/ domingo 12 de septiembre de 2021

El cumpleaños del perro | El cine como memoria y significado cultural

El cine y la memoria son entes siameses, puesto que comparten elementos en común: las imágenes y los sonidos, sustentáculo de sensaciones, de sentimientos que redundan en el recuerdo individual, a través de ciertos olores o sabores (cuáles magdalenas de Proust).

La memoria, como el cine, tiene como elemento primigenio el tiempo. ¿Cuál? El tiempo presente inmerso en la experiencia vivida en la visión del filme y que es trasfigurado en recuerdo individual o en memoria colectiva debido al paso del “tiempo” real.

Regresar a determinadas imágenes puede sugerir también la idea de que estas se alojan en el espectador como recuerdos muy personales. Estas imágenes se convierten entonces en historia de nuestros deseos y emociones, y es en este sentido que la memoria estrictamente personal se conjunta con la memoria cultural.

Las películas al persistir en nosotros, espectadores, nos trasladan a un pasado lejano, a uno cercano y tal vez a uno inmediato, es decir a un tiempo manipulado, pero también favorecen la reconstrucción de una memoria histórica del cine en particular y a una memoria personal y social en general.

El filme (al igual que un libro, como enunciaba Borges) es, en sí, un objeto específico al que hay que referenciar con otros fenómenos sociales y culturales, y por tanto, el análisis de su recepción debe vincularse con otras prácticas culturales económicas e institucionales. Esto significó vincular las respuestas y diferentes lecturas que la audiencia tiene para y de un texto en un contexto donde se incluyeron el resto de los otros medios. Es decir, considerar al cine como una tecnología más dentro del conjunto de las otras tecnologías de comunicación (prensa, televisión, streaming), ya que estas son a su vez reproductoras de discursos y representaciones que forman parte del capital cultural que cada sujeto social ha venido acumulando en su devenir (Arese, L. et al., 2018: 28).

Al vivir en un mundo dominado por nuevas tecnologías que a pasos vertiginosos han desdibujado los códigos mismos de cada medio, y por consiguiente, las audiencias se están también reconfigurando, por ello no es posible continuar hablando de una audiencia única de los medios audiovisuales, siendo obsoleto seguir hablando de lenguajes únicos. Actualmente, los lenguajes del cine y la televisión se encuentran en un proceso de hibridación. O sea, que para poder analizar cómo se construye la memoria personal o colectiva visual, no podemos discutirla ni estudiarla sin contemplar la enorme influencia de los nuevos medios como vehículos de toda forma de memoria cultural. Memoria que, paradójicamente, nos recuerda a cada momento, lo vertiginoso del avance tecnológico.

Si nos apoyamos en el modelo de Klaus Bruhn Jensen, quien plantea que para el estudio de la recepción de los medios hay que ubicarlos en los siguientes enfoques: el estudio de los efectos de los medios (es decir, ¿qué hacen los medios con la audiencia?), el estudio de los usos y las gratificaciones (¿qué hace la audiencia con los medios? y ¿cómo la audiencia de un grupo social se apropia y usa el contenido de los mensajes?) y el criticismo literario o la estética de la reflexión (¿qué se produce en el contacto entre un lector y un texto?). Esto, entre otras cosas, significa que el factor prioritario es el que ejerce la acción social y cultural de la audiencia para reactivar el significado mismo del texto (Jensen, 1997:111).

Arese (pág. 34) afirma que “la potencialidad del cine como constructor de memoria de procesos históricos que exceden nuestro tiempo debe considerarse como un fenómeno inherente a las audiencias del presente que, de una manera u otra, dictaminan dichos procesos”. Y eso se llama memoria.

Y mejor ejemplo de la conservación del cine como memoria la tenemos en los Estados Unidos mediante la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos que tiene el acervo más grande de libros, diarios, folletos, documentos y material audiovisual del mundo, y cada año escoge 25 obras fílmicas de todos los géneros que hayan sido significativas para la cultura de ese país, incluyéndolas en su Archivo Nacional Cinematográfico.

