/ domingo 31 de julio de 2022

El cumpleaños del perro | El cine global

Desde su invención por los hermanos Lumiere en 1895, el cine se ha convertido en el vehículo de expresión artística más penetrante entre las masas. De mero reproductor de imágenes en movimiento, el cine pasó, en pocos años, a ser un ente de diversión y espectáculo increíble, por su aceptación y grado de progreso técnico.

Contrario a lo que se piensa, Estados Unidos no es el país que mayor cantidad de filmes produce. Es la India, cuya industria (casi el 95% para consumo interno) es rica y variada. Sin embargo, Hollywood ha impuesto su manera de hacer, ver y usar el cine en la mayoría del planeta. La industria cinematográfica gringa es fuerte generadora de divisas para los Estados Unidos. El costo por película llega alcanzar los 200 millones de dólares (Titanic, Mundo Acuático, Guerra de los Mundos, Tenet, Avatar).

Otras cinematografías, como la francesa, alemana, británica e italiana, han ido detrás de Estados Unidos, pero no han logrado igualársele en lo anteriormente descrito. En cambio, le han apostado a hacer un cine más personal, artístico. Creo yo que el cine más artístico del mundo (por cantidad de filmes, calidad e innovaciones en la estructura narrativa) es el francés. Su tradición fílmica es envidiable. Baste citar el Festival de Cannes, el más importante que existe.

Pero le ha tocado a Estados Unidos el privilegio de producir el mejor filme en la historia del cine: El Ciudadano Kane/ 1941, de Orson Welles. Considero que allí está todo en ese filme si se considera al cine capaz de alcanzar niveles de verdadero arte. Otras joyas también corresponden a Estados Unidos: El Nacimiento de una Nación, de D.W. Griffith, de 1915, Tiempos Modernos, de Chaplin, 1936.

Aunque Japón ha aportado la obra maestra Rashomon, de Kurosawa, de 1950, e Italia Ocho y Medio, Fellini, 1963. Y México Los Olvidados, de Luis Buñuel, cinta que forma parte del programa memoria del Mundo de la UNESCO.

El cine es un espejo, sin duda, de las sociedades donde se produce. Más que una manifestación artística es un suceso, una pertenencia estética, moral y de entretenimiento de esas sociedades. Por el cine vamos conociendo otras culturas, imágenes de territorios que nunca habremos de transitar.

Por la imaginación del cine nos hemos asomado al espanto de uno mismo, de ser nosotros y todos a la vez. Sus muchas historias lo mismo han hablado de la mediocridad de la vida (la real, la de a pie, la de todos los días) que de lo excelso a que puede llegar el hombre. Sí, porque por la estructura del cine tuvimos imágenes de los campos de concentración nazi, de los discursos de Hitler, de los combates de Pancho Villa y Emiliano Zapata.

Por el cine sabemos de las imágenes emotivas de la madre Teresa de Calcuta con sus pobres. Por el cine, gracias a Jacques Costeau, la profundidad del mar nos parece familiar. Por el cine tuvimos acceso al corazón de África en los filmes de National Geographic. Y, por supuesto, por el cine le hemos puesto color, rostro y escenografía a las muchas obras literarias. El cine, efectivamente, es el sueño artístico del siglo veinte.

Sólo que el cine es algo más: es imaginación fertilizada por la sensibilidad del director y el guionista. Es imagen manipulada por la fábula, pero es una otra realidad (si se quiere exagerada), sin embargo no vana; porque si así fuese, ¿por qué la censura a muchos filmes en varios países católicos? (Ejemplo de ello: La Última Tentación de Cristo/ 1988, de Martin Scorsese.)

El cine sigue instalado en la preferencia mundial como entretenimiento. Y en tiempos de la pandemia queda más que demostrado. Pero también es arte. Es el que mayor dinero cuesta en producirlo y el que más penetración tiene en la sociedad. El cine es tiempo encapsulado que se vuelve tiempo real en cada proyección.

Cuando en 2007 el escritor Carlos Fuentes salió de ver en función privada la película Babel, con Brad Pitt y Cate Blanchett y dirigida por Alejandro González Iñárritu, el autor de Aura espetó contundente: “Babel es la primera película de la globalización.”

En el filme escrito por Guillermo Arriaga se dilucidaban cuatro historias ubicadas y habladas en igual número de países. Desde Japón, México, Estados Unidos y pasando por Irak, Babel vislumbrada una mirada tentacular o poliédrica. Aún más: global sobre el impacto de la interrelación casuística de eventos y acciones humanas.

Y es que si atendemos a la definición de globalización acorde a Scholte (1995), se verá que hay “los aspectos integradores” en la misma. Es decir, desde su prurito de efecto totalizador, la globalización tiende puentes y, por lo mismo, genera “escenarios de mayor intercomunicación entre los países”, según Sunkel (1995). El cine, en este aspecto, puntualiza su participación dentro del entorno global en dos renglones: la producción y la distribución.

Producir un filme conlleva dificultades, no sólo del tema abordado, sino financieras. Realizar un argumento para el cine es costoso, tiene la prerrogativa de que todo lo que se incluye en la producción (actores, crew, locaciones, transportes, alimentación, director, productor, posproducción, etc.) absorbe gastos. Y en ello no hay más que una opción: ejecutar un plan de rodaje controlado que verifique hasta el último recurso invertido.

De entrada habría que decir que la maquinaria mundial de hacer cine se llama Hollywood. De unos diez años atrás, el sistema de producir películas para el star sytem americano era mediante adelantos de capital sobre la distribución futura. Así, un filme reciente de una mega figura hollywoodense, cubría con creces buena parte del costo del financiamiento del filme.

¿Cuál es la ventaja entonces de producir de este modo? En términos del tema que nos ocupa, el cine (como medio de comunicación globalizante) alcanza tal penetración en los cinco continentes que resultaría ocioso descartar su influencia cultural en muchos países.

De unos diez años a la fecha, el cine – como presencia insustituible de entretenimiento – ha extendido sus fauces a la tv de paga y a las novedades que ofertan las nuevas tecnologías (tv por internet, plataformas digitales, celulares, etc.).

Mucho se ha reclamado al cine americano sobre su avasallante presencia en las pantallas del orbe puesto que, prácticamente, ha desaparecido a las cinematografías locales. En nuestro país han existido esfuerzos verdaderamente titánicos por afrontar esta situación. En el 2008 se aprobaron reformas hacendarias (el artículo 227 sobre el ISR) para incentivar la participación del capital privado en la realización de películas.

Esfuerzos como los de los cineastas Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu han servido enormemente para la activación de la producción del cine mexicano. En 2013, por primera vez en su historia, se produjeron 130 filmes. Y entre los estudiantes de cine y nuevos cineastas los premios Óscar obtenidos por Cuarón y González Iñárritu por Gravity y Birdman, respectivamente, han coadyuvado en levantar el interés por hacer y ver también cine mexicano en las salas (y en el streaming)…

Desde su invención por los hermanos Lumiere en 1895, el cine se ha convertido en el vehículo de expresión artística más penetrante entre las masas. De mero reproductor de imágenes en movimiento, el cine pasó, en pocos años, a ser un ente de diversión y espectáculo increíble, por su aceptación y grado de progreso técnico.

Contrario a lo que se piensa, Estados Unidos no es el país que mayor cantidad de filmes produce. Es la India, cuya industria (casi el 95% para consumo interno) es rica y variada. Sin embargo, Hollywood ha impuesto su manera de hacer, ver y usar el cine en la mayoría del planeta. La industria cinematográfica gringa es fuerte generadora de divisas para los Estados Unidos. El costo por película llega alcanzar los 200 millones de dólares (Titanic, Mundo Acuático, Guerra de los Mundos, Tenet, Avatar).

Otras cinematografías, como la francesa, alemana, británica e italiana, han ido detrás de Estados Unidos, pero no han logrado igualársele en lo anteriormente descrito. En cambio, le han apostado a hacer un cine más personal, artístico. Creo yo que el cine más artístico del mundo (por cantidad de filmes, calidad e innovaciones en la estructura narrativa) es el francés. Su tradición fílmica es envidiable. Baste citar el Festival de Cannes, el más importante que existe.

Pero le ha tocado a Estados Unidos el privilegio de producir el mejor filme en la historia del cine: El Ciudadano Kane/ 1941, de Orson Welles. Considero que allí está todo en ese filme si se considera al cine capaz de alcanzar niveles de verdadero arte. Otras joyas también corresponden a Estados Unidos: El Nacimiento de una Nación, de D.W. Griffith, de 1915, Tiempos Modernos, de Chaplin, 1936.

Aunque Japón ha aportado la obra maestra Rashomon, de Kurosawa, de 1950, e Italia Ocho y Medio, Fellini, 1963. Y México Los Olvidados, de Luis Buñuel, cinta que forma parte del programa memoria del Mundo de la UNESCO.

El cine es un espejo, sin duda, de las sociedades donde se produce. Más que una manifestación artística es un suceso, una pertenencia estética, moral y de entretenimiento de esas sociedades. Por el cine vamos conociendo otras culturas, imágenes de territorios que nunca habremos de transitar.

Por la imaginación del cine nos hemos asomado al espanto de uno mismo, de ser nosotros y todos a la vez. Sus muchas historias lo mismo han hablado de la mediocridad de la vida (la real, la de a pie, la de todos los días) que de lo excelso a que puede llegar el hombre. Sí, porque por la estructura del cine tuvimos imágenes de los campos de concentración nazi, de los discursos de Hitler, de los combates de Pancho Villa y Emiliano Zapata.

Por el cine sabemos de las imágenes emotivas de la madre Teresa de Calcuta con sus pobres. Por el cine, gracias a Jacques Costeau, la profundidad del mar nos parece familiar. Por el cine tuvimos acceso al corazón de África en los filmes de National Geographic. Y, por supuesto, por el cine le hemos puesto color, rostro y escenografía a las muchas obras literarias. El cine, efectivamente, es el sueño artístico del siglo veinte.

Sólo que el cine es algo más: es imaginación fertilizada por la sensibilidad del director y el guionista. Es imagen manipulada por la fábula, pero es una otra realidad (si se quiere exagerada), sin embargo no vana; porque si así fuese, ¿por qué la censura a muchos filmes en varios países católicos? (Ejemplo de ello: La Última Tentación de Cristo/ 1988, de Martin Scorsese.)

El cine sigue instalado en la preferencia mundial como entretenimiento. Y en tiempos de la pandemia queda más que demostrado. Pero también es arte. Es el que mayor dinero cuesta en producirlo y el que más penetración tiene en la sociedad. El cine es tiempo encapsulado que se vuelve tiempo real en cada proyección.

Cuando en 2007 el escritor Carlos Fuentes salió de ver en función privada la película Babel, con Brad Pitt y Cate Blanchett y dirigida por Alejandro González Iñárritu, el autor de Aura espetó contundente: “Babel es la primera película de la globalización.”

En el filme escrito por Guillermo Arriaga se dilucidaban cuatro historias ubicadas y habladas en igual número de países. Desde Japón, México, Estados Unidos y pasando por Irak, Babel vislumbrada una mirada tentacular o poliédrica. Aún más: global sobre el impacto de la interrelación casuística de eventos y acciones humanas.

Y es que si atendemos a la definición de globalización acorde a Scholte (1995), se verá que hay “los aspectos integradores” en la misma. Es decir, desde su prurito de efecto totalizador, la globalización tiende puentes y, por lo mismo, genera “escenarios de mayor intercomunicación entre los países”, según Sunkel (1995). El cine, en este aspecto, puntualiza su participación dentro del entorno global en dos renglones: la producción y la distribución.

Producir un filme conlleva dificultades, no sólo del tema abordado, sino financieras. Realizar un argumento para el cine es costoso, tiene la prerrogativa de que todo lo que se incluye en la producción (actores, crew, locaciones, transportes, alimentación, director, productor, posproducción, etc.) absorbe gastos. Y en ello no hay más que una opción: ejecutar un plan de rodaje controlado que verifique hasta el último recurso invertido.

De entrada habría que decir que la maquinaria mundial de hacer cine se llama Hollywood. De unos diez años atrás, el sistema de producir películas para el star sytem americano era mediante adelantos de capital sobre la distribución futura. Así, un filme reciente de una mega figura hollywoodense, cubría con creces buena parte del costo del financiamiento del filme.

¿Cuál es la ventaja entonces de producir de este modo? En términos del tema que nos ocupa, el cine (como medio de comunicación globalizante) alcanza tal penetración en los cinco continentes que resultaría ocioso descartar su influencia cultural en muchos países.

De unos diez años a la fecha, el cine – como presencia insustituible de entretenimiento – ha extendido sus fauces a la tv de paga y a las novedades que ofertan las nuevas tecnologías (tv por internet, plataformas digitales, celulares, etc.).

Mucho se ha reclamado al cine americano sobre su avasallante presencia en las pantallas del orbe puesto que, prácticamente, ha desaparecido a las cinematografías locales. En nuestro país han existido esfuerzos verdaderamente titánicos por afrontar esta situación. En el 2008 se aprobaron reformas hacendarias (el artículo 227 sobre el ISR) para incentivar la participación del capital privado en la realización de películas.

Esfuerzos como los de los cineastas Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu han servido enormemente para la activación de la producción del cine mexicano. En 2013, por primera vez en su historia, se produjeron 130 filmes. Y entre los estudiantes de cine y nuevos cineastas los premios Óscar obtenidos por Cuarón y González Iñárritu por Gravity y Birdman, respectivamente, han coadyuvado en levantar el interés por hacer y ver también cine mexicano en las salas (y en el streaming)…