recuerdo toca a nuestra puerta?

El recuerdo es un vuelo que realiza el corazón con un aleteo de impalpables alas.

En mi colonia, la Campbell, hice una parte de mi vida y, de este modo, a Tampico lo bebí. ¿Dónde están los años que he vivido en Tampico? ¿Bajo qué cielo aún corre y juega el niño que fui?

Tampico, te extraño porque a la vez te odio. Se odia lo que se ama. Tú no te has ido de mí porque tu olor a huasteca, a salitre sempiterno los traigo en mi mente y en mi cuerpo desde siempre. Eres mi amor a todas horas porque todas horas te pienso, te siento y te padezco con la áspera ternura que da la distancia.

Mi madre me decía que de joven nunca pensó en la vejez. Y cuando ya estaba en sus setenta años, le daba risa los que creen que la vida es para siempre.

Como “vagas, evanescente formas” veo a las personas que he conocido en mi vida. Estamos formados, también, por los muertos que nos acompañan.

Todos tenemos una Ítaca particular a cual llegar. Tarde o temprano el camino es corto o es largo, pero sin retorno. En unos versos José Santos Chocano dice: “Hace ya diez años/ que recorro el mundo./ ¡He vivido tan poco!/ ¡Me he cansado mucho!”

Tampico, eres mi cansado viaje, mi distante amor. Y estás tan dentro de mí como una oración de perpetuas, impalpables alas…