La condición no es que los filmes sean los mejores sino que hayan aportado algo importante a la cultura estadounidense. Uno de los requisitos es que cada obra seleccionada tenga al menos diez años de antigüedad.

La lista de películas escogidas en años recientes mantiene un tono ecléctico: “Bambi”, “El mariachi”, “Forrest Gump”, “El silencio de los inocentes”, llevándonos a pensar que tal acción de la Junta Nacional de Preservación Cinematográfica, adscrita a la Biblioteca del Congreso, tiene el prurito de conservar dicho material para las futuras generaciones.

Me llama la atención que de esas películas escogidas dos tengan que ver con la comunidad hispana: “El mariachi”, del mexico- estadounidense Robert Rodríguez, la cual está hablada totalmente en español, y “Con ganas de triunfar” (Stand and deliver)/ 1988, del cubano- estadounidense Ramón Menéndez.

“Con ganas de triunfar” es toda una joyita. Y es que la historia del profesor Jaime Escalante/ Edward James Olmos es llevada por Ramón Menéndez con mano sobria, sin los manierismos del cine pocho.

Los esfuerzos del profe Escalante en la secundaria donde enseña matemáticas, mayormente a alumnos de origen hispano, son representados con una rara mezcla de denuncia y mero cine de entretenimiento.

Alumnos que pertenecen incluso a chavos banda o que laboran como empleados menores (y que provienen de hogares disfuncionales) que, sin embargo, bajo la batuta de Escalante recobran no solo su estatus de estudiantes sino de dignidad humana.

El filme acude a una premisa simple: la reivindicación de una minoría no por compasión, más bien por sus empeños y ganas por salir adelante.

Ojalá en nuestro país los diputados o quien tenga el poder de hacerlo, considere de una vez por todas al cine como patrimonio cultural de México. El cine es memoria y es conocimiento, es el registro paralelo de la historia, es identidad, es la mirada del país y su gente a través de la imagen y la belleza. Porque no hay que olvidar que un filme realizado en nuestro país en 1950, “Los olvidados”/ Luis Buñuel, es Memoria del Mundo por la Unesco. Y eso, no es cosa menor…

El cine y la memoria son entes siameses, puesto que comparten elementos en común: las imágenes y los sonidos, sustentáculo de sensaciones, de sentimientos que redundan en el recuerdo individual, a través de ciertos olores o sabores (cuáles magdalenas de Proust).

La memoria, como el cine, tiene como elemento primigenio el tiempo. ¿Cuál? El tiempo presente inmerso en la experiencia vivida en la visión del filme y que es trasfigurado en recuerdo individual o en memoria colectiva debido al paso del “tiempo” real.

Regresar a determinadas imágenes puede sugerir también la idea de que estas se alojan en el espectador como recuerdos muy personales. Estas imágenes se convierten entonces en historia de nuestros deseos y emociones, y es en este sentido que la memoria estrictamente personal se conjunta con la memoria cultural.

Las películas al persistir en nosotros, espectadores, nos trasladan a un pasado lejano, a uno cercano y tal vez a uno inmediato, es decir a un tiempo manipulado, pero también favorecen la reconstrucción de una memoria histórica del cine en particular y a una memoria personal y social en general.

El filme (al igual que un libro, como enunciaba Borges) es, en sí, un objeto específico al que hay que referenciar con otros fenómenos sociales y culturales, y por tanto, el análisis de su recepción debe vincularse con otras prácticas culturales económicas e institucionales. Esto significó vincular las respuestas y diferentes lecturas que la audiencia tiene para y de un texto en un contexto donde se incluyeron el resto de los otros medios. Es decir, considerar al cine como una tecnología más dentro del conjunto de las otras tecnologías de comunicación (prensa, televisión, streaming), ya que estas son a su vez reproductoras de discursos y representaciones que forman parte del capital cultural que cada sujeto social ha venido acumulando en su devenir (Arese, L. et al., 2018: 28).

