/ miércoles 10 de junio de 2020

El cumpleaños del perro | El cine en tiempos de la globalización

(Primera de tres partes)

En este tiempo de pandemia y encierro, he tenido la oportunidad de volver a repasar las películas de Luis Buñuel. Y me llamó poderosamente la atención que Buñuel, avecindado en México desde 1946, haya echado los primeros dados de un cine global que trasciende no sólo las fronteras sino los enfoques culturales de las mismas.

En La muerte en este jardín/ 1956, rodada en México en francés y español y con Simone Signoret a la cabeza, Buñuel proponía una historia que podía suceder en cualquier parte del mundo y bajo las mismas circunstancias, al igual que Los ambiciosos/ 1959, con María Félix y Gérard Philipe. Aunque su intento posterior, La joven/ 1960, rodada en inglés pero en Acapulco, hibridó una temática dura: el racismo en Estados Unidos (y que cobra inusitada vigencia ahora con el asesinato de George Floyd).

Cuando en 2007 el escritor Carlos Fuentes salió de ver en función privada la película Babel, con Brad Pitt y Cate Blanchett y dirigida por Alejandro González Iñárritu, el autor de Aura espetó contundente: “Babel es la primera película de la globalización.”

En el filme escrito por Guillermo Arriaga se dilucidaban cuatro historias ubicadas y habladas en igual número de países. Desde Japón, México, Estados Unidos y pasando por Irak, Babelvislumbrada una mirada tentacular o poliédrica. Aún más: global sobre el impacto de la interrelación casuística de eventos y acciones humanas.

Y es que si atendemos a la definición de globalización acorde a Scholte (1995), se verá que hay “los aspectos integradores” en la misma. Es decir, desde su prurito de efecto totalizador, la globalización tiende puentes y, por lo mismo, genera “escenarios de mayor intercomunicación entre los países”, según Sunkel (1995). El cine, en este aspecto, puntualiza su participación dentro del entorno global en dos renglones: la producción y la distribución.

Mucho se ha reclamado al cine americano sobre su avasallante presencia en las pantallas del orbe puesto que, prácticamente, ha desaparecido a las cinematografías locales. En nuestro país han existido esfuerzos verdaderamente titánicos por afrontar esta situación. En el 2008 se aprobaron reformas hacendarias (el artículo 227 sobre el ISR) para incentivar la participación del capital privado en la realización de películas. Esfuerzos como los de los cineastas Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu han servido enormemente para la activación de la producción del cine mexicano. En 2019 se produjeron 216 filmes. Y entre los estudiantes de cine y nuevos cineastas los premios Oscar obtenidos por Cuarón, González Iñárritu y Emmanuel Lubezki, respectivamente, han coadyuvado en levantar el interés por hacer y también ver cine mexicano en las salas.

En cuanto a la distribución actual del cine, estamos ante lo que Martín-Barbero (2002) llama “la hegemonía de la experiencia audiovisual sobre la tipográfica”. No hay mayor poder audiovisual penetrante que el cine. En cualquier rincón del planeta se ve una película, ya sea en un teatro o una pantalla de tv. Por lo consiguiente, los alcances del cine son globales.

Si hacemos una revisión cuasi antropológica del cine, advertiremos que desde su creación misma, allá por 1895, puede considerarse que –desde el nacimiento del invento de Auguste y Louis Lumière– el cinematógrafo tuvo el hálito globalizador puesto que los llamados “enviados” de los hermanos Lumière se diseminaron por los continentes para llevar (y vender, qué más) el cinematógrafo.

A México (y a buena parte de América Latina) los enviados de los Lumière llegaron en 1896, en el bostezo mismo del invento que hacía mover las fotografías, con la misión de mostrar la patente mediante las famosas “tomas” o cortos que captaban la vida cotidiana inmediata. Las reseñas de la época apuntan que la gente acudía maravillada a las carpas a ver las referidas tomas. Y las veían una y otra vez, aunque éstas apenas tuviesen una duración de uno o hasta cinco minutos.

En rigor no es del todo preciso ubicar al cine, desde sus orígenes, como un ente partícipe de lo que décadas después se llamó globalización. Pero sirve la referencia para dejar asentado que desde su germen, el cine se extendió por muchos países del orbe, aunque llame la atención que uno de sus inventores –Louis Lumière- no creía en su invento y le auguraba muy poco de vida.

