/ miércoles 21 de abril de 2021

El cumpleaños del perro | El director filipino Lav Diaz 

Cinematográficamente, el mundo tiene sus coordenadas específicas. Hablar de Italia es referirnos a Fellini; de Suecia, a Bergman; de Rusia a Eisenstein, etc. Y de Filipinas, a Lav Diaz (sin acento en la i).

El Ripstein filipino Lav Diaz es un cineasta extraño: ejecuta fielmente la palabra largometraje para cada filme que realiza: de 4, 8 y hasta 11 horas de longitud. ¿La razón? Él mismo lo ha dicho al plantear que es la medida de metraje que necesita para narrar sus crónicas ficcionadas sobre la realidad social y política de su país, donde la injusticia, la impunidad y la marginalidad pasan por el tamiz de su mirada contemplativa, inherente a las tonalidades plasticistas soberbias de Béla Tarr, su referente indiscutible.

“Norte, el fin de la historia”/ Filipinas- 2013. El azar direccionado en su más puro estado fílmico, acorde a Dostoievsky. Cuando el universitario irredento Fabián/ Sid Lucero mata a una usurera y le cargan la culpa a Joaquín/ Archie Alemania la (des)estructuración del filme empieza.

La culpa evanescente y recalcitrante es la materia prima de Lav Diaz para explorar en estos dos personajes territorios morales apetecibles para las fauces sicoanalíticas. El encierro de Joaquín, dejando a esposa e hijos en el desamparo al borde – literal – del precipicio y la libertad criminal, inmerecida, de Fabián se contrapondrán como un siniestro juego de ajedrez donde la soledad, la fraternidad familiar se diluyen en una palabra fulminante: abandono.

El cine de Lav Diaz es de abandonados que, acechados por los tentáculos de la globalización y de la ambición coagulada por el entorno social, no encuentran más remedio que agotarse en la desesperanza.

La neurosis y el vagabundear de Fabián no encuentran más respuesta que en la poderosa fragilidad de la introspección (acompañada de su perro Yumi), barnizada por un esteticismo que apuntala al relato.

La ideología de Fabián, quijote putativo contra los valores y la moralidad entre otros menjurjes intelectuales, choca – en alegoría con la situación política de Filipinas – contra las condiciones económicas de Joaquín y su esposa Eliza/ Angeli Bayani. Es decir: las peroratas de café, donde las más extasiadas tesis salvadora del hombre y la sociedad no sirven de nada ante una realidad que manipula, lastima y somete al individuo a pagar tal vez por crímenes no cometidos pero sí existentes. Esas es la gran pedrada que lanza Lav Diaz al espectador…

El cine de Lav Diaz es de abandonados que, acechados por los tentáculos de la globalización, no encuentran más remedio que agotarse en la desesperanza.

Cinematográficamente, el mundo tiene sus coordenadas específicas. Hablar de Italia es referirnos a Fellini; de Suecia, a Bergman; de Rusia a Eisenstein, etc. Y de Filipinas, a Lav Diaz (sin acento en la i).

El Ripstein filipino Lav Diaz es un cineasta extraño: ejecuta fielmente la palabra largometraje para cada filme que realiza: de 4, 8 y hasta 11 horas de longitud. ¿La razón? Él mismo lo ha dicho al plantear que es la medida de metraje que necesita para narrar sus crónicas ficcionadas sobre la realidad social y política de su país, donde la injusticia, la impunidad y la marginalidad pasan por el tamiz de su mirada contemplativa, inherente a las tonalidades plasticistas soberbias de Béla Tarr, su referente indiscutible.

“Norte, el fin de la historia”/ Filipinas- 2013. El azar direccionado en su más puro estado fílmico, acorde a Dostoievsky. Cuando el universitario irredento Fabián/ Sid Lucero mata a una usurera y le cargan la culpa a Joaquín/ Archie Alemania la (des)estructuración del filme empieza.

La culpa evanescente y recalcitrante es la materia prima de Lav Diaz para explorar en estos dos personajes territorios morales apetecibles para las fauces sicoanalíticas. El encierro de Joaquín, dejando a esposa e hijos en el desamparo al borde – literal – del precipicio y la libertad criminal, inmerecida, de Fabián se contrapondrán como un siniestro juego de ajedrez donde la soledad, la fraternidad familiar se diluyen en una palabra fulminante: abandono.

El cine de Lav Diaz es de abandonados que, acechados por los tentáculos de la globalización y de la ambición coagulada por el entorno social, no encuentran más remedio que agotarse en la desesperanza.

La neurosis y el vagabundear de Fabián no encuentran más respuesta que en la poderosa fragilidad de la introspección (acompañada de su perro Yumi), barnizada por un esteticismo que apuntala al relato.

La ideología de Fabián, quijote putativo contra los valores y la moralidad entre otros menjurjes intelectuales, choca – en alegoría con la situación política de Filipinas – contra las condiciones económicas de Joaquín y su esposa Eliza/ Angeli Bayani. Es decir: las peroratas de café, donde las más extasiadas tesis salvadora del hombre y la sociedad no sirven de nada ante una realidad que manipula, lastima y somete al individuo a pagar tal vez por crímenes no cometidos pero sí existentes. Esas es la gran pedrada que lanza Lav Diaz al espectador…

El cine de Lav Diaz es de abandonados que, acechados por los tentáculos de la globalización, no encuentran más remedio que agotarse en la desesperanza.