Al vivir en un mundo dominado por nuevas tecnologías que a pasos vertiginosos han desdibujado los códigos mismos de cada medio, y por consiguiente, las audiencias se están también reconfigurando, por ello no es posible continuar hablando de una audiencia única de los medios audiovisuales, siendo obsoleto seguir hablando de lenguajes únicos. Actualmente, los lenguajes del cine y la televisión se encuentran en un proceso de hibridación. O sea, que para poder analizar cómo se construye la memoria personal o colectiva visual, no podemos discutirla ni estudiarla sin contemplar la enorme influencia de los nuevos medios como vehículos de toda forma de memoria cultural. Memoria que, paradójicamente, nos recuerda a cada momento, lo vertiginoso del avance tecnológico.

Si nos apoyamos en el modelo de Klaus Bruhn Jensen, quien plantea que para el estudio de la recepción de los medios hay que ubicarlos en los siguientes enfoques: el estudio de los efectos de los medios (es decir, ¿qué hacen los medios con la audiencia?), el estudio de los usos y las gratificaciones (¿qué hace la audiencia con los medios? y ¿cómo la audiencia de un grupo social se apropia y usa el contenido de los mensajes?) y el criticismo literario o la estética de la reflexión (¿qué se produce en el contacto entre un lector y un texto?). Esto, entre otras cosas, significa que el factor prioritario es el que ejerce la acción social y cultural de la audiencia para reactivar el significado mismo del texto (Jensen, 1997:111).

Arese (pág. 34) afirma que “la potencialidad del cine como constructor de memoria de procesos históricos que exceden nuestro tiempo debe considerarse como un fenómeno inherente a las audiencias del presente que, de una manera u otra, dictaminan dichos procesos”. Y eso se llama memoria.

Y mejor ejemplo de la conservación del cine como memoria la tenemos en los Estados Unidos mediante la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos que tiene el acervo más grande de libros, diarios, folletos, documentos y material audiovisual del mundo, y cada año escoge 25 obras fílmicas de todos los géneros que hayan sido significativas para la cultura de ese país, incluyéndolas en su Archivo Nacional Cinematográfico.

La condición no es que los filmes sean los mejores sino que hayan aportado algo importante a la cultura estadounidense. Uno de los requisitos es que cada obra seleccionada tenga al menos diez años de antigüedad.

La lista de películas escogidas en años recientes mantiene un tono ecléctico: “Bambi”, “El mariachi”, “Forrest Gump”, “El silencio de los inocentes”, llevándonos a pensar que tal acción de la Junta Nacional de Preservación Cinematográfica, adscrita a la Biblioteca del Congreso, tiene el prurito de conservar dicho material para las futuras generaciones.

Me llama la atención que de esas películas escogidas dos tengan que ver con la comunidad hispana: “El mariachi”, del mexico- estadounidense Robert Rodríguez, la cual está hablada totalmente en español, y “Con ganas de triunfar” (Stand and deliver)/ 1988, del cubano- estadounidense Ramón Menéndez.

“Con ganas de triunfar” es toda una joyita. Y es que la historia del profesor Jaime Escalante/ Edward James Olmos es llevada por Ramón Menéndez con mano sobria, sin los manierismos del cine pocho.

Los esfuerzos del profe Escalante en la secundaria donde enseña matemáticas, mayormente a alumnos de origen hispano, son representados con una rara mezcla de denuncia y mero cine de entretenimiento.

Alumnos que pertenecen incluso a chavos banda o que laboran como empleados menores (y que provienen de hogares disfuncionales) que, sin embargo, bajo la batuta de Escalante recobran no solo su estatus de estudiantes sino de dignidad humana.

El filme acude a una premisa simple: la reivindicación de una minoría no por compasión, más bien por sus empeños y ganas por salir adelante.

Ojalá en nuestro país los diputados o quien tenga el poder de hacerlo, considere de una vez por todas al cine como patrimonio cultural de México. El cine es memoria y es conocimiento, es el registro paralelo de la historia, es identidad, es la mirada del país y su gente a través de la imagen y la belleza. Porque no hay que olvidar que un filme realizado en nuestro país en 1950, “Los olvidados”/ Luis Buñuel, es Memoria del Mundo por la Unesco. Y eso, no es cosa menor…