/ miércoles 12 de mayo de 2021

El cumpleaños del perro | El cine de Ricardo Benet

El veracruzano Ricardo Benet es un cineasta de sensaciones, de atmósferas y, contrario a Deleuze que consideró a las imágenes como signos, la mirada fílmica de Benet es de micro universos inestables, cuyas entidades emocionales siempre están emigrando.

Los personajes de Benet no son estables, su geografía es la angustia, y en ella hay una simbiosis: soledad y un dolor en polvo, en lentitud de asfixias.

Si en “Noticas lejanas” / 2005 la soledad es detritus social, precariedad de oportunidades, en “Nómadas” / 2013, hay una otra soledad que vomita excesos de vacíos.

Porque para Benet el cine, lo refleja en su narrativa visual, es una traducción de la realidad mediante la poesía. La imagen poética siempre operará en el atopos (en ninguna parte) de sus personajes, como en su corto “Road coffee”/ 2000 donde una mujer espera en el atopos la consumación de un tiempo deconstruido en la imaginación de un destino/ pasado.

Los personajes de Benet buscan una meta a priori rota, inválida de tiempo para vivir (en su corto “Fin de etapa” / 2001 un exastro del cine contrata a un joven cineasta para que filme su suicidio). Acaso algo parecido al amor puede construir un tiempo para coexistir, al menos, sin recordar que habitan una amargura, como Lucy Liu y Tenoch Huerta en “Nómadas” al plantear que hay que buscar un medio, un alto existencial. Ella le teme a las alturas; él, al subway. Pero es Nueva York, no es la tierra sin nadie, el atopos de marras, la aridez miserable de “Noticias lejanas” donde Martín/ David Aarón Estrada desaparece ante su si no miserabalista: es la tutoría de un cineasta que entiende que la soledad es un universo donde el tiempo es el demiurgo del azar, de los sueños y de las palabras que configuran destinos tristes, acaso entidades necesarias para entender al mundo, como la mujer que contrasta el tiempo empantanado que pasa viendo aviones despegar en el corto “En cualquier lugar”/ 2004 con la del hombre que no puede permanecer en un solo sitio.

Por ello, el cine de Benet no es de exilios, es de desplazados morales, cuya entalpía afectiva – el pasado – es un fuego pegajoso, de herrumbres sin edades. Porque, ¿qué edad si no la de la desesperanza tiene la madre de Martín en “Noticias lejanas”, ¿consumida por el fuego de la miseria y el abandono al borde una carretera en medio de la nada?

Benet plantea sus preocupaciones estéticas más hondas: personajes marginales en contextos asfixiantes que no solo los sofocan: los deletrean con un alfabeto de infierno y desolación bajo la premisa de Hemingway, el efecto iceberg: lo que no se ve es lo que esconde lo terrible.

El cine de Ricardo Benet es calladamente un aullido en el reposo de la cámara que registra personajes que, a la manera de Rulfo, son fantasmas en el sentido de presencias/ esencias...

El veracruzano Ricardo Benet es un cineasta de sensaciones, de atmósferas y, contrario a Deleuze que consideró a las imágenes como signos, la mirada fílmica de Benet es de micro universos inestables, cuyas entidades emocionales siempre están emigrando.

Los personajes de Benet no son estables, su geografía es la angustia, y en ella hay una simbiosis: soledad y un dolor en polvo, en lentitud de asfixias.

Si en “Noticas lejanas” / 2005 la soledad es detritus social, precariedad de oportunidades, en “Nómadas” / 2013, hay una otra soledad que vomita excesos de vacíos.

Porque para Benet el cine, lo refleja en su narrativa visual, es una traducción de la realidad mediante la poesía. La imagen poética siempre operará en el atopos (en ninguna parte) de sus personajes, como en su corto “Road coffee”/ 2000 donde una mujer espera en el atopos la consumación de un tiempo deconstruido en la imaginación de un destino/ pasado.

Los personajes de Benet buscan una meta a priori rota, inválida de tiempo para vivir (en su corto “Fin de etapa” / 2001 un exastro del cine contrata a un joven cineasta para que filme su suicidio). Acaso algo parecido al amor puede construir un tiempo para coexistir, al menos, sin recordar que habitan una amargura, como Lucy Liu y Tenoch Huerta en “Nómadas” al plantear que hay que buscar un medio, un alto existencial. Ella le teme a las alturas; él, al subway. Pero es Nueva York, no es la tierra sin nadie, el atopos de marras, la aridez miserable de “Noticias lejanas” donde Martín/ David Aarón Estrada desaparece ante su si no miserabalista: es la tutoría de un cineasta que entiende que la soledad es un universo donde el tiempo es el demiurgo del azar, de los sueños y de las palabras que configuran destinos tristes, acaso entidades necesarias para entender al mundo, como la mujer que contrasta el tiempo empantanado que pasa viendo aviones despegar en el corto “En cualquier lugar”/ 2004 con la del hombre que no puede permanecer en un solo sitio.

Por ello, el cine de Benet no es de exilios, es de desplazados morales, cuya entalpía afectiva – el pasado – es un fuego pegajoso, de herrumbres sin edades. Porque, ¿qué edad si no la de la desesperanza tiene la madre de Martín en “Noticias lejanas”, ¿consumida por el fuego de la miseria y el abandono al borde una carretera en medio de la nada?

Benet plantea sus preocupaciones estéticas más hondas: personajes marginales en contextos asfixiantes que no solo los sofocan: los deletrean con un alfabeto de infierno y desolación bajo la premisa de Hemingway, el efecto iceberg: lo que no se ve es lo que esconde lo terrible.

El cine de Ricardo Benet es calladamente un aullido en el reposo de la cámara que registra personajes que, a la manera de Rulfo, son fantasmas en el sentido de presencias/ esencias...