/ miércoles 22 de septiembre de 2021

El cumpleaños del perro | El cine como memoria y olvido

El cine y la memoria son entes siameses puesto que comparten elementos en común: las imágenes y los sonidos, sustentáculo de sensaciones, de sentimientos que redundan en el recuerdo individual, a través de ciertos olores o sabores (cual magdalenas de Proust).

La memoria, como el cine, tiene como elemento primigenio el tiempo. ¿Cuál? El tiempo presente inmerso en la experiencia vivida en la visión del filme y que es transfigurado en recuerdo individual o en memoria colectiva debido al paso del “tiempo” real.

Regresar a determinadas imágenes puede sugerir también la idea de que éstas se alojan en el espectador como recuerdos muy personales. Estas imágenes se convierten entonces en historia de nuestros deseos y emociones, y es en este sentido que la memoria estrictamente personal se conjunta con la memoria cultural.

Las películas al persistir en nosotros, espectadores, nos trasladan a un pasado lejano, a uno cercano y tal vez a uno inmediato, es decir a un tiempo manipulado, pero también favorecen la reconstrucción de una memoria histórica del cine en “particular” y a una memoria personal y social en “general”.

El filme (al igual que un libro, como enunciaba Borges) es, en sí, un objeto específico al que hay que referenciar con otros fenómenos sociales y culturales, y por tanto, el análisis de su recepción debe vincularse con otras prácticas culturales económicas e institucionales.

Esto significó vincular las respuestas y diferentes lecturas que la audiencia tiene para y de un texto en un contexto donde se incluyeron el resto de los otros medios. Es decir, considerar al cine como una tecnología más dentro del conjunto de las otras tecnologías de comunicación (prensa, televisión, telecable, streaming), ya que éstas son a su vez reproductoras de discursos y representaciones que forman parte del capital cultural que cada sujeto social ha venido acumulando en su devenir (Arese, L. et al., 2018: 28).

Al vivir en un mundo dominado por nuevas tecnologías que a pasos vertiginosos han desdibujado los códigos mismos de cada medio, y por consiguiente, las audiencias se están también reconfigurando, por ello no es posible continuar hablando de una audiencia única de los medios audiovisuales, siendo obsoleto seguir hablando de “lenguajes únicos”.

Actualmente, los lenguajes del cine y la televisión se encuentran en un proceso de hibridación. O sea, que para poder analizar cómo se construye la memoria personal o colectiva visual, no podemos discutirla ni estudiarla sin contemplar la enorme influencia de los nuevos medios como vehículos de toda forma de memoria cultural. Memoria que, paradójicamente, nos recuerda a cada momento, lo vertiginoso del avance tecnológico.

Si nos apoyamos en el modelo de Klaus Bruhn Jensen, quien plantea que para el estudio de la recepción de los medios hay que ubicarlos en los siguientes enfoques: el estudio de los efectos de los medios (es decir, ¿qué hacen los medios con la audiencia?), el estudio de los usos y las gratificaciones (¿qué hace la audiencia con los medios? y ¿cómo la audiencia de un grupo social se apropia y usa el contenido de los mensajes?) y el criticismo literario o la estética de la reflexión (¿qué se produce en el contacto entre un lector y un texto?).

Esto, entre otras cosas, significa que el factor prioritario es el que ejerce la acción social y cultural de la audiencia para reactivar el significado mismo del texto (Jensen, 1997:111).

Arese (pág. 34) afirma que “la potencialidad del cine como constructor de memoria de procesos históricos que exceden nuestro tiempo debe considerarse como un fenómeno inherente a la audiencias del presente que, de una manera u otra, dictaminan dichos procesos”. Y eso se llama memoria…

El cine y la memoria son entes siameses puesto que comparten elementos en común: las imágenes y los sonidos, sustentáculo de sensaciones, de sentimientos que redundan en el recuerdo individual, a través de ciertos olores o sabores (cual magdalenas de Proust).

La memoria, como el cine, tiene como elemento primigenio el tiempo. ¿Cuál? El tiempo presente inmerso en la experiencia vivida en la visión del filme y que es transfigurado en recuerdo individual o en memoria colectiva debido al paso del “tiempo” real.

Regresar a determinadas imágenes puede sugerir también la idea de que éstas se alojan en el espectador como recuerdos muy personales. Estas imágenes se convierten entonces en historia de nuestros deseos y emociones, y es en este sentido que la memoria estrictamente personal se conjunta con la memoria cultural.

Las películas al persistir en nosotros, espectadores, nos trasladan a un pasado lejano, a uno cercano y tal vez a uno inmediato, es decir a un tiempo manipulado, pero también favorecen la reconstrucción de una memoria histórica del cine en “particular” y a una memoria personal y social en “general”.

El filme (al igual que un libro, como enunciaba Borges) es, en sí, un objeto específico al que hay que referenciar con otros fenómenos sociales y culturales, y por tanto, el análisis de su recepción debe vincularse con otras prácticas culturales económicas e institucionales.

Esto significó vincular las respuestas y diferentes lecturas que la audiencia tiene para y de un texto en un contexto donde se incluyeron el resto de los otros medios. Es decir, considerar al cine como una tecnología más dentro del conjunto de las otras tecnologías de comunicación (prensa, televisión, telecable, streaming), ya que éstas son a su vez reproductoras de discursos y representaciones que forman parte del capital cultural que cada sujeto social ha venido acumulando en su devenir (Arese, L. et al., 2018: 28).

Al vivir en un mundo dominado por nuevas tecnologías que a pasos vertiginosos han desdibujado los códigos mismos de cada medio, y por consiguiente, las audiencias se están también reconfigurando, por ello no es posible continuar hablando de una audiencia única de los medios audiovisuales, siendo obsoleto seguir hablando de “lenguajes únicos”.

Actualmente, los lenguajes del cine y la televisión se encuentran en un proceso de hibridación. O sea, que para poder analizar cómo se construye la memoria personal o colectiva visual, no podemos discutirla ni estudiarla sin contemplar la enorme influencia de los nuevos medios como vehículos de toda forma de memoria cultural. Memoria que, paradójicamente, nos recuerda a cada momento, lo vertiginoso del avance tecnológico.

Si nos apoyamos en el modelo de Klaus Bruhn Jensen, quien plantea que para el estudio de la recepción de los medios hay que ubicarlos en los siguientes enfoques: el estudio de los efectos de los medios (es decir, ¿qué hacen los medios con la audiencia?), el estudio de los usos y las gratificaciones (¿qué hace la audiencia con los medios? y ¿cómo la audiencia de un grupo social se apropia y usa el contenido de los mensajes?) y el criticismo literario o la estética de la reflexión (¿qué se produce en el contacto entre un lector y un texto?).

Esto, entre otras cosas, significa que el factor prioritario es el que ejerce la acción social y cultural de la audiencia para reactivar el significado mismo del texto (Jensen, 1997:111).

Arese (pág. 34) afirma que “la potencialidad del cine como constructor de memoria de procesos históricos que exceden nuestro tiempo debe considerarse como un fenómeno inherente a la audiencias del presente que, de una manera u otra, dictaminan dichos procesos”. Y eso se llama memoria…