(Primera de tres partes)

En este tiempo de pandemia y encierro, he tenido la oportunidad de volver a repasar las películas de Luis Buñuel. Y me llamó poderosamente la atención que Buñuel, avecindado en México desde 1946, haya echado los primeros dados de un cine global que trasciende no sólo las fronteras sino los enfoques culturales de las mismas.

En La muerte en este jardín/ 1956, rodada en México en francés y español y con Simone Signoret a la cabeza, Buñuel proponía una historia que podía suceder en cualquier parte del mundo y bajo las mismas circunstancias, al igual que Los ambiciosos/ 1959, con María Félix y Gérard Philipe. Aunque su intento posterior, La joven/ 1960, rodada en inglés pero en Acapulco, hibridó una temática dura: el racismo en Estados Unidos (y que cobra inusitada vigencia ahora con el asesinato de George Floyd).

Cuando en 2007 el escritor Carlos Fuentes salió de ver en función privada la película Babel, con Brad Pitt y Cate Blanchett y dirigida por Alejandro González Iñárritu, el autor de Aura espetó contundente: “Babel es la primera película de la globalización.”

En el filme escrito por Guillermo Arriaga se dilucidaban cuatro historias ubicadas y habladas en igual número de países. Desde Japón, México, Estados Unidos y pasando por Irak, Babelvislumbrada una mirada tentacular o poliédrica. Aún más: global sobre el impacto de la interrelación casuística de eventos y acciones humanas.

Y es que si atendemos a la definición de globalización acorde a Scholte (1995), se verá que hay “los aspectos integradores” en la misma. Es decir, desde su prurito de efecto totalizador, la globalización tiende puentes y, por lo mismo, genera “escenarios de mayor intercomunicación entre los países”, según Sunkel (1995). El cine, en este aspecto, puntualiza su participación dentro del entorno global en dos renglones: la producción y la distribución.

Mucho se ha reclamado al cine americano sobre su avasallante presencia en las pantallas del orbe puesto que, prácticamente, ha desaparecido a las cinematografías locales. En nuestro país han existido esfuerzos verdaderamente titánicos por afrontar esta situación. En el 2008 se aprobaron reformas hacendarias (el artículo 227 sobre el ISR) para incentivar la participación del capital privado en la realización de películas. Esfuerzos como los de los cineastas Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu han servido enormemente para la activación de la producción del cine mexicano. En 2019 se produjeron 216 filmes. Y entre los estudiantes de cine y nuevos cineastas los premios Oscar obtenidos por Cuarón, González Iñárritu y Emmanuel Lubezki, respectivamente, han coadyuvado en levantar el interés por hacer y también ver cine mexicano en las salas.

En cuanto a la distribución actual del cine, estamos ante lo que Martín-Barbero (2002) llama “la hegemonía de la experiencia audiovisual sobre la tipográfica”. No hay mayor poder audiovisual penetrante que el cine. En cualquier rincón del planeta se ve una película, ya sea en un teatro o una pantalla de tv. Por lo consiguiente, los alcances del cine son globales.

Si hacemos una revisión cuasi antropológica del cine, advertiremos que desde su creación misma, allá por 1895, puede considerarse que –desde el nacimiento del invento de Auguste y Louis Lumière– el cinematógrafo tuvo el hálito globalizador puesto que los llamados “enviados” de los hermanos Lumière se diseminaron por los continentes para llevar (y vender, qué más) el cinematógrafo.

A México (y a buena parte de América Latina) los enviados de los Lumière llegaron en 1896, en el bostezo mismo del invento que hacía mover las fotografías, con la misión de mostrar la patente mediante las famosas “tomas” o cortos que captaban la vida cotidiana inmediata. Las reseñas de la época apuntan que la gente acudía maravillada a las carpas a ver las referidas tomas. Y las veían una y otra vez, aunque éstas apenas tuviesen una duración de uno o hasta cinco minutos.

En rigor no es del todo preciso ubicar al cine, desde sus orígenes, como un ente partícipe de lo que décadas después se llamó globalización. Pero sirve la referencia para dejar asentado que desde su germen, el cine se extendió por muchos países del orbe, aunque llame la atención que uno de sus inventores –Louis Lumière- no creía en su invento y le auguraba muy poco de vida.