Vivir es un asunto inherente a la biología. Mientras yo vivo mi mundo, en otras latitudes se desarrollan vidas paralelas, subyacentes de contextos tan próximos y ajenos a la vez de mí.
En su novela Cosmos (vertida al español por Sergio Pitol), el polaco Witold Gombrowics plantea una premisa interesante: para buscar el origen de la realidad hay que intentar ordenar el caos. ¿Y qué es el caos sino la fragmentación azarosa del conocimiento humano?
En su breve pero poderosa obra literaria, Juan Rulfo nos ha dicho que hay muchos mundos en este mismo que habitamos y nos habita irremediablemente. Si leemos las noticias en los diarios (o en la internet), si las oímos por tv o por radio y, caray, volteamos hacia la cotidianidad de los mercados, de los centros comerciales, de las colonias pobres, de las zonas residenciales, estaremos constatando que, replanteando a Gombrowics, la realidad que percibimos tiene distintos orígenes.
Yo vivo en la colonia Revolución de esta capital y los domingos, como muchos han de saberlo ya, atrasito de Bomberos, se pone un tianguis de verduras y frutas. La realidad que se le presenta a uno ante los ojos es, de veras, sublime: una señora que oferta tres guajolotes de rancho, un señor bastante gordo que pela jícamas y las echa en bolsitas de plástico transparentes para venderlas a cinco pesos con chile y limón.
Ver estas imágenes son, hasta cierto punto, lugar común: El joven de las cebollas, con una gorra roja con la visera hacia la nuca, gritando que las cebollas no hacen llorar tanto como las mujeres. Y, unos puestos más adelante, una señora pelando nopales, los cuales daba a cinco pesos la decena. Este es un mundo. Y hay otro: cuando he ido al cine, al complejo de salas más famoso del país, he visto cómo señores pagan con facilidad trescientos pesos en boletos de entradas, amén de cuatrocientos en la dulcería para su familia. Y si abreviamos que hay obreros que nunca irían a cines de esa clase por lo caro que les resulta llevar a sus hijos, o si nos enteramos que hay pensionados por el IMSS que reciben mil quinientos pesos al mes y, en cambio, pululan exfuncionarios federales que se embolsan hasta ciento setenta mil mensuales, uno se pregunta cuál realidad será la más real.
Anota Witold Gombrowics en el prólogo de Cosmos: “De la infinidad de fenómenos que pasan en torno a mí, aíslo uno. Elijo, por ejemplo, un cenicero sobre mi mesa (el resto desaparece en la sombra)”. Pareciera que así es el mundo que cada quien vive: cada quien aísla su ámbito de interés sin que le importe, muchas de las veces las sombras que caen sobre los